Murchante

Fallado el XVII Certamen de Relatos ‘Pilar Baigorri’ de Murchante

El primer premio en la categoría general se va para Argentina.

Inés Lucía Blackie
photo_camera Inés Lucía Blackie es la autora del relato ganador ‘Chocafé’

Una vez reunido el jurado del XVII Certamen de Relatos ‘Pilar Baigorri’ Murchante 2020, formado por Rafael Rodríguez Nolora, Manuel Arriazu Sacia, Sara Abascal Gómez, Olga Blanco Cacho, Cristina Sádaba Elizondo y Amparo Medina-Bocos, como Presidenta de Honor, ha seleccionado los dos trabajos ganadores en las respectivas categorías general y local de un total de 1.160 relatos presentados.

La ganadora en la categoría general ha sido Inés Lucia Blackie (natural de Córdoba, Argentina), con el relato titulado ‘Chocafé’ por el cual recibirá un premio por valor de 1.8000€ y una placa conmemorativa.

Por su parte, la murchantina Yolanda Cantalejo Gómez se hizo con el premio local gracias a su obra ‘Hoy va a ser un gran día’. La cuantía de dicho premio son 400€ y una placa conmemorativa.

La entrega de los premios, prevista para el día 6 de noviembre, en la Casa de Cultura de Murchante, coincidiendo con las Fiestas del Cristo de la Buena Siembra, ha sido suspendida a causa de la actual situación de emergencia sanitaria.


Texto relato ganador general

Chocafé 

Al principio es picante pero cuando explota la boca se llena de una mezcla de chocolate y café, entonces no dan ganas de tragarlo ni de morderlo sino de tenerlo un rato hasta que el gusto se pega en el paladar. Eso le dice Pollera Amarilla mientras la mira desenvolverlo. Después le pregunta de dónde es y ella dice que su casa estaba cerca de un puerto, su mamá la llevaba ahí a vender mangos sobre una manta que ponía en el suelo, le hacía repetir “estaba la Catalina...” porque decía que era importante ejercitar la memoria y ella estaba cansada de pasarse el día sentada ahí con ese olor a pescado, pero ahora qué más quisiera que estar con su mamá y se le nublan los ojos sobre los cuadrados del piso que marean como si giraran hasta volverse redondos. Tenelo en la boca y sentí el gusto, no pensés. Sólo tenés que portarte bien. Dale, yo te ayudo a ponerte lo que te dieron y a pintarte. Entonces ella piensa que Pollera Amarilla es como una segunda mamá o casi porque tiene doce y ella siete. Un frío como de vidrio se le rompe adentro cuando le sube esa bombacha que deja la cola afuera. El corpiño que le aprieta las costillas, el vestido corto, la pintura de labios y los tacos pasan como en una pesadilla de la que no puede escapar, para qué le sirve ahora ejercitar la memoria “sentada bajo un laurel” con los pies clavados en el mismo cuadrado blanco como cuando formaba en la escuela. Pollera Amarilla le dice esto para el valor dándole un trago y hacé lo que te diga y pensá en el sabor del chocafé. Pero ella no puede pensar en nada, sólo quedarse dura con los ojos cerrados mientras intenta recordar las manos de su madre para no sentir estas otras manos. Y muerde el chocafé que Pantalón Negro le da cuando se sube el cierre y se va, lo muerde como si haciéndolo deshiciera su propio cuerpo que ahora le da un asco del que no puede salir ni repitiendo muchas veces “la frescura de las aguas al caer”. 

Mira los arabescos enmohecidos del resumidero del baño, dicen que el agua se va por unos caños que pasan a otros caños más grandes y de ahí llega hasta el río, pero ella no puede irse con el agua porque Pollera Amarilla la está ayudando a lavarse entre las piernas. Los cuadrados del piso que la llevan de vuelta a la cucheta están cuarteados como si la tierra se abriera para tragarla pero no. Pollera Amarilla dice mientras pasa el peine por su cabeza que se vaya acostumbrando a ese pantalón, es de venir seguido cuando hay una nueva y que tiene suerte porque no es de los que pegan fuerte. Vení que te pinto, siempre como nueva dice y que más tarde les van a pasar películas de otras chicas para que aprendan y no dice más nada porque Pantalón Gordo abre la puerta y la llama, pero antes de irse ella pone en su mano otro chocafé. 

