Tudela

¿De dónde viene un espárrago?

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La respuesta a la pregunta es de perogrullo, aunque no cabe duda de que se hace necesaria en una sociedad contagiada por la inmediatez, la prisa, el ‘packaging’ y el usar y tirar desmedido. Por suerte, la mente se ‘asilvestra’ un poco con el paso del tiempo. Desde pequeño devoré verdura a la hora de las comidas y las cenas con la misma avidez con la que elevaba otros manjares de infancia, como las salchichas con huevo frito, al altar de las divinidades culinarias de cocina de pueblo.

Después, uno se embarca en aventuras diversas. La Universidad es una de ellas, normalmente pertrechada lejos del hogar y, en consecuencia, llena de melancolía y añoranza, y en la que, además, se envejece en edad y se crece en idearios, valores y gustos. Uno de los momentos más placenteros de aquellos días no era otro que volver a la casa de los abuelos en Murchante y probar los espárragos aderezados con el hilillo de aceite virgen extra que preparaba la abuela Mari.

Lo que antes eran peleas por hacer comer al mocoso un trocito de judía verde, se convierten en reencuentros deseados, incluso iniciáticos, con lo que verdaderamente nos hace genuinos. Puede que sea por la suerte de ser de aquí, por el salero del regadío con el que el Ebro ha moldeado la huerta y nuestra forma de ser. En todo caso, la moraleja es clara: bendita verdura. La de verdad, está claro. La del hortelano de camisa y boina, de azada al hombro y cesta de mimbre.

Así pues, démosle una oportunidad a lo fresco, mezclémonos con la tierra. Veneremos a la imperfecta alcachofa, a los ajos tiernos de planta desigual, y preparemos el buche para recibir a los feos más bellos que teñirán de color rojo tomate nuestras mesas en verano. Diez días de múltiples puertas abiertas al deleite con los tesoros de la huerta de aquí no los puede disfrutar cualquiera. Recibamos al que nos visita y enseñémosle lo que de verdad se cuece en la Ribera.

Mikel Arilla

Redactor de Plaza Nueva