Ribera

Y sucedió en Navidad

En estas fechas navideñas se han producido numerosos acontecimientos relevantes

Las navidades se muestran hoy como un tiempo de remanso, de cortas vacaciones y de encuentros entrañables con familiares desperdigados. Parece como si el pulso de la vida se atemperase a los rigores invernales y entrásemos todos en cierto sopor. Y, sin embargo, bajo esta aparente calma, la historia muestra cómo a través de los siglos se fueron entrelazando la vida y la muerte, la alegría y el dolor. ¡Cuántos hechos importantes han ocurrido en estas fechas de la Navidad!

Ciñéndonos solamente a España encontramos abundantes paradojas. Por ejemplo, en estos días de paz y amor fueron asesinados el general Prim y el almirante Carrero Blanco. Y sus muertes supusieron grandes cambios para millones de personas. La muerte de Prim (1870) arrastró tras sí la monarquía de Amadeo I de Saboya. La de Carrero (1973) significó el principio del fin del régimen del general Franco.

Incluso parece como si el sosiego de estas fiestas hubiese predispuesto a golpes violentos en política; me refiero a los golpes de estado. Sintomático fue el año 1874. En enero, el general Pavía entraba en las Cortes y acababa con la Primera República. Pocos meses después, en diciembre, otro general, Martínez Campos, con un nuevo golpe restauraba a los Borbones en la persona de Alfonso XII. Por otra parte, algunas navidades fueron especialmente tristes. En diciembre de 1898, tras larga y cruel guerra, España perdía los últimos restos de su imperio colonial: Cuba y Filipinas. Los soldados supervivientes, abatidos, cansados y enfermos muchos de ellos, regresaron a la patria donde, a menudo, sólo encontraron indiferencia. 

Convendréis conmigo que la Navidad es también tiempo de recuerdos y las muertes que en ellas acontecen son doblemente sentidas. Quizás por ello, los nacimientos se esperan con mayor ilusión, no en balde es tiempo en que el sol comienza a vencer las tinieblas y el día se va imponiendo a la noche. Siempre me ha impresionado el caso de Isaac Newton, famoso científico, nacido precisamente el día de la Natividad de 1642, un día después que la muerte le arrebatara a su padre. 

La ribera tudelana

Abandonando la historia general y centrándonos en nuestra Ribera observamos el mismo patrón: vida y muerte estrechamente enlazadas. En vísperas de Navidades ‑1538‑ murió el Deán Pedro de Villalón, enamorado del arte, que nos legó alguna de las más importantes obras del renacimiento en Tudela. Y ‑lo que son las cosas‑ siglos más tarde, en plena navidad, año 1959, fallecía repentinamente mientras trabajaba en su despacho, Francisco Fuentes, canónigo, archivero e historiador; posiblemente la persona que más había contribuido con sus estudios a sacar del olvido al altivo deán. También desaparecieron por estas fechas mujeres que dejaron profunda huella. El 26 de diciembre de 1890 moría en Madrid con fama de santidad, la cascantina Vicenta López de Vicuña, fundadora de la Congregación de Hijas de María Inmaculada, dedicada a prestar apoyo a las jóvenes –entonces muy numerosas- que llegaban a la capital buscando trabajo en el servicio doméstico. Otra mujer, ésta perteneciente al Siglo de Oro, fue la tudelana Adriana de Egüés y Beaumont, musa y mecenas de la cultura y del arte, que falleció en su palacio del Mercadal, un 10 de enero de 1621. Entre sus obras destaca la fundación de una Cátedra de Artes, estudios universitarios adscritos a la Universidad de Salamanca, y regentada por el convento de dominicos. El Centro de Estudios Merindad de Tudela ha querido recordar la importancia de esta institución al cumplirse el cuarto centenario de la fundación (1623-2023). Una exposición en el palacio del Marqués de Huarte, con paneles informativos y documentos de todo tipo, algunos aportados por el Archivo Municipal,  han acercado la vida y obra de la ilustre dama. Quien quiera conocer más sobre el tema puede realizar la visita virtual en la página web: centroestudiosmtudela.com.