“Deténgase usted soldado” se dice con la mirada vacía en el envoltorio antes de abrirlo. No sabe que se lo regaló ayer Pantalón Gordo que tiene muchos en los bolsillos igual que Pantalón Negro y que los dos están reunidos ahora con otros hablando de esa publicidad de la del peluche en los brazos abriéndolo como ella lo hace ahora y poniéndoselo en la boca mientras mira a la cámara que le hace un primer plano. Cámara que dibuja una bicicleta sobre la pantalla para la próxima campaña de zapatillas. Zapatillas que pega una tras otra Pantalón Gastado hasta que se le cierran los ojos lejos, muy lejos de donde ella está y masticando también un chocafé, el último que le queda antes de ir a dormir, como ella, en la cucheta de abajo. 

Pantalón Gastado tiene diez recién cumplidos o eso cree según las marcas que hace con un lápiz en la madera de la cama de arriba, una antes de dormir y cuántas más hará se pregunta y también qué fecha es hoy, “treinta días tiene noviembre con abril junio y septiembre” repetía su abuelo cada vez que él le preguntaba cuándo termina el mes, qué será de su abuelo sin los recortes de pan que él le conseguía, sin ese vino que le compraba de vez en cuando, estará ahora también acostado y piensa, como ella, que no quiere morir en ese lugar oscuro y que tiene que haber una forma de escapar de esa vida en la que la cabeza y la voluntad se hunden y cada vez cuesta más recordar y animarse. Sobre todo ahora que duerme menos porque hay más demanda de zapatillas, y también de chocafé. Eso dice Dueño de la Cámara a orilla del mar, más demanda gracias a él, mientras abre una lata de cerveza y pantalones cortos lo escuchan. 

Entonces Pantalón Corto Rojo toma un puñado de arena del suelo y desgranándolo mira el vaivén de las olas y calcula cuántos días le quedan de vacaciones antes de su campaña electoral. Pocos, se dice, para volar de vuelta a su país, muy pocos para seguir ahora la conversación de los otros pantalones cortos que hablan de las nenas que llegaron ayer, tan dóciles las asiáticas dice uno y otro fogosa se pone una caribeña de ocho cuando aspira, y él se hunde a nadar en la marea alta hasta que le duelen los brazos. 

Sale del agua como nuevo. La brisa ácida se le pega en la cara. Que vuelve en quince días le avisa por teléfono a su mujer que acaba de abrir el envoltorio de un chocafé para los ojos verdes que esperan junto a ella y se le parecen, también la frente, ancha y pálida y los delgados cabellos que le llegan hasta los hombros. Igual a su mamá cuando tenía siete dice el abuelo y ella sentada en el sillón, con los pies que no le llegan aún al suelo, demora el sabor en la boca con los ojos cerrados. 

Inés Lucia Blackie

Reseña biográfica de la autora: 

Inés Lucía Blackie nació en la ciudad de Santa Fe (Argentina) en 1966. Actualmente vive en La Calera, en las sierras de la provincia de Córdoba. Trabaja como docente en la Escuela Primaria Juan Minetti y en el IPEM (Instituto Provincial de Enseñanza Media) 302 Ingeniero Dumesnil. Participa en la organización del encuentro de literatura negra Córdoba Mata que se desarrolla en el marco de la Feria Internacional del Libro y la Lectura de Córdoba. 

Ha obtenido el Premio de Poesía para Autores Inéditos de la Municipalidad de Córdoba (1997), Mención en el Concurso de Poesía de la Universidad Nacional de Córdoba (2005) y, recientemente, Mención en el IX Concurso de Poesía Picapedreros de Zaragoza (2019). Su primera novela, “Año nuevo” fue primer finalista en el Concurso de Relatos de Crimen Medellín Negro, en 2012. En 2019 publicó su segunda novela, “La pesadilla de Dios”. 


Texto relato ganador local

Hoy va a ser un gran día 

Lema: Granada 

Y por fin llegó el gran día. El más emocionante en la vida de toda niña: ¡su cumpleaños! Llevo semanas preparando una fiesta para mi hija, que espera impaciente este momento. Hasta ahora siempre me había tocado trabajar, pero después de un sinfín de peticiones, he conseguido tener el día libre. Estamos entusiasmadas porque podremos pasar la tarde juntas. Así que, alegría al cuadrado. Ella se ha convertido en el maravilloso centro de mi existencia, y haría cualquier cosa por su felicidad. 

Mi deseo es que estudie para que tenga un empleo digno, y no haga como yo, que trabajo más que una mula por un sueldo miserable. Las cosas en la empresa cada vez pintan peor, exigiéndome una disponibilidad total que me provoca, entre otras cosas, ansiedad. ¿Por qué aguanto? Soy muy válida y podría dedicarme a cualquier cosa que quisiera. Aunque no estar en el paro sea una suerte en estos tiempos. En fin. 

