Tudela

Un cuento circular

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Pepa, la profesora del Taller de Escritura, es una tía rara. Se licenció en Exactas porque en su casa no le permitieron hacer una carrera de Letras. Ya se sabe, a veces los padres insisten en lo de “tú haz una carrera de verdad y, cuando termines, haces lo que te dé la gana”. Así que la profe regaló a sus papás el título enmarcado con la “carrera de verdad” y se fue por esos mundos de Dios con una mochila ligera y una maleta llena de libros. Cuando regresó, al cabo de los años, a su Tudela natal, ya se había leído los libros y muchos más, y se había licenciado en Filología Española por la UNED. Ahora, como he dicho, es nuestra profesora del Taller de Escritura. Le gusta poner tareas un tanto extrañas. En fin, que creo que nos usa de conejillos de indias para sus elucubraciones. El otro día, sin ir más lejos, nos sugirió escribir un microrrelato ambientado en el mundo circense y que, a la vez, fuese metaliterario o metalingüístico. Así que nos liamos a domar adjetivos y a hacer equilibrios con las metáforas y los oxímoron. Y, como no nos deja descansar, nos ha puesto una tarea “veraniega y festiva” para que, cuando empecemos el próximo Taller, tengamos ya “material de discusión”. Pepa insiste en que no hay que esperar a que las musas se metan en nuestro cogote para llenar la página en blanco, sino que la inspiración está en el mundo que nos rodea; pero, eso sí, hay saber ver mirarlo para luego transformarlo en material de escritura. Bueno, a lo que vamos, la tarea sugerida es la siguiente: “ESCRIBIR UN MICRORRELATO CIRCULAR AMBIENTADO EN LA FIESTAS DE TUDELA”.

Y aquí estoy yo, de blanco y rojo, esperando a que lancen el cohete, sonriendo automáticamente a los que me rodean, mientras le doy vueltas y vueltas al coco en busca de una historia circular.

(…)

El sol desciende sobre la masa humana con una ira propia de los dioses griegos. Así, lo de inspirarme va a resultar todavía más complicado. Para colmo, el jovenzuelo de al lado no para de rozarme la camisa con su piel brillante, aderezada con un aliño de champán, sudor y el tinto peleón de ocasiones especiales como esta. Podríamos decir que tiene poco equilibrio. ¿Cuántos ‘katxis’ se habrá metido ya antes del almuerzo? “Felices fiestas, majo”, le digo mientras empiezo a abrirme hueco, en busca de un círculo de mozas y mozos ‘formalicos’. El calor resulta insufrible.

Apenas quedan tres minutos para las 12. Una gota de sudor traicionera desciende cual cascada por detrás de mi oreja. Algo no marcha bien. Miro hacia arriba. Un rayo del astro rey se ensaña con mis pupilas. Me encuentro francamente mal, atolondrado, mareado... Entonces, uno de esos grandes balones publicitarios que sobrevuelan la marabunta exaltada aterriza sobre mi cabeza. El golpe, en lugar del de una bola de plástico, parece más propio de una cachiporra policial. ¡Zas! La vista se me va nublando…

Abro los ojos. Muy despacio. ¿Qué me ha pasado? El golpe, el calor… creo que me he desmayado pero… ¿dónde estoy? No puede ser… ¡es imposible! Me asomo por la ventana entreabierta y contemplo la plaza de los Fueros completamente vacía. Estoy en… ¿la Casa del Reloj? Comienzo a dudar de si al café que me he tomado por la mañana le han echado algo raro. ¡Hace un momento no cabía un alfiler! ¡Y yo estaba abajo! De repente, una mano me pega un golpecito en el hombro.

- Creo que esto es tuyo, amigo. Y deberías darte prisa…

Un tipo flacucho, vestido de época y con un timbal colgado al cuello me acerca una libreta y un lapicero. Miro mi reloj. Son las 11:58. Y sí, sigue siendo 24 de julio.

(…)

Doy las gracias al atabalero que me la entrega y me dispongo a bajar a la plaza. No tengo nada claro lo que me ha sucedido, Y… ¿dónde está toda aquella gente? Voy a guardar en mi bolsillo la libreta pero, antes de hacerlo, algo me dice que debo abrirla. Escrito en una caligrafía desconocida para mí, alguien había puesto: “Búscame en la fiesta” y debajo una fecha: 24 de julio de 1965.

