Fitero

La historia se repite

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Recuerdo bien un momento en el que, hace cuatro años, escribiendo mi primera novela sobre los Banu Qasi, relataba la dramática evacuación de Tudela ante la llegada inminente del poderoso ejército cordobés. Trataba de ponerme en la piel de aquellos primeros habitantes de la Tutila musulmana, intentaba imaginar lo que podían llegar a sentir al ser incapaces de garantizar la seguridad de sus esposas e hijos, la zozobra de aquellas mujeres con sus pequeños en brazos, atenazadas además por el miedo a que su hombre cayera en la batalla. Hacerlo así era necesario para trasladar esos sentimientos al lector a través del relato.



Contaba como, tras el paso de las tropas, el entorno de la ciudad quedaba arrasado, sólo las brasas humeantes recordaban lo que habían sido prósperas fincas de cultivo, los ganados habían sido arrebatados y los árboles talados. Costaba esfuerzo imaginar el sentimiento de pérdida y desolación que debieron de sentir aquellos hombres y mujeres que fueron nuestros antepasados. Para dar mayor dramatismo a la situación, ubiqué aquel ataque a la Tudela musulmana en el momento en que sus habitantes cristianos se disponían a celebrar la Navidad.



Pensaba entonces en lo diferentes que eran las cosas en la actualidad, en la relativa seguridad en que se desenvuelven nuestras vidas, en qué distintas eran ahora nuestras preocupaciones. Era necesario hacer un esfuerzo de imaginación para ponerse en la piel de aquellos tudelanos que debían abandonarlo todo, renunciar a cuanto conocían y cuanto poseían, para enfrentarse a una nueva vida en otro lugar.



Hoy, cuatro años después, ese esfuerzo de imaginación no hubiera sido tan necesario. Vivimos también inmersos en una crisis inesperada, cuyas consecuencias están siendo dramáticas para muchos. No sé si es comparable con lo ocurrido hace mil doscientos años, pero también hay conciudadanos que han perdido su forma de vida, que se enfrentan al desahucio, que tienen dificultades para proporcionar a los suyos lo necesario, que afrontan esta otra Navidad sin un lugar abrigo en el que pasar la noche.



Hoy los poderosos no envían a sus ejércitos, al menos no por estas latitudes, pero disponen de armas más mortíferas si cabe, que ahora llaman agencias de calificación o primas de riesgo, con las que son capaces de quitar y poner gobiernos, o en cualquier caso obligarlos a gobernar bajo su dictado. Como entonces, y por primera vez en décadas, los padres tememos no poder garantizar un futuro mejor que el nuestro a la generación que nos sucederá.



Pero si alguna lección podemos extraer de la Historia es que la Humanidad siempre ha salido reforzada de sus grandes crisis. También la vieja Tutila, tras aquella tragedia para sus habitantes, resurgió con fuerza inusitada, como nos cuentan los cronistas de la época: “…e hicieron del monte de Tudela una ciudad fortificada, la cual creció y se convirtió en espina en las fauces del enemigo”. Podemos imaginarlos regresando a una Tudela arrasada y, con un esfuerzo supremo, con la rabia y la fuerza que proporciona la necesidad, empeñarse en volver a alzar los muros de una ciudad mejor. Quizá aquella rabia que ayudó a reconstruir los muros de Tutila se parezca a la indignación que muchos hemos comenzado a sentir en los últimos tiempos. Y quizá sea esa indignación, bien canalizada, la que nos ayude a salir de esta crisis, pero por la salida que conduce hacia una sociedad más justa y democrática, más responsable y menos manejable, que se convierta como entonces en espina en las fauces de quienes quieran dominarla para su beneficio.



Mientras llega ese momento, os deseo que paséis la mejor Navidad de las posibles.