Cuando las navidades detenían el tiempo...

Espíritu Navidades

En este artículo vamos a rastrear la raíz remota de esta festividad, pero no tanto a nivel histórico-material, sino a uno de tipo «psicoantropológico».

Si nos preguntásemos por la cuestión de los orígenes de la Navidad, podríamos abordarla desde diversos puntos de vista. A un nivel histórico-cultural reciente, diríamos que nuestro actual formato de fiesta procede del cristianismo, aunque el modelo religioso ha sido reabsorbido por el consumismo rampante. Si buscásemos un nivel más antiguo, hablaríamos de la existencia de múltiples antecedentes paganos en toda Europa, así como de elementos precursores o antecesores directos de nuestras Navidades.

En el presente artículo vamos a ir todavía más allá, rastreando la raíz remota de esta festividad, pero no tanto a nivel histórico-material, sino a uno de tipo «psicoantropológico». Es decir, buscando las inquietudes profundas de la psique, las fuerzas ocultas en el cerebro que nos siguen impulsando a celebrar estos días.

Empecemos señalando que la lógica de la mente humana a la hora de crear mitos, elegir fechas sagradas e inventar rituales es de una simpleza extrema, reduciéndose todo a una táctica de realizar razonamientos en cadena y asociaciones de ideas muy elementales. Entre otras cosas, esta lógica se ha aplicado para tratar de resolver una de las mayores fuentes de angustia de la existencia humana: el paso del tiempo y su efecto imparable de aniquilación de la vida.

Que sepamos, nadie ha logrado hasta ahora parar el tiempo ni sus estragos de un modo literal en cuestiones como la salud, la belleza o la vitalidad. Pero todas las sociedades sí que han coincidido en el empeño de inventar, por medio de la religión, trucos o sistemas para generar la sensación colectiva de supuesta detención del tiempo, aunque sólo sea por unas horas o días.

Una de estas tácticas deriva de cierto razonamiento por analogías que conduce a creer firmemente que existen momentos del año en los que el tiempo queda paralizado o incluso abolido. Tal deducción parte de la observación de los movimientos del Sol, al que se toma como rector máximo del tiempo y los cambios estacionales: dado que año tras año el astro realiza movimientos periódicos de ascenso y descenso por la bóveda celeste, se deduce de ello la existencia de dos puntos de inflexión que denominamos «solsticios»… Literalmente ‘paradas o detenciones del Sol’.

Desde el punto de vista de un observador humano primitivo parece que los días 21 de junio y de diciembre el Sol llega a un «tope» en sus movimientos, iniciando desde esos instantes un recorrido en sentido contrario. La mentalidad arcaica percibe en ello algo parecido a —si se nos permite la comparación— lo que ocurre en el movimiento de un yo-yo: al caer el disco y alcanzarse el límite de la cuerda, por un brevísimo instante de tiempo el yo-yo queda detenido en el aire para, a continuación, volver a subir hasta quedar frenado en la mano, repitiéndose una y otra vez este ciclo. Igualmente, la oscilación repetitiva de un péndulo y muchos otros procesos similares podrían servirnos de ejemplos de la misma idea.

Esta interpretación de los solsticios y sus días inmediatos como momentos en los que parece que el movimiento del Sol queda paralizado es muy probablemente el origen en última instancia de las Navidades actuales y sus antecedentes paganos, eligiéndose el de invierno como punto especial de renovación debido a las percepciones particulares de nuestros antepasados: desde el punto de vista de alguien que resida en el ecosistema europeo toda la naturaleza parece literalmente morir y descomponerse en otoño, de lo cual da testimonio la imagen de las hojas marchitadas, la vegetación reducida a esqueleto, el frío creciente y la desaparición de muchos animales que emigran o hibernan. Tras estos meses de decadencia vital, en el solsticio de invierno se produce un milagroso cambio de tendencia que conducirá en poco tiempo al inicio de un nuevo periodo de vida pujante, animal y vegetal. Es un instante especial que nuestros antepasados interpretaron como periodo de abolición momentánea del tiempo, ideal para realizar rituales de recreación del envejecido mundo material. En este sentido, no es secundario el hecho de que Navidad signifique ‘nacimiento’ y que hayamos insertado en ella el día de Año Nuevo.