Iglesia donde fue enterrada Adriana de Egüės

 Pero junto a la muerte, resurgía la vida. También en vísperas de Navidad en 1898 vino a este mundo Fernando Remacha, el más ilustre de los músicos navarros del siglo XX, cuyo nombre es aireado por coros, calles y conservatorios. Y, como si estas fechas propiciasen el nacimiento de artistas, un 22 de Diciembre de 1872 nacía en la calle de Las Herrerías de Tudela Nicolás Esparza, pedagogo y uno de los pintores de más prestigio entre la sociedad vasca y navarra de principios del siglo XX.

Otro tanto ocurre con edificios e instituciones. El 21 de diciembre de 1835, cuando el año declinaba, una orden del gobierno liberal acababa con la vida monástica del cenobio de Fitero. Nunca más sus muros y estancias oyeron el paso pausado de los monjes ni sus graves voces retumbaron en las bóvedas cantando el gregoriano. Por contra el Año Nuevo de 1841, un viejo convento, el de Mercedarios de Tudela, renacía a la vida convertido en flamante Mercado Público. A partir de este momento sus claustros, lejos del silencio secular, recogieron los ecos destemplados de clientes, vendedoras y hortelanos. 

Incluso, al escribir estas líneas tengo la sensación de que la casualidad juega con nosotros. Juzguemos. El 31 de diciembre de 1971, el Tarazonica, aquel tren de vía estrecha que popularizó José Mª Iribarren con divertidas anécdotas, realizaba su último viaje. Justo en la misma fecha que había nacido ochenta y seis años antes, en 1885. Se había inaugurado con toda solemnidad para dar salida a los productos y las gentes del Valle del Queiles. Hoy, la Vía Verde del Tarazonica, que une el Ebro con la sierra del Moncayo, permite recorrer el mismo camino que antaño hacían las lentas y asmáticas locomotoras.

Vista exterior de la Iglesia donde fue enterrada Adriana de Egüės

Nieves y hielos

Sin embargo, lo más habitual fueron los fríos, nieves y hielos. Claro que el clima actual hace costoso imaginar aquellas navidades heladoras, con ráfagas de cierzo siberiano, donde el espesor de la nieve llegaba, a veces,  a la rodilla. Sin embargo, es cierto, y contamos con abundantes testimonios en los archivos. He aquí algunos.

Los siglos de la Edad Moderna entran en lo que se denomina Pequeña Edad de Hielo tanto que, a veces, se tuvieron que hacer rogativas a santa Ana, no para pedir la ansiada lluvia, sino la templanza del tiempo “por los muchos aires heladores, yelos y nieves tan crueles”. Un año muy crudo fue el de 1695, en que se helaron los olivos y nevó tan intensamente que alcanzó el grosor de una vara. La situación era tan preocupante que ayuntamiento de Tudela envió nuncios para alertar a los vecinos que quitasen la nieve de los tejados, pues amenazaba con hundirlos totalmente.

¿Y creeréis que pueda helarse el Ebro y ser pasado a pie por hombres y bestias? Pues ello ocurrió en pleno siglo XIX. Fray Francisco de Navascués, monje cisterciense de Fitero, lo cuenta estremecido en sus memorias: 

“Desde el 16 de diciembre de 1829 hasta el 13 de febrero de 1830 estuvimos envueltos en nieves, yelos, calamocos, los fríos más crueles que se han conocido. Ebro, Arga, Aragón y todos los demás ríos se helaron enteramente, tanto que por más de un mes no fueron necesarias las Barcas‑Puente, pues los carros cargados pasaban el río por donde querían, tan fuerte era el yelo.”

El impacto en la memoria popular fue tal que quedó como “el año del hielo” y así lo he visto nombrar en documentos muy posteriores. 

No pediré para estas navidades aquellos fríos crueles pero sí algo de las nevadas de antaño que, tras aliviar la sequía, decoraban el paisaje ribereño de auténtica Navidad.