El hombre es su palabra

Señor, Tú todo entero viniste a redimirnos.

En la muerte, dejaste tu victoria;

encendiste la luz para la Gloria

y en esa luz, nos gustará morirnos.

Antes de Ti, la muerte fue castigo;

el hombre en su soberbia lo exigía.

Mas Tú viniste y en tu pecho ardía

ser de la vida eterna fiel testigo.

¡Tuviste que morir!... Y regresaste

cantando el himno de tu gran porfía.

La muerte ya no es vuestra, ¡sólo mía!

Y en la victoria dejo mi estandarte.

En la hora final vendrá a buscarte.

¡Él será ante la muerte vuestro guía!