Los abrazos rotos

Ludwig van Beethoven nació en Bonn, Alemania, el 16 de diciembre de 1770 y murió con 56 años en Viena, Austria, el 26 de marzo de 1827

Este 2020 se cumple el 250º aniversario del nacimiento del compositor Ludwig van Beethoven.

Aquel mediodía del 1 de enero de 2020 ¡Abrazaos, millones de seres! era el título del vals de Johann Strauss hijo que sonaba lejano y balsámico, como un revivido y amarmotado martinete, en la televisión de nuestras casas. Esta música, de alegres presagios, fue elegida por la dirección del concierto de año nuevo, cada vez un poquito más viejo, por enhebrar de forma guiñada y críptica el título del feliz vals con uno de los versos de la Oda a la alegría que pone texto a la celebérrima Novena sinfonía de Beethoven. Matábamos así varios pájaros de un tiro. Por un lado, confirmar la eterna presencia de la familia Strauss en el concierto; por otro, hacerla convivir con Beethoven, nada menos, a la sazón el que sería según sus predicciones, el auténtico protagonista de este recién nacido 2020; por último y no menos desdeñable ese… ¡Abrazaos, millones de seres! era un nuevo intento de una nueva realidad que lamentablemente, desde que su autor F. Schiller lo dibujara en la imprenta, ha servido exclusivamente de lugar común de deseos infantiles, navideños y hoy sabemos que, además, contagiosos.

Pero claro, cómo hacer para que posen en la misma postal navideña el autor de las Doce contradanzas alemanas, con la Filarmónica de Viena en su versión Rudolph pro.

Cómo hacer para encajar en el mismo programa de mano los millones de aplausos millonarios del público más entusiasta con Beethoven, el mismo que repudiaba frecuentemente a los vieneses, como lo hacía con los franceses o como lo hubiera hecho con los burkineses en el extraño e hipotético caso de que hubiera conocido alguno. Difícil conciliación en la bendita contradicción de alguien que amaba tanto a la humanidad, pero no soportaba a los seres humanos.

Aquel mediodía del 1 de enero de 2020 recolocábamos la vajilla de la casa que inexplicablemente había cobrado vida la noche anterior. Intentábamos poner en orden absurdos deseos que en realidad nunca fueron nuestros, y dudábamos de si poner en marcha o no la cocción de una suerte de sortilegio que en algún magazine matinal oímos que era mano de santo para tener un año como dios manda. Las paredes tintineaban azules y rojas y amarillas imitando a duras penas las cansadas e intermitentes lucecitas de aquel árbol de navidad que inexplicablemente aún seguía en pie, escondido en el rincón del salón, presagiando un durísimo confinamiento de once meses y medio. Aquel medio día del 1 de enero de 2020, escuchando rarísimas palabrejas en alemán del eterno locutor televisivo que anteceden a los eternos valses de los eternos estrauses, volvimos a buscar los teléfonos de gimnasios para dejar de fumar y volvimos a prometernos a nosotros mismos no volver a hacernos promesas que nunca podríamos cumplir. Aquel mediodía del 1 de enero de 2020 fuimos los habitantes de una Pompeya desconocedora de la existencia de su Vesubio.

Y como si nada fuera a cambiar, este mediodía del uno de enero de 2020, con una serena sonrisa dibujada en los labios, cerrando los ojos, nos dejamos llevar en la confortable seguridad de que nada podía salir mal, especialmente en el año en que Beethoven llevaba 250 años vivo. Y plácidamente nos sumergimos en deliciosos sueños. Hasta que la vida nos despertó de golpe.