Esto es aún más extraño y desconcertante. Al salir a la plaza, me encuentro con la parada de taxis, y bajo la Casa del Reloj, un bar con sus mesas en la terraza y algunos parroquianos sentados tomando su consumición. Veo el cartel de los toros del día 25 que dice:

“Toros de Eusebia Galache para los diestros Jaime Ostos, Fermín Murillo y Manuel Benítez “El Cordobés” 25 de Julio de 1965”. Aquella plaza no era así cuando yo llegué. ¿Qué está pasando?

A mi espalda, un hombre alto, moreno y bastante más joven que yo, al ver mi desazón, me dice:

- Usted no es de Tudela, ¿verdad?

- Sí – le contesto – pero… ¿dónde está la gente?

- ¡Ah! Quiere ver el lanzamiento del cohete. Es en la plaza del Ayuntamiento, le acompaño.

Llegamos a la plaza consistorial y es la que yo conocí de chaval, con sus árboles y sus gentes de entonces. El tiro de gracia me lo da el alcalde cuando desde el balcón dice: “Que estas fiestas de 1965 sean mejores que las del año pasado”. Estoy fuera de mi mundo. Mi acompañante me arrastra entre la multitud hacia la Magdalena y en mi cabeza una voz suplicante me pide: “Búscame en la fiesta”.

(…)

Rodeado de mozos que saltan, cantan, beben y sudan sigo el camino del gentío por las calles conocidas, o desconocidas, del Casco Antiguo. No está hecha la reforma para que La Magdalena se luzca en todo su esplendor y sigue rodeada de casas.

De un empujón me encuentro dentro de un portal, en realidad casi lo agradezco porque está fresco. Vuelvo a sacar la libreta, más por curiosidad que por deseo, la escritura ha cambiado ligeramente pero se nota que pertenece a la misma persona aunque con la seguridad que da la edad. “Date prisa, el tiempo pasa”, dice. No entiendo nada y salgo a la calle para ver si lo veo en medio de las charangas.

El ambiente ha vuelto a cambiar… hay más chicas, se ven más vaqueros y menos faldas. La charanga me empuja hacia el Paseo de Pamplona, que está recién cubierto. Dejamos el Tubo a la derecha y a la izquierda junto al antiguo Bar Mi Bar está el Casino Tudelano en cuya pared hay un cartel de fiestas; los fuegos artificiales iluminan la catedral y el puente del Ebro: “TUDELA 26 de julio SANTA ANA 1970”. ¡He cambiado otra vez de año! No existe la rotonda de las Tres Culturas y el río Queiles sigue sin cubrir en el Muro.

Nos dirigimos hacia la Carrera camino de la Plaza Nueva... el deseo de encontrar al escritor resulta cada vez más necesario para recuperar mi vida. Observo alrededor mío y una persona llama mi atención, algo tiene que la hace ajena al bullicio que le rodea pero, cuando me encamino hacia allí, ya ha desaparecido.

(…)

A las claras se nota que estoy hecho un lío. Ya no sé ni en qué año vivo. ¿En 1965? ¿En 1970? ¿En 2015? ¡Este ‘cuento circular’ más parece la Revoltosa! A la vez que me pregunto cómo continuarlo, de puro nervio voy doblando y desdoblando el papel y vuelta a doblarlo. Y resulta que sin casi darme cuenta me ha salido una pajarita.

¡Tengo una idea! Recortando una tira de una caja roja que contenía bombones, confecciono un minúsculo pañuelico de fiestas y lo pongo en torno al cuello de la pajarita. La pajarita/cuento resulta ahora muy aparente. Hasta bate las alas y mueve la cola. ¡Ahí va! Pues ¿no está alzando el vuelo? ¡Y con qué garbo! Se me escapa de la mano y pronto la veo hacer acrobacias aéreas por encima del gentío, por encima del quiosco, de la Casa del Reloj, de toda Tudela... Yo estoy cada vez más confuso.

Alguien, a mi lado, me pregunta:

- ¿Cómo lo consigues?”

Estoy por contestar el consabido (y justificadísimo) “¡Yo qué sé!”, pero una niñita – puesta de puntillas – grita:

- ¡Mamáááá! ¡Yo también quiero!

La mamá me mira con ojos suplicantes. Me acuclillo junto a la chiquilla para poder hablarle al oído: “Preciosa, lo que vuela es la imaginación de personas que saben contar cuentos, que escriben historias, relatan aventuras, reflejan sentimientos, enseñan a los humanos a ser mejores, tejen poemas… Muy pronto tú sabrás; yo no sé, pero voy a pedir ayuda a quienes saben…”.

(…)

Giro mi cabeza. Con una cara como un poema miro a la multitud festiva en busca de un milagro que me salvará de la situación. De repente mi vista se clava en una mujer que también me observa. Entonces ella me hace un gesto de que la siga.