Aprovecho que está en el colegio para ultimar los preparativos. He seguido sus gustos planificando hasta el detalle más pequeño. Será una celebración inolvidable.
Ya tengo casi todo colocado. Los globos campan a sus anchas llenando la casa de colores, el olor a bizcocho se extiende perfumando las habitaciones y los pastelitos esperan pacientes en sus molones platos a ser devorados. 

Me he esmerado en especial con la merienda. Como buena golosa, soy aficionada a la repostería. 

Estoy en la cocina retocando con sirope de fresa su tarta preferida. Me encanta cómo está quedando. Queda feo que lo diga, pero esto se me da muy bien. En rebajas, aprovecho para comprar algún utensilio que permita mejorar la presentación de mis dulces. De hecho, fantaseo a menudo con la idea de montar una pastelería y dejar mi trabajo de mierda. De ilusión se vive. 

¿He dicho ya lo feliz que me siento? 

Ando tan concentrada en mi tarea, que no oigo el móvil. Mientras limpio mis manos, miro quién llama. No me lo puedo creer: ¡es mi jefe! Se me hace un nudo en la garganta. Dudo si cogerle, pero no tengo más remedio. 

- ¿Diga?
- Debes sustituir a un compañero. No hay nadie más disponible.
- Pero... es mi día libre. En unas horas celebro el cumpleaños de mi hija. - Cuento contigo.
- Es que... no puedo ir... es su cumpleaños. 

- No es mi problema. Si quieres conservar tu trabajo, debes venir ya. 

Fundido a negro. Sus frías palabras resuenan huecas. Algo hace click en mi cabeza y, de repente, todo cambia. Lo veo clarísimo. No puedo ir y no quiero. Tengo buen carácter, pero si me agitas, salpico como la gaseosa. Me bastan décimas de segundo para decidirme. Sin pensarlo, echo mano a la pistola y salgo disparada. Vuelo en mi coche, cogiendo la autopista al infierno con AC/DC a todo volumen. A veces tengo sensaciones que no sabría explicar. Me sacuden por dentro y hacen que tome decisiones que no se entienden. Pero que a la larga me demuestran ser las correctas. Ese impulso me coge la mano, y yo me dejo llevar. 

Llego a la fábrica. Con mi pase accedo a su despacho en un momento. Abro la puerta sin llamar y allí está, parapetado tras su enorme mesa, el abusón. Nadie se lo dice aunque todos lo piensan. Me observa con cara de no saber muy bien qué pasa. Yo tampoco. Sólo sé que no hay marcha atrás, y que es imposible pararme porque he perdido el control de mí misma. ¿Locura transitoria lo llaman? Temblando, meto la mano en el bolso y saco la pistola. Le acabo de dar un susto de muerte porque no dice ni mu. Él me mira alucinado. Yo me siento eléctrica. ¡Rock and roll! Empiezo a disparar. El corazón me palpita tan fuerte que se me va a salir por la boca. ¡Joder!, no atino. Cómo estoy dejando todo. Calculo que nos separan tres pasos, así que me acerco más. 

Ahora sí, apunto al pecho, que es donde más estropicio puedo causar. Su cara desencajada denota que está cagado de miedo.
Actúo muy rápido porque debe darme tiempo a escapar. Vacío el cargador: le disparo hasta en cinco ocasiones, suficientes para que me respete para siempre. Una risa histérica me posee. No volverá a llamarme jamás. El rojo se extiende, tiñendo su carísima y blanca camisa. ¡Uy! Me acabo de quedar sin munición. Echo un vistazo a la oficina, que ha quedado hecha un asco. El instinto me avisa: ¡escapa! Guardo mi arma y me voy tan contenta, dejando un dulce reguero a mi paso. Esta pistola funciona mejor de lo que pensaba, y eso que no tenía muy buenos comentarios en la página web donde la compré. 

Mi hija va a regañarme, lo sé. ¿Dónde quedaron mis finos modales?
Pero es que esa no es su madre. Su madre real se recompone camino de la salida: aquí no ha pasado nada. Me cruzo con el conserje: 

- Una desquiciada está disparando sirope de fresa con una pistola de repostería al gerente de la factoría. Yo me marcho, no me vaya a dar. 

De regreso a casa, una calma extraña me acompaña, pensando que ha resultado más fácil de lo que imaginaba. Había cruzado una línea y cerrado un círculo. Me pregunto si la niña que vive en mí aún sigue viva. Ha estado encerrada tanto tiempo... La libero y recupero de golpe los sueños que dejé atrás al crecer. Sonrío. Ahora sí, comienza mi nueva vida. 

Yolanda Cantalejo Gómez