En el pueblo de Belem
dicen que ha nacido un Niño
y hasta allí se han acercado
unos cuantos pastorcillos
por llevarle de Navarra
unas botellas de vino.
Le han gustado los colores
de las botellas al Niño.
Blancas, rosadas, rubíes...
Y el Niño, que es muy cumplido,
le ha regalado a Melchor
la blanca, a Gaspar le ha dicho
que se beba la rosada
y a Baltasar, con un guiño,
que se tome la rubí,
la que pone “vino tinto”.
Tras probarlas, los tres Reyes
mucho lo han agradecido,
y al Niño le han comentado
que vale el navarro vino
más que el oro, incienso y mirra
que del Oriente han traído.
Imaginarse no pueden
la juerga que se han corrido
los Reyes y los pastores
tras de comerse unos pinchos
regados con las botellas
de aquel vino navarrico.
Como querían los Reyes
emprender pronto el camino
de regreso, los pastores
presto les han convencido
de que no era buena idea,
aunque nada han entendido:
“les arriendo la ganancia
-han dicho los pastorcillos-
si les paran los Forales
y, al soplar, dan positivo”.
Entre abrazos y contratos
que han concertado allí mismo,
el Niño ha tomado nota,
pues conoce su destino,
y, en una agenda electrónica
ha dejado por escrito:
“En las Bodas de Caná,
cuando todo esté bebido
y haga mi primer milagro
transformando el agua en vino,
el vino ha de ser navarro,
que es el mejor de los vinos”.
Pepe Alfaro