Tudela

Que la vida no me sea indiferente

Recuerdo las fiestas de Tudela en mi infancia, como días de alegría y música, de encuentro, amistad, visitas de familiares venidos de otros lugares, de aroma a horneado de cafareles y pastas recién hechas, de charangas, de olor a albahaca y cera derretida, de zapatillas perdidas a la carrera en la Revoltosa, de gigantes y cabezudos, de carritos con helados, de madrugadas de encierro, de fuegos artificiales, de transgresión de horarios, de estallidos de blanco y rojo, de verbenas, de puertas de casa abiertas y almuerzos en la calle sin número fijo de invitados. Cualquiera que anduviera cerca, compartía los alimentos. La fiesta incluía la hospitalidad como esencia de la misma.

Hoy, aunque las fiestas han cambiado, conservan su esencia: transgresión, alegría, música, almuerzos, calle, hospitalidad... Me pregunto, sin embargo, si nuestra hospitalidad se ha hecho más selectiva. Si hemos hecho de la fiesta un disfrute de élites. No en vano, a partir de ahora, la Directiva Europea, esa que las ONG y colectivos sociales han denominado “Directiva de la vergüenza”, podrá amargar las fiestas a numerosas personas. En nuestra ciudad, el mestizaje es un hecho, pero habrá personas que aquí habitan, que no podrán recibir a sus familiares ni compartir almuerzos, otras que podrán ser expulsadas o encerradas 18 meses, incluso niñas y niños, ¿por delincuentes? no, serán seres humanos criminalizados por su situación irregular administrativa, por el único delito de haber nacido en países pobres o en guerra e intentar buscar su sueño a nuestro lado. Llegarán por sus propios medios, o en cayucos, o a través de mafias, y sus sueños no se sentarán a nuestra mesa ni se rodearán de fiesta y de ternura, se golpearán con la Directiva. Que no sea con nuestra indiferencia. Que la vida no nos sea indiferente y podamos seguir disfrutando unas fiestas sin número fijo de invitados