El cambio de hora, ¿ahorra energía?

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La normativa de la Unión Europea establece que cada año, el último domingo de marzo a las dos de la madrugada (hora peninsular), los relojes deben adelantarse una hora para que sean las tres. Se trata de una norma instaurada en 1974 como consecuencia de la crisis del petróleo, que no sólo puso de manifiesto la dependencia de las sociedades más avanzadas de este material, sino que animó a adelantar la hora con la llegada del verano. La próxima madrugada del sábado al domingo, 27 de marzo, perderemos la hora que ganamos el último domingo de octubre (ese día los relojes se atrasaron de las tres a las dos de la madrugada) para aprovechar la luz solar y gastar menos electricidad, pero: ¿hasta qué punto se ahorra energía? ¿afecta al organismo este cambio horario?



La Unión Europea llegó en 1999 a la conclusión de que era positivo el adelanto horario después de estudiar un amplio informe que encargó a la consultora Research Voor Beleid, que exponía argumentos positivos como que, gracias al adelanto horario, las personas podrían estar más tiempo al sol y por lo tanto, aprovecharse de sus efectos beneficiosos, como la asimilación de vitamina D, las actividades de ocio al aire libre o practicar deporte en la calle. De esta forma -según el estudio- se reduciría el estrés y se podría combatir la vida sedentaria y la obesidad. Por estas mismas razones, se dedujo que el sector de ocio y turismo salía ganando con la adopción del horario de verano. Por otro lado, también se arguyó el beneficio psicológico en términos de seguridad que supone volver a casa cuando todavía es de día, sobre todo en las personas mayores o en los niños.



Se estudió el posible efecto perjudicial de formación de ozono, que podía aumentar al exponerse los contaminantes de los coches una hora más a la luz solar. Sin embargo, se vio que las diferencias de concentración de ozono eran insignificantes y tampoco incidía de forma negativa en la agricultura.