Voy hacia ella y me doy cuenta de que avanza entre el gentío cómo si la muchedumbre no le supusiera un problema, cosa que me produce una cierta congoja. Una vez que sobrepasamos la plaza de San Jaime, veo que se dirige a la Puerta del Juicio y atraviesa su umbral.

El contraste al sobrepasar la puerta no puede ser más brutal. Del ambiente festivo y caluroso, a un silencio y frescor único. Mi extraña dama se dirige a los claustros y la sigo. Una vez dentro del patio, la veo parada delante del pozo y me dirijo a ella. Antes de que pueda articular una sola palabra me espeta:

- ¡Se que es lo que te preocupa! Y no debes agobiarte, es el espíritu de las fiestas que te ha poseído. Es un espíritu alegre, algo burlón y revoltoso.

Yo, muy desconcertado todavía le pregunto quien es ella y cómo sabe quién me está enredando. Entonces, me cuenta que es la madre de ese espíritu y que tiene muchos nombres y que es muy antigua.

- Silvis fui para los celtíberos, Andra Mari para los vascones, Ceres para Roma, Santa María para los mozárabes y Santa Ana hace más de 500 años. Soy la madre, soy la tierra que amas y debes volver a mi fiesta.

En ese momento noto una mano en mi hombro y alguien me dice: “¡Oiga, que no se puede dormir en el Claustro, y la fiesta esta ahí afuera!”. Y vuelvo a la fiesta.

(…)

Sigo un tanto desorientado por todo lo acontecido hasta el momento. Pero la cabezada al fresquito del claustro me ha sentado bien y ese extraño sueño me ha traído un cierto alivio. Vuelvo a notar un cambio. Esta vez, dentro de mí. Ya no estoy agobiado, tampoco me preocupa cómo volver a mi tiempo (si es que aún no lo he hecho). Si Santa Ana me ha hablado, aunque haya sido en sueños, no hay nada que temer.

Algunos grupos de personas, caminan hacia una dirección. Los sigo con mi nuevo talante festivo. A pocos metros, llegamos a un rinconcito donde unos mozos muy salaos amenizan un café concierto. Me contagio de las risas de los espectadores y disfruto del espectáculo. Entre el público veo a una mujer cuya nuca me es bastante familiar, en cuanto poso mis ojos en ella, se gira y me lanza una sonrisa desafiante. Le intuyo unos cuarenta años y detecto en ella un aire bohemio de mirada pueril. Sostiene un bolígrafo en sus manos y a partir de ahí... todo ha sucedido a la velocidad del rayo.

Mientras mi cerebro reconoce a Pepa , mi profesora de escritura y mi consciencia lo asimila, me acuerdo de la libreta. La abro y no hay mensaje alguno. Simultáneamente, en este mismo instante, en que todo sucede, un pájaro aterriza en la página en blanco. ¡La pajarita de papel! Mis manos tiemblan, pero no por los nervios, sino por las sacudidas que da la libreta, que casi se me escapa. Luego se cierra y todo se para suavemente. También el tiempo. La abro y leo: “Un cuento circular”. Seguidas, están todas las situaciones que había vivido en las últimas horas, redactadas con una narrativa exquisita y sorprendentemente, con mi letra. Y también a la vez, en ese instante eterno, me percato de que Pepa se ha ido.

Me habría gustado hablar con ella, pero seguramente, la volveré a encontrar en la fiesta.

(…)

La marcha de Pepa me ha dejado una inquietante sensación de perder el tiempo.

- ¡A ver, majo, céntrate, es 24 de julio, el mejor día de las fiestas...deja el cuento para después de “santana” y disfruta! - me digo en voz alta a mí mismo.

Una cuadrilla cercana parece estar de acuerdo conmigo y me aplauden como si acabará de terminar una obra de teatro. Hasta me ponen una caña en la mano. Caliente y con limón, eso sí, pero me ayuda a ubicarme y sentirme integrado mientras me acerco a la peña más próxima. Un par de empujones me sirven para perder el blanco inmaculado que aún conservaba, y, al llegar a San Jaime, doy fe del desenfreno que me estaba perdiendo por darle tanto al coco. El gentío baila en oleadas a un ritmo que atraviesa mis entrañas, y noto que mis músculos se relajan hasta coger el compás. Un pobre chico subsahariano (pobre por lo cargado que va) me coloca unas gafas negras casi opacas. Ayer lo hubiera denunciado por estafa, pero hoy se las agradezco con cinco euros. Esto es lo más parecido al carnaval de Río que he visto en Tudela...

