Me mirabas igual que aquella tarde
en que el trillo giraba mansamente,
tirado por la yegua sudorosa,
rompiendo las espigas amarillas.
Y brotó en mis entrañas,
después de tantos años,
la misma sensación,
tus negros ojos,
que vivía por Julio, cuando niño
marchaba a las faenas de la siega,
con sombrero de paja,
y nubes en los pies
y miles de jilgueros en las manos.
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