Tudela

Orígenes de la Navidad

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Saturnalia. Así se llamaba una de las fiestas anuales de mayor importancia en la antigua Roma. Se celebraba aproximadamente desde el 17 de diciembre hasta el 24 del mismo mes, culminando el 25, cuando se festejaba la llegada del Sol Invictus, o Sol triunfante, que simbolizaba el ascenso del astro en el cielo tras su decadencia otoñal. El caso es que las Saturnales consistían en una serie de días consagrados al dios Saturno, al que se representaba generalmente como un gigante anciano pero poderoso, personificación del tiempo que avanza inexorablemente, y que portaba una hoz o guadaña, a fin de resaltar su cualidad de dios agrario. En algunos casos incluso se le daba el apodo de Sterculius = “el del estiércol”, al atribuírsele haber inventado el uso del abono en los campos. Asimismo, siguiendo el modelo de su equivalente griego Khronos, se decía que, una vez asentado como dueño del universo, temía ser destronado por alguno de sus hijos, por lo que los devoraba nada más nacer, aunque el menor de ellos (conocido como Zeus o Júpiter) logró escapar, derrotando a su padre y ocupando el dominio del mundo en su lugar. Al margen de ello, las fiestas Saturnales consistían en unos días de alegría y celebración, pues se suponía que durante el reinado de Saturno había transcurrido la Edad de Oro de la humanidad (un tiempo ideal de felicidad, paz y abundancia), lo que suponía que por aquellas fechas debía reinar la concordia entre todos los seres humanos. Amigos y familiares intercambiaban regalos y se juntaban en grandes banquetes, en los que se consumía gran variedad de dulces. Incluso los siervos o esclavos gozaban de una cierta libertad, y les estaba permitido quejarse públicamente de sus amos. Finalmente, el 25, cuando los días volvían a alargarse lentamente, se consideraba que el Sol había “nacido” de nuevo, iniciando un nuevo ciclo. A la vista de todo ello, resulta evidente la gran semejanza de este tipo de celebración con nuestras Navidades. Y en efecto, disponemos de diversos documentos en los que se confirma que, hacia el siglo IV, cuando el Cristianismo pasó a ser la religión oficial de Roma, las autoridades decidieron reconvertir deliberadamente las Saturnales en la celebración del nacimiento de Cristo, ante el enorme arraigo de estas fiestas y la imposibilidad de suprimirlas.

Profundizando más allá en el tema, el conjunto simbólico formado por la figura de un anciano gigante asociado al tiempo y las tareas del campo, que tiene relaciones complejas con los niños, y que se vincula con el solsticio de invierno y la celebración de unos días de fiesta e intercambio de regalos, parece tener raíces sumamente antiguas en la cultura europea, sin que debamos atribuirlo a los romanos en concreto, quienes, como ellos mismos reconocían, lo habían tomado de sus ancestros más remotos. Sin ir más lejos, ahí tenemos todavía la figura de Papá Noel, popularizada hoy en día por la sociedad de consumo, pero que se inspira en el enigmático San Nicolás de Bari, y que se representa como un anciano de barba blanca como a Saturno, aunque en este caso manifestando una actitud completamente diferente hacia los niños (quizás por haber pasado el filtro cristiano), pues se le atribuyó la capacidad de sanar niños enfermos, a los que ayudaba también con regalos. En otro nivel simbólico, las figuras de los Tres Reyes Magos repiten igualmente el esquema del hombre anciano perteneciente a una raza superior, que trae cosas buenas a los infantes.

El Olentzero resulta ser el último superviviente de una raza de gigantes

Acercándonos más a nuestra zona, en el norte de España sobreviven diversas tradiciones navideñas autóctonas, que recuerdan poderosamente el mismo modelo mítico. Por ejemplo, en el norte de Navarra y este de Guipúzcoa (y en la actualidad popularizado en todo el ámbito vasco-navarro), se asienta la tradición del Olentzero u Onentzaro, que hace referencia a un leñador grande, grueso y anciano —a veces incluso se trata de un gigante—, y con la cara tiznada de hollín, que baja del monte para repartir regalos a los niños. En ocasiones es representado con una hoz, igual que Saturno, y por el contrario resulta fiero y agresivo, llevándose a los niños en el saco. Pero otro de los detalles que más lo acerca al viejo dios romano es su propio nombre, ya que su forma originaria, Onentzaro, proviene del euskera onen = “lo mejor”, y -(tz)aro = “época”, lo que en conjunto significa literalmente “época o tiempo de lo mejor”. Es decir, básicamente la misma idea que la mítica Edad de Oro en la que reinó Saturno-Khronos. Para finalizar el repaso al personaje, recordemos que, en una de sus leyendas mejor conservadas, el Olentzero resulta ser el último superviviente de una raza de gigantes, que vivieron en un tiempo en el que todavía no había una sola nube en el cielo (de nuevo un elemento de la Edad de Oro, pues también Saturno pertenecía a la raza de los Titanes o gigantes de tiempos pasados), pero que huyeron en desbandada ante la llegada de Jesús, lo que plantea un paralelismo con el Khronos-Saturno destronado como señalamos al principio por el dios Zeus-Júpiter, el cual había sobrevivido igualmente a una matanza de niños, de la misma manera que Cristo había escapado a la persecución de un Herodes que tampoco quería ser destronado.

En la región occidental de Cantabria, todavía sobrevive el personaje denominado «Esteru», de aspecto y atribuciones idénticas al Olentzero navarro-guipuzcoano, y que tiene otro paralelo en el «Apalpador» o «Pandigueiro» gallego. De este último se dice que es un carbonero gigante, que baja del monte trayendo castañas a los niños que ve mal alimentados. En Cataluña y Aragón el mito se ha reconvertido en el «Tió de Nadal» (del antiguo tión = “viejo solterón”), al que se representa como un tronco de leña que se llena de regalos. Así pues, parece muy razonable pensar que todos estos personajes no son sino los últimos supervivientes de un antiguo ritual pagano, muy extendido en el pasado por la geografía española, y que se entroncaba en una tradición de orígenes remotos todavía más difundida por Europa. Esteru cántabro. Olentzero vasco-navarro. Apalpador gallego. Tió catalano-aragonés. Saturnalia, Navidad, Olentzero... ¿De dónde pudieron surgir estas historias? Repasando en conjunto todos los testimonios y variantes, cabe reconstruir un mito común surgido en tiempos tal vez neolíticos (desde el 8.500 a.C.), aunque con raíces incluso anteriores. En principio, los días del solsticio de invierno son en el clima de esta tierra una época en la que, como consecuencia de producirse el mínimo de actividad de la vegetación, las labores agrícolas se reducen significativamente. Atrás queda la faena de la siega, la recogida de frutos otoñales, así como la siembra del cereal del año siguiente, que ya empieza a brotar tímidamente. Era un momento en el que las familias campesinas tradicionales tenían los almacenes todavía llenos, por lo que podían permitirse el lujo de hacer buenas comidas, y en la que el frío invitaba a permanecer mucho tiempo en el interior de las casas, al calor del fuego de leña.