Cambio de año

Al terminar el año, se nos acumulan las dudas y las nostalgias. Estamos ante el binomio del fin y el comienzo, del término y el arranque, sumidos en la pereza del cansancio y en la ilusión dubitativa de una esperanza intermitente.

Es el momento de hacer un alto en el camino de una vida ajetreada, consumista, y alienada, para poder preguntarnos, en nuestros adentros, el sentido y la dirección de la existencia que llevamos y queremos gestionar.

La mejor Navidad y el mejor Año Nuevo es el nacimiento personal, a través de nuestro encuentro con nosotros mismos, en lo más hondo de nuestro ser, en el recodo hogareño de nuestra intimidad.

Los Alcohólicos Anónimos llaman a esta experiencia sanante, de verse y enfrentarse a sí mismos, “tocar fondo”. Es necesario propiciar, periódicamente, este refugio silente para salvarnos de todas las distracciones y engaños de nuestro derredor y poder llegar así a la felicidad, a la salud entendida como el discurrir fluido de nuestro proyecto trascendental.

Es la ocasión de ensimismarnos, rompiendo la oscuridad de lo desconocido. De hallarnos y de llenarnos. De acariciarnos y de estimularnos. De relajarnos, mientras nos dejamos nutrir, mirando al destino de nuestro estar aquí.

Es la oportunidad de reflexionar, de reconocernos, de pararnos a pensar y de preguntarnos “¿quién soy yo?”, “¿quién quiero ser?”, “¿quién aspiro a ser?”, “¿quién me propongo ser?”….y meditar.

Verdaderamente, únicamente “es” quien, constantemente, desea ser más.

Solo vive contento consigo mismo, satisfecho con su ser, con su devenir, quien cultiva lo más propio, lo más personal y auténtico de su discurrir. Quién alimenta su principio vital, su espíritu, su soplo, su alma. Aquel que modela, sin cesar, la esencia de su naturaleza humana y consolida esa firmeza configurante de uno mismo, la que nos da fortaleza y densidad.

Como diría Ortega y Gasset, sólo encuentra la paz de su espíritu el que aprecia y cuida, permanentemente, su “fondo insobornable”, la conformidad con su dignidad y el compromiso con su integridad.

Siguiendo este camino, posiblemente podremos experimentar la vivencia sorprende del encuentro con nosotros mismos y la de reconocernos uno más en la inmensidad de la humanidad, la coetánea y la histórica.

Tal vez, quizás, también, a través de lo dicho, nos autoricemos a experimentar la experiencia inmensa de descubrir a un Ser Superior o a otro conocimiento fundante de nuestra razón de ser.

Subsumidos en estas consideraciones, sintámonos protagonistas del bellísimo soneto “Caminos” de Blas de Otero. Nuestro regalo de Navidad.

Caminos

“Después de tanto andar, paré en el centro
de la vida: miraba los caminos
largos, atrás: los soles diamantinos,
las lunas plateadas, la luz dentro.

Paré y miré. Salieronme al encuentro
los días y los años: cien destinos
unidos por mis pasos peregrinos,
embridados y ahondados desde dentro.

Cobré más libertad en la llanura,
más libertad sobre la nieve pura,
más libertad bajo el otoño grave.

Y me eché a caminar, ahondando el paso
hacia la luz dorada del ocaso,
mientras cantaba, levemente, un ave”

Blas de Otero