Tudela

Inmaculada Blanco gana el Concurso de Microrrelatos Memorial Javier Martínez Llort

El segundo premio ha sido para Cristina Jiménez y la mención especial para Santi Lorente

Inmaculada Blanco Blázquez ha ganado el IX Concurso de Microrrelatos Memorial Javier Martínez Llort organizado por la peña Andatu y ha recibido un obsequio y 100€. Segunda ha sido Cristina Jiménez Latorre quien ha recibido 30€ y un obsequio y Santi Lorente ha tenido una mención especial.  

Primer premio

Estruendo
por Inmaculada Blanco Blázquez

Altanera alegría en cuerpos de fiesta. Pañuelos atados al cuello, figuras blancas impolutas, Fajas en cinturas de avispa o gruesas mazmorras. El estruendo sucumbe la plaza entre la multitud ardiente de olvidos. Caras marcadas por sonrisas permanentes, cuerpos inquietos, apetitosos almuerzos y ocupas de bancos, calles y aceras. Las horas van pasando.

El cielo no reclama el color intenso de la joven vena. Inocente e inexperta en los golpes de la vida. Una vela con lágrimas de cera yace a los pies del paseo. Espera, en silencio, entre la euforia vecina. Cánticos, danzas, músicas altivas, movimientos de jotas, gargantas regadas por la jarana y el bullicio. El tiempo pasa, pasa cantando. El tiempo espera, espera temiendo.

Silencio. Golpe. Dolor.

La blanca paleta se tinta de lloro, la viveza del rojo se enfurece. Un cuerpo frágil reclama su trono en la fiesta. Sin miedo, las nubes lo acogen como hijo predilecto y desde lo alto cada mes de julio lanza el mejor estruendo, el de la esencia de su propia vida. La vida que vive sin cuerpo, con toda su alma en pañuelos atados al cuello.

Segundo premio

Haizea, el kiosco, mis pies
por Cristina Jiménez Latorre

Estaba mareadísimo. Mi cabeza daba vueltas y más vueltas, como el indicador de presión de una olla exprés. Un fuego interno resbalaba por mi sien y, a lo lejos, podía percibir su penetrante mirada a punto de darme la estocada final. Vueltas y más vueltas. Haizea, el kiosco, mis pies.

“Mantente recto— pensaba—. No te tropieces, lo estás haciendo muy bien”.

Hacía pocas horas que nos habíamos encontrado allí mismo. El baile de la Era, la sudadera en sus hombros, los versos intercalados del osito come bayas. Todo según lo planeado. Y Haizea: que ya me has pisado seis veces, que dónde vas con esos forros, que ese gandul lleva el albornoz de mi ex.

Maldito Txarangas, si hasta el mote era estúpido. Y ahí estaba ahora, detrás de mí, pisándome los talones con sus movimientos lánguidos y desgarbados. Y ella, ¿qué?, ¿a quién miraba?

Por fin cesó la gaita y el golpe seco de mi cuerpo sobre el suelo resonó sin compasión. La vi acercarse con su sobrino en brazos. “La Sancha”, oí al niño justo antes de que viraran la dirección hacia él.

Permanecí agazapado en mi escondite, la olla a punto de saltar por los aires y esa falda amarilla de mal agüero azotando mi cara. Suspiré profundamente y sentencié: “La última vez que te bailo, Catalina”.

Mención especial

Mar y costillas
por Santi Lorente Bona

Serían las 12 de la mañana, cuando la última “costilla” asada atravesó mi garganchón y se fue directa a revolverse con los tragos de garnacha mojada que ya llevaba acumulados. La albahaca, en el bolsillo de la camisa blanca, me pegaba de vez en cuando por la barbilla y su olor se metía por los orificios de la nariz, maridando todo aquel festín. Los tomates “tajados”, feos como ellos solos, eran bombones salados que se deshacían en mis labios.

La llegada de la rayadica del sol me hizo aposentar mi cabeza hacia atrás y mirar hacia lo alto, vi el cielo claro, limpio y azul. Agarre con mi mano la botella de gas vacía, le quite el tapón y con la nuca sentada en el respaldo del banco, me la lleve a la oreja.

En aquel instante, un mar azul inmenso se presentó ante mis ojos, y el sonido de las olas, que llegaba de la botella, me transporto al mejor de los cruceros. Mi cara de felicidad contagio a la cuadrilla y todas las botellas gasificadas y de agua vacía, ahora estaban en nuestros oídos, y aquel sonido marino era el mejor y el más auténtico que jamás habíamos conocido.

Nadie podía imaginar que “lo más”, estaba por llegar y en el momento que el éxtasis colectivo subía por enteros, llego la sorpresa. Al grito de “todos al agua”, la manguera de la Peña, hizo su aparición, y tuvimos que bajar a tierra.