Avanzo un poco, y choco con mi vecina del quinto, sí, la misma chica formal que no pasa de un discreto “buenos días”, y que hoy clava sus caderas en mis inocentes huesos durante el estribillo del himno del verano.

Que no pare la música... pero sus amigas del ‘spinning’ la arrastran calle abajo, y vuelvo a quedar aturdido tras las gafas. Necesito una caña fresca. Con decisión me abro paso por los huecos hasta que un cachi se quiebra ante mí, dándole a mi pelo la prestancia que necesitaba y dejando mi camisa pegadica al cuerpo.

- ¡Caguentó! - suelto por la boca.

- ¡’Excusez-moi’! - me contesta sonriente el guiri de turno, poniéndome una pegatina a modo de consolación mientras me seco la cara con el pañuelico rojo.

Alguien grita mi nombre un poco más allá y por fin dejo de ser una isla en medio de este océano de jolgorio. Abrazos, cañas, bailes, más cañas, hasta la charanga parece tocar para mi:...¡vive la vida loca! Pero no todo es perfecto; necesito un baño. Menuda aventura un veinticuatro de julio...los amigos que haces en las filas del baño tal día como hoy son para toda la vida, ¡te lo digo yo!

Esta vez la conversación se centra en el nuevo alcalde. Dicen que lo han visto tirar el cohete con la camiseta de los desahucios, la chapa de la plataforma sanitaria, otra del arco iris gay, y una pegatina de ‘No al peaje AP-15’, olé sus h..! Por cierto, en la mía no sé qué pone.

Me acerco al espejo y la sangre se detiene en mis venas. Una pajarita de papel con un pañuelico rojo luce flamante en mi pecho mientras que, con finos trazos de carmín, alguien ha escrito en el espejo: “Tu círculo se está cerrando, cuentista”.

(…)

Justo en ese momento la pajarita se desprende de mi camiseta y comienza a volar en círculos sobre mi cabeza. Intentando seguirla con la mirada acabo mareado como si me hubiera bebido un ‘katxi’ entero de tirón. Esto debe de ser parecido a aquello que pudo sentir el viajero en la famosa novela de H. G. Wells.

Mejor me lavo la cara con agua bien fría a ver si consigo refrescar también mi cerebro e intentar sacar de él alguna idea lúcida. Sin embargo, solo alcanzo a ver a unos seres que bien podrían ser ‘Morlocks’ persiguiendo a unos escasos ‘Elois’ en un extraño ambiente de alegría desenfrenada, mientras retumban en nuestros tímpanos un pegadizo ‘Gangnam Style’ mezclado estridentemente con el ‘La La La’ de Shakira. Tiene pinta de que estoy en el 2014.

Entre semejante marabunta consigo encontrar a un conocido ¡menos mal! Es mi amigo Antonio, que además es escritor y ¡ostras! ¡a su lado está Pepa! Conforme me acerco, veo que no están solos; les acompaña un tipo extraño, con cabello y barba de un blanco platino, el rostro curtido por haber pasado mucho tiempo en la calle, quizás demasiado. La verdad es que más bien parece un mendigo, con una mochila colgada a su espalda de la que sobresale un cartón en el que se puede leer un texto pulcramente escrito y firmado por las siglas “E.H.”

Y como por arte de magia, la pequeña pajarita aparece de repente con su alegre aleteo, sobrevolando las cabezas de Antonio, Pepa y su extraño compañero, posándose finalmente en la mano de este último. El vagabundo dirige su mirada hacia mí con una sonrisa burlona y mientras me guiña un ojo, da un prologado soplido a la pajarita, que viene volando hacia mí y acaba posándose sobre mi libreta de notas. Las hojas empiezan a pasar rápidamente y, en tan solo un segundo, todo desaparece.

(…)

¡Puf! Estoy de nuevo desorientado ante el baile de personajes y situaciones que dan vueltas y vueltas en mi derredor como si yo fuera el kiosko de la Plaza Nueva. Quizá consista en esto el cuento circular. Ya no sé si tengo que “buscar en la fiesta” o salir de ella puesto que me encuentro perdido. Dudo si me estoy bebiendo el katxi o es él quien me está sorbiendo a mí. He perdido la noción del tiempo y no sé en qué año vivo, ni en qué fiestas estoy inmerso. Trato de averiguar quien soy: ¿Carlos, al que su mujer le escribe los relatos? ¿Toño, a quien el mendigo confundió conmigo? ¿Ernesto Huerta, el afamado cirujano plástico venido a menos? ¿Tal vez Pepa, la profesora causante de este lío? Todos han desaparecido. ¿O quizás soy yo, convertido en una enorme pajarita roja, quien ha emprendido el vuelo, en un alarde papirofléxico, desdeñando mi libreta, al darme cuenta de que me había introducido en el relato del pasado año?

