Tudela

La Tudela que vio Pío Baroja en 1914. Cien años de una visita

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Aproximadamente una semana antes del comienzo de las fiestas de Santa Ana de 1914 llegaba a Tudela el novelista Pío Baroja. Recorría la Ribera de Navarra en busca de vivencias para su próxima novela: La ruta del aventurero y le acompañaba José Mª Azcona, un bibliófilo y erudito tafallés especializado en libros y personajes del siglo XIX. Frisaba entonces Baroja los cuarenta años y era ya famoso después de publicar La Busca (1904), Zalacaín el aventurero (1909) o El árbol de la ciencia (1913). Por cierto, que no fue el único famoso que visitó por aquella época la Ribera. Años antes lo había hecho el pintor Zuloaga, entonces en la cúspide de su carrera, dejando como muestra un cuadro que representa un rincón de la Plaza Nueva. Y en 1909, el año de la Semana Trágica, atravesaba en tren Antonio Machado, recién casado con Leonor, camino del veraneo en Fuenterrabía.

Es precisamente en La ruta del aventurero donde recoge Baroja las impresiones noveladas de este viaje por el sur de Navarra realizado en el momento más inoportuno: el verano. Seguramente partió desde Itzea, el enorme caserón de Vera de Bidasoa, adquirido recientemente para huir de los estíos agobiantes de Madrid. Pasó por Pamplona y al llegar a Olite se percató del error de viajar en verano; el polvo, el calor y el bochorno le indispusieron con esta tierra y también con sus gentes. Y es que Baroja, por aquel tiempo, albergaba una opinión un tanto maniquea de los navarros, que plasma en varias de sus novelas.

“Los del norte, son pacíficos, sociales y poco habladores.Los del sur, petulantes, borrachos y pendencieros”

Los del norte, son pacíficos, sociales y poco habladores. Los del sur, petulantes, borrachos y pendencieros. Bien claro lo muestra en estas reflexiones que pone en boca del protagonista:

“…es imposible que la gente sea civilizada y sociable en una tierra gris, abrasada por el sol, olvidada por las personas ricas, donde no hay frescura ni sombra, ni medias tintas, y a la cual no llega ni el eco más lejano de la cultura de Europa”, dice en el libro.

Las Bardenas Reales, territorio que hoy constituye uno de los mayores atractivos turísticos de Navarra, le parecieron “de una monotonía, de una tristeza y de una fealdad despreciables”. Y lo mismo ocurre con los pueblos del camino, a los que juzga "grandes, tristes, polvorientos y abrasados".

Al llegar a Tudela, buscó posada -debió alojarse en el actual Remigio- y, extenuado por el calor, quedó tumbado en el suelo buscando su frescor. Sólo al atardecer, acuciado por el hambre, salió de la habitación y preguntó por la cena. Mientras llegaba la hora, tuvo tiempo de patear la ciudad cuyas calles le parecieron lúgubres. Incluso, para hacer el cuadro más tétrico, el protagonista se topa con el Viático acompañado del sonido de una campanilla y la fila de hombres con cirios en la mano. Y vuelve a sus reflexiones:

"¡Qué caras! ¡Qué aires de cansancio y resignación! ¡Qué miradas de abatimiento! ¡Qué español! ¡Qué terriblemente español era aquello!".

Una clemente tormenta nocturna refrescó el ambiente y Baroja pudo al fin conciliar el sueño. Al día siguiente, fresco y relajado, cambió algo –no mucho- su visión negativa: "El aire era ya respirable. Inmediatamente me dirigí a la catedral. Me reconcilié con el pueblo". Luego, paseando, descubrió los nombres de las calles. Algunos le asombraron.

“Callejeé largo rato por Tudela, al amanecer; ¡qué nombres los de las calles!: calle de la Vida, calle de la Muerte, calle del Juicio…; luego, las calles de los oficios: de las Chapinerías, de las Herrerías, de los Caldereros…”.

“En Tudela se podía contemplar dos tipos distintos de mujeres: unas morenas de óvalo alargado, ojos negros, melancólicos, de aire un tanto judaico, y otras, con un tipo germano, rubias, con ojos azules o claros, la cara cuadrada y la mirada enérgica y dura”

 

Aún le dio tiempo de acercarse al mercado con sus puestos de cacharros y verduras y filosofar sobre los tipos étnicos de las mujeres tudelanas.

“En las mujeres que correteaban por allí me pareció ver más claramente que en los hombres dos tipos distintos: unas morenas de óvalo alargado, ojos negros, melancólicos, de aire un tanto judaico, y otras, con un tipo germano, rubias, con ojos azules o claros, la cara cuadrada y la mirada enérgica y dura", narra.

Al volver a la posada para comer, la encontró revuelta, llena de polvo y mozos sudorosos que entraban la paja al patio. Se siente incómodo y surge el Baroja de siempre:

"Este polvo, este sudor, esta mezcla de barbarie y de simplicidad, este contraste de la pobreza de los callejones del pueblo con la pompa de la catedral me dio la revelación de la España clásica, emborrachada con su sol, con su vino, con su fanatismo y con su violencia", describe.

Esta es la visión de Tudela por parte del novelista llegado de tierras boscosas del norte. Una visión negativa que no era del todo exacta.

En realidad la Ribera era una de las pocas zonas de Navarra que, a principios del siglo XX, se libraba del azote de la emigración que vaciaba la provincia. La recuperación de la vid y nuevos cultivos como la remolacha y el pimiento, además de la puesta en cultivo de amplias zonas de las Bardenas, contribuyeron a ello.

Tudela, su capital, atravesaba momentos de auge tras la implantación de la Fábrica Azucarera, que aportó abundantes puestos de trabajo y sirvió de llamada a nuevas gentes. Según el profesor Alfredo Floristán, una vez superada la crisis de la Filoxera, aumentó un 15% su población entre 1910 y 1920, colocándose en 10.362 habitantes.

Los mismos tudelanos se daban cuenta del cambio y, tras varias décadas de estancamiento, volvían a estar orgullosos de su ciudad.

Precisamente, por las mismas fechas de la visita de Baroja, –concretamente el 10 de julio de 1914– un periódico local, La Ribera de Navarra, publicaba estos versos firmados por Ciro que, a pesar del tono irónico, describen esa realidad:

Tudela ya no es Tudela

Tudela está muy cambiada

Tudela se ha urbanizado

y hoy en sus calles más amplias

No se ven ya los cajones

de… a las diez de la mañana

Todo está limpio, muy limpio

como una taza de plata

No hay obras como antes

en el Queiles, ni las ratas

infestan (sic) ya las bajeras.

Si Ud. viera los domingos

hay festival en la plaza

Con una música de olé

un cine de chupibamba.

Hoy encontrarás a Tudela

algo más civilizada…

Aquella vieja rezona

que antaño peinaba canas,

Hoy es una moza joven,

muy divertida y muy guapa

Que sabe escotarse un poco

y alicortarse las faldas

Porque los tiempos son otros

y así lo manda la moda.

Esteban Orta Rubio