Tudela

La historia del incorregible avaro Don Juan Macías

Ciego tocando la zanfona (Georges de la Tour, hacia 1620)

Una fábula moralizante en la Tudela del XVIII.

Hace justo un año realicé en este mismo medio un análisis del conocido “Cuento de Navidad” de Dickens. Como es sabido, esta obra narra las andanzas nocturnas de un avaro redomado de la sociedad británica del XIX quien, tras viajar en el tiempo y el espacio de manera fantástica, entiende lo cuestionable de su modo de vida y decide cambiar por completo.

Es un clásico muchas veces imitado, en la línea de las enseñanzas cristianas que animan a no olvidar el sufrimiento de muchos de los que nos rodean. Continuando por la misma senda “navideña” de narraciones de consumados tacaños que consiguieron redimirse por intervención milagrosa o divina, en esta ocasión voy a hablar de cierta historia que tiene un esquema de ideas muy similar y que, según la leyenda, sucedió en Tudela. Los hechos no transcurrieron en Nochebuena pero, como veremos enseguida, sí que se enmarcan en la misma época del año (el momento culminante se dice que aconteció 12 de enero de 1732, tras varios días de desaguisados previos), y su estilo es tan semejante al Cuento de Navidad de Dickens, que casi podría considerarse que viene a ser la versión tudelana del arquetipo en torno al avariento y la obligada caridad con los desfavorecidos. Y aunque mucho menos elaborada literariamente que la genial historia del escritor británico, poco tiene que envidiar en cuanto a emocionalidad, reproduciendo muy expresivamente el ambiente de devoción popular de la Tudela del XVIII, con toda su encantadora ingenuidad, por lo que paso a dar cumplida noticia de ella.

El texto original fue impreso el mismo año en el que ocurrieron los presuntos sucesos milagrosos, y presenta un larguísimo título que comienza por “Verdadera relacion y curioso romance en que se refiere vn caso, que ha sucedido à un cauallero, llamado D. Juan Macias, en Tudela de Nauarra”. La obra consiste en un romance en verso redactado por Andrés Dorado, poeta local ciego, conservándose el texto impreso en la Biblioteca Nacional de Madrid, sede de Recoletos, signatura VE/502/38.

Como suele ser habitual en este tipo de creaciones, nuestro poeta invoca al principio la ayuda de Santa María, destacando los siguientes versos, de los que hemos actualizado la ortografía para mayor comodidad del lector actual:

Señora de la Cabeza,
consuelo del alma mía,
pues sois refugio, y amparo,
de toda la Andalucía,
que des a mi rudo ingenio
la gracia, que necesita,
que si la alcanzo, Señora,
de vuestra mano bendita,
aunque con mucho dolor,
les daré a todos noticia
de un caso tan nunca oído,
que pasma, eleva, y admira,
que en Tudela de Navarra,
sucedió a Don Juan Macías,
hombre de grande caudal.
y de condición altiva.

Esta introducción nos hace sospechar que el tal Andrés Dorado, autor del romance, debía de ser un típico ciego de la época que se ganaba la vida recitando romancillos variados por las calles, quizás acompañado de una zanfona. Casi con toda seguridad sería parroquiano de la ermita de la Virgen de la Cabeza, que por entonces era un edificio diferente al actual, algo más metido en el cerro de Santa Bárbara y hoy desaparecido. Por lo que se cuenta, los personajes de la historia también debían de residir en el mismo barrio, y los detalles narrados sugieren que probablemente esta sea una leyenda forjada por gente de la parroquia, con intención de estimular el culto a esta advocación.

La historia, pues, nos cuenta las desventuras de Don Juan Macías, vecino de Tudela que se había casado por amores con una tal Rosa María. Don Juan era un avariento que vivía obsesionado por el dinero, tan egoísta y tacaño que cada vez que llamaba un pobre a su puerta le respondía de mala manera y no quería dar limosna alguna. Su mujer, en cambio, era generosa y caritativa, y solía reprender entre lágrimas a su marido, pero este la rechazaba de manera áspera y desabrida.

