Tudela

Una historia de mujeres que se atrevieron a romper con el destino que la sociedad de posguerra les había marcado

Carlos Aurensanz nos cuenta cómo se gestó su séptima novela, ‘El tejido de los días’.

Carlos Aurensanz ©Blanca Aldanondo
photo_camera Carlos Aurensanz ©Blanca Aldanondo

‘El tejido de los días’ nace de la necesidad de un paréntesis en el trabajo de Aurensanz como autor de novela histórica, tras la publicación de ‘Hasday, el médico del califa’ y de ‘El Rey Tahúr’. “Ya había explorado algo parecido con ‘La puerta pintada’ que se publicó después de la Trilogía Banu Qasi, y es que la novela histórica es un género exigente, en el que la necesidad de mantener el rigor histórico y de adaptar la trama a unos hechos que sucedieron en el realidad y a las crónicas de la época de alguna manera limitan la libertad narrativa del autor e impide llevar a los personajes a experimentar situaciones diferentes a las reales”, relata el escritor tudelano. 

‘El tejido de los días’ nace de esa pulsión de narrar desde la ficción pura, sin cortapisas, aunque la idea nuclear surgiera de una historia real, la peripecia vital de Antonia, apenas una niña que llega a la Zaragoza de mediados del siglo pasado a servir en casa de una de las familias más acomodadas de la ciudad, procedente de un pequeño pueblo de Teruel y de una familia humilde y sin recursos. Julia, el segundo personaje femenino, destinada a ser el contrapunto de Antonia, es una mujer con más mundo, amante de un excombatiente republicano de vuelta a España tras su permanencia en Francia e Inglaterra después del final de la Guerra Mundial, con una visión completamente diferente a la que imperaba en la España oscura, autárquica y nacionalcatólica del primer franquismo. 

“Claro ejemplo de la libertad que he concedido a los personajes de esta novela es la propia evolución del papel de Julia a lo largo del proceso de escritura, una mujer joven que llega a Zaragoza nada más perder a su pareja, sola y embarazada de su primer hijo”, comenta. Las posibilidades narrativas de su peripecia vital y su capacidad de influir en Antonia le han hecho ir ganando protagonismo, ha ido acaparando más texto en la obra, hasta el punto de que ha acabado desplazando a quien estaba destinada a ocupar ese puesto en solitario y a ser ella a quien podemos ver finalmente en la portada de la novela. 

Portada ‘El tejido de los días’

Carlos Aurensanz confiesa que el hecho de ser una obra de ficción no significa que la documentación sobre la época en que se desarrolla tenga menor importancia. Ambientar la Zaragoza de 1950 requirió bucear durante meses en las hemerotecas, en los archivos fotográficos, leer decenas de trabajos sobre la realidad social del momento, sobre el estraperlo, sobre la relación entre la élite local representada por la familia Monforte con el régimen, sobre el entramado de intereses que sostenía una sociedad desigual, injusta y sojuzgada. “He querido recrearme, casi como un divertimento, en el detalle. Cada capítulo de la novela transcurre en una fecha concreta y así, si Antonia y Julia acuden al cine un sábado, quise averiguar qué película estuvo realmente en cartelera aquel día, o el resultado exacto del partido del Real Zaragoza al que asistieron otros dos personajes en el viejo campo de Torrero; o qué línea de tranvía tenía que tomar Julia para llegar desde su casa al cementerio; o qué salones de costura se anunciaban en el ABC de Madrid los días que Julia y Rosita visitan la capital en busca de material e ideas para su nuevo negocio; o qué dificultades podían tener en 1952 en el Hospital Nuestra Señora de Gracia para conseguir la cantidad de penicilina necesaria para tratar a sus pacientes; o cuál era la uniformidad y el arma reglamentaria de la Policía Armada en aquellos años; o qué canciones sonarían en aquellas fechas en el baile semanal del Hogar del Productor”, detalla. Son miles de pinceladas que ayudan a trasladar al lector a la época y a sumergirlo en el ambiente de aquella ciudad cubierta de adoquines, con la pátina gris carbonilla de las calderas de carbón. 

‘El tejido de los días’ es también, sin embargo, una novela coral, con una docena más de personajes que habitan en su principal escenario, la magnífica mansión de los Monforte. Los dueños de la casa y sus hijos, el amplio servicio compuesto por las doncellas, la cocinera, el chófer, la institutriz, el portero; la propia Julia y su socia en el negocio de costura y por fin Andrés, el fontanero cuya entrada en la casa a causa de una avería cambiará el destino de Antonia. Las vidas de todos ellos se entrecruzan en los cuatro años que abarca la novela, tejen el tapiz de esta historia y justifican su título.

En la mansión de los Monforte conviven los mismos estratos sociales que me ayudan a dibujar la sociedad española de la época, la familia y todo su servicio, juntos pero aparentemente inmiscibles, como el agua y el aceite, arriba y abajo. Inspirada en un edificio real junto al Gran Hotel de Zaragoza, se convierte en un personaje más de la novela, pues el secreto que ha albergado durante décadas terminará por salir a la luz para provocar la tragedia, el seísmo que derrumbará las certezas de todos quienes la habitan. 

‘El tejido de los días’ es, a modo de resumen, una novela que tiene mucho de costumbrista, pero en la que cabe también la tragedia, el romance y la crítica social. Y, sobre todo, es una historia de mujeres que se atrevieron a romper con el destino que aquella sociedad de posguerra les había marcado.