En sus ojos prendida, Primavera
se le quedó, flotando en la sonrisa,
y en su boca frutal de Monna Lisa
la fragancia de abril como bandera.
Pura y sutil como la luz primera
era limpia su voz, como la brisa
virginal y serena, en la indecisa
hora de la alborada placentera.
Medida de la gracia y la cadencia,
el milagro del ritmo y la armonía
eran heraldo fiel de su presencia.
Y era el perfume de su esencia alada
como un himno auroral que resurgía
desde el profundo mar de su mirada