Desesperada por tanta insensibilidad hacia los pobres, la buena Doña Rosa María se postró cierto día ante una imagen de la Virgen de la Cabeza que tenía en su casa, y le pidió que la auxiliase prometiéndole que, si el Señor daba luz a su marido para que fuera consciente de su error, entregaría una corona toda hecha de oro para la ermita.

Tras esta primera parte de presentación de los hechos, la historia nos cuenta cómo el matrimonio tenía un solo hijo que estaba aprendiendo las maneras egoístas y avariciosas del padre. La perversidad de Don Juan Macías era tan grande que, cuando pasaba cerca de su casa algún mendigo, asustaba a su hijo diciéndole “huye, hijo, guarda, guarda, mira el pobre, que te come”, haciéndole creer que los pobres eran poco menos que caníbales que se comían a los críos y que debía mantenerse apartado de ellos…

Pero he aquí que el día 12 de enero de 1732 a las 10 de la mañana el niño estaba jugando arrimado a una ventana, cuando vio acercarse un pobre pidiendo limosna, ante lo cual se dio tal susto que al meterse corriendo en casa cayó de espaldas por las escaleras, ensangrentándose la cara. El escándalo que se armó fue fenomenal, acudiendo las criadas en su ayuda entre tremendos lloros del crío, dándose la casualidad de que justo en ese momento Don Juan Macías entró en casa… Al ver las heridas del hijo y entender lo que había sucedido, agarró de manera violenta al pobre y mandó a sus cocheros que lo desnudasen y le dieran de latigazos hasta acabar con él. De lo contrario, él mismo les cortaría el cuello a todos con su espada.

Monstruo infernal en la iglesia de la Magdalena

Pero el desdichado mendigo empezó a invocar a la Virgen desesperado, apareciendo por casualidad dos religiosos que entraron también en casa de Don Juan y le imploraron que tuviera piedad con el pobre que estaba martirizando. En esto llegó el momento culminante del desaguisado, pues Don Juan no sólo ordenó que se largasen los dos religiosos, sino que no se le ocurrió mejor cosa que jurar literalmente que: “no cesaré el castigo si el mismo Diablo no me lo manda”.

¡Para que había dicho nada! En ese momento el Señor desde lo alto dio licencia al Demonio para que fuese en persona a casa de Don Juan, apareciéndose de golpe a todos en forma de un fantasma terrorífico con aspecto de dragón, que amenazó al avaro señor con llevarlo al Infierno para que se quemase entre llamas por su infinita maldad.

El aterrorizado Don Juan Macías vio que había llegado su hora y que le esperaba un espantoso castigo, ante lo cual despertó de su avaricia y se abalanzó sobre un crucifijo rogando a Jesús entre lágrimas que le perdonase, y haciéndole la solemne promesa de que, si le salvaba de aquella espantosa Bestia, durante el resto de su vida vestiría a doce pobres todas las Semanas Santas, y que al pobre que estaba azotando lo vestiría, alimentaría y cuidaría en su casa. En ese instante el Crucificado tomó vida y con la cabeza le hizo gestos de que sus súplicas habían sido escuchadas, desapareciendo el Demonio después de lanzar tres terribles gemidos que helaron la sangre a todos los allí presentes. 

Don Juan, al verse perdonado por el Todopoderoso, entró en su aposento, abandonó todas sus ropas de lujo y se vistió con tosco sayal, calzándose unas pobres sandalias, cubriéndose de cilicios y realizando una larga penitencia, cumpliendo fielmente todo lo prometido al Señor.

Terminada la leyenda reaparece nuestro entrañable poeta ciego, añadiendo la correspondiente moraleja final:

Esto es lo que ha sucedido
en Tudela de Navarra,
verdad cierta, y evidente,
y no les parezca fábula;
tomen lección de escarmiento
aquellos, que al pobre tratan
sin caridad, y muchas veces
lo injurian con sus palabras,
tratémoslos con amor,
pues Dios los quiere, y los ama,
que si hoy con misericordia
nos mira, quizás mañana
usará de su justicia
castigando nuestras causas;
y Dorado les suplica
a los oyentes, y encarga,
que digan: Viva JESÚS,
y el Ave llena de gracia.