Tengo el cerebro hecho unos zorros. Los variopintos personajes que entran y salen en fechas y situaciones inesperadas han convertido mi cacumen un tótum revolútum difícil de ordenar.

La charanga de la Andatu me devuelve a la realidad a golpes de bombo y jota. Los instrumentos, inmisericordes, jalean insistentemente: “búscame en la fiesta… búscame en la fiesta”.

¿Por qué he entrado en este juego? Si lo propio de estos días es olvidarse de letras y cuentos, más propios de un taller de escritura creativa. Lo idóneo es dedicarse al ‘comercio’ y al ‘bebercio’ con desenfreno y, sobre todo, pillar cacho. Este compromiso tonto me va a echar a perder las fiestas, pienso mientras me integro en el grupo, haciendo chocar los platillos que han aparecido en mis manos por arte de birlibirloque.

(…)

Los de la charanga me miran mal, tengo menos ritmo que un sueco por soleares. Acaban las canciones y le doy dos o tres toques fuera de tiempo a los platillos. La cuadrilla a la que antes me había unido me rodea vitoreándome cada vez que meto la pata, van elevando sus voces y, cuando llegan al punto álgido, me ponen tan nervioso que acabo con un sonoro “Tchan” desacompasado. El alcohol no puede mitigar mi bochorno y, cuando veo acercarse al mozo de los platillos, se los entrego con alivio.

El mundo está divido entre los que no sabemos dar tres palmas medidas y los que llevan el ritmo en el cuerpo. Me fijo en que la vecina del quinto es del segundo grupo, sus caderas (ellas sí) acompasan un ritmo desenfrenado en medio de la ruidosa cuadrilla. A su lado está la misteriosa Pepa, mirándome con ojos seductores y desafiando nuestra diferencia de edad. Siento dentro de mí una pulsión irrefrenable que me lleva a atravesar el caos que están montando las chicas del ‘spinning’ con mis nuevos amigos. Al otro lado de la calle me esperan dos mujeres incompatibles y que me hacen dudar hasta el tuétano ¿la joven y explosiva vecina? ¿la madura profesora de escritura? El mundo sigue dividido; Thelma o Louise, ‘Cola Cao’ o ‘Nesquik’, soñadores y realistas, creyentes y ateos, mujeres con ritmo y tipos como yo.

Hay una tercera vía, E.H. “barbas blancas” que, por ahora, no es mi tipo, pero que conversa con las dos mujeres con extraña familiaridad ¿Es el padre de mi vecina o el marido de Pepa?

(…)

Me consume la angustia. Búscame en la fiesta. La cabeza me estalla. Alguna conexión existe entre el tipo de las barbas y el mensaje encriptado. Lo intuyo. Le pregunto su nombre. Hanselmo, me dice. Adivino el error porque aspira la hache, como los andaluces. Y entonces lo sé. Es él. E.H. Estoy Haquí. Ahora no cabe duda. Me indigno. Me arrebolo. Me encolerizo. Mil poemas de amor y una canción desesperada. No te vayas de Navarra era el título. Que me la plagiaron después. Toda una vida tras ella. Y ella rehuyéndome. Y total para qué. Para acabar con un fulano que hace faltas de ortografía hasta al hablar. Seguro que lo conoció en la facultad de Exactas.

Lo aparto de un golpe y me encaro con ella. A este soneto nuestro- le digo, mirándola con ojos vidriosos- le faltaba el estrambote. Y le encajo un beso de tornillo con tal ímpetu que su ‘piercing’ se enzarza con mis ‘brackets’ y nos tienen que llevar al hospital. Como no hay pasta para material nos han de separar con una sierra. A mí me dejan sin la mitad de los dientes y a ella le cortan media lengua. Pero lo cierto es que, ahora sí, no hacemos mala pareja. Nos bajamos del brazo, a pleno sol, hasta la plaza. Quería haberla invitado a ir en autobús pero no circula los festivos. Los recortes otra vez. Es mediodía y los músicos tocan el “Viva la Pepa”, más conocido aquí como Jota de Tudela. Bailamos. Al acabar la pieza es ella quien me besa en la boca. “Te quiero”, me dice. “Siempre te he querido. Por eso me marché”.

Es rara de cojones esta Pepa…