Uno de los estudiosos más importantes en el campo de la historia de las religiones, el rumano Mircea Eliade, analizó en especial la cuestión de la angustia humana ante el paso del tiempo y el afán universal por abolirlo. Este autor dedujo que existen patrones comunes en pueblos de todo el mundo de fiestas de renovación de la vida, para cuya celebración se eligen fechas del año asociadas con el curso de los astros, durante los cuales el paso normal de los acontecimientos presuntamente se detiene, abriéndose puertas de comunicación con el mundo paralelo de lo mágico y espiritual.

En diversos pueblos preindustriales han existido rituales de renovación durante los cuales personas afines, separadas por la necesidad de buscarse el alimento, se vuelven a juntar, celebran grandes banquetes colectivos, se recitan mitos de la creación, se considera que los antepasados y espíritus regresan a la tierra, se erigen árboles de la vida, se organizan competiciones deportivas, etc.

Incluso en nuestro ya muy trastornado mundo consumista-posmoderno seguimos repitiendo estos esquemas atávicos. Los familiares y amigos muertos regresan de manera espiritual en las conversaciones entre familiares, seres mitológicos como Olentzero o Papá Noel son revividos por las calles, se narran cuentos de hadas a los niños o se visionan películas llenas de elementos mágico-maravillosos... En estos días de comilonas y afán de mantener el «buen rollo» (o de realizar obras caritativas), es como si se regresara por un momento a la felicidad del Edén primordial, a la Edad de Oro de los comienzos en los que nació la vida misma en toda su pureza, y no existía el egoísmo, el sufrimiento o la guerra, habiendo de todo en abundancia para todos... Durante unas horas o días se accede en cierto modo al mundo arquetípico, con el resultado a veces de que muchas personas sienten rechazo hacia estas celebraciones o se deprimen enormemente: ello se debe a que de manera más o menos inconsciente captan la relación directa de la Navidad con la lucha contra el paso del tiempo, apenándose porque la fiesta les recuerda que están envejeciendo de manera imparable. Algunos se toman esto tan a la tremenda que, enarbolando ideologías que defienden las presuntas bondades del laicismo, llevan mucho tiempo tratando incluso de suprimirla o al menos de «deconstruirla».

Para ir acabando, quisiera ilustrar hasta qué punto subsiste todavía arraigado en la cultura industrial moderna este patrón universal, citando una obra que se sigue reeditando en todo el mundo y de la que se han hecho infinidad de adaptaciones e imitaciones: el archifamoso cuento titulado Canción de Navidad de Dickens.

La estructura de la historia repite casi todas las constantes que hemos comentado: durante una noche de Navidad en el universo material del Londres del XIX, se abre una puerta de comunicación con el mundo de los espíritus, algunos de los cuales van apareciéndose sucesivamente al avaro Ebenezer Scrooge. En esta situación el movimiento normal del tiempo queda suprimido por completo, pudiendo acceder Scrooge sin problemas al pasado, presente y futuro. El proceso se inicia, por cierto, con el retorno del personaje principal —envejecido, amargado y degradado moralmente— a sus orígenes personales en la infancia, experimentando un proceso de renovación espiritual que lo transforma del todo, y renaciendo a la mañana siguiente como una persona completamente nueva y jovial, cuya vida se convierte a partir de entonces en una especie de Edad de Oro que comparte con júbilo con los demás.

Podemos atrevernos a afirmar que el éxito arrollador del cuento desde el mismo día que se publicó se debe a que su argumento conecta perfectamente con esquemas instintivos del interior de nuestro sistema nervioso, los cuales, a pesar de haber sido reprimidos por la presiones del mundo moderno, no por ello han desaparecido del todo.