Tudela

El origen de la tradición

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El primer cohete, en San Jaime

Cada 24 de julio, a las doce del mediodía, todos los tudelanos tenemos una cita en la plaza de los Fueros a la que muy pocos se resisten. El día 25, a las ocho de la mañana, los más valientes se ponen delante de las astas de los toros que protagonizan el encierro. El 26, numerosas comparsas de gigantes y cabezudos bailan al unísono en la plaza de los Fueros. Al día siguiente, a las 21.30 horas, un torbellino de gente y una nube de chispas nos avisan de que el toro de fuego ha salido a la calle. El 28, alrededor de la medianoche, nos asomamos a la orilla del Ebro para disfrutar de la colección de fuegos artificiales. El día 29, danzamos alrededor del quiosco al ritmo que marca la Revoltosa. Y el 30, a la luz de las velas, decimos adiós a las fiestas entonando el pobre de mí.

Todos estos actos forman parte de nuestra tradición y de las fiestas en honor a Santa Ana, pero... ¿sabemos realmente lo que significan y cuáles fueron sus orígenes? El historiador Luis María Marín Royo trata de acercarnos a ellos en su libro “Costumbres, tradiciones y festejos”.

Figuras de cartón piedra

Se trata de la máxima concentración tudelana a lo largo del año y es que unas fiestas sin cohete, no serían fiestas. A las doce del mediodía, cada 24 de julio, la plaza de los Fueros se viste de blanco y rojo en espera de que dé comienzo la semana festiva.

El primer cohete lo hizo estallar Luis Garijo desde la plaza de San Jaime, como presidente y fundador de la primera peña que salió en Tudela con charanga, “Los Garijos”. Con el paso de los años, el acto fue tomando carácter oficial. El designado para prender la mecha fue un guardia y el escenario, la plaza de los Fueros. Sin embargo, el chupinazo tal y como lo conocemos en la actualidad se introdujo en Tudela en la década de 1950. Fiel reflejo del que se lanza en Pamplona, el cohete apareció por primera vez en el programa de Fiestas de 1954. Fue entonces cuando se introdujeron los tradicionaes vivas que cada año acompañan al disparo del cohete anunciador de las fiestas. Hasta 1981 se lanzaba en la Plaza Vieja, desde el balcón Consistorial y bajo el repique de las campanas de la torre catedralicia. Ese mismo año pasó a la plaza de los Fueros y, desde entonces, el balcón de la Casa del Reloj acoge este acto que se ha convertido en parte indispensable de nuestras fiestas.

De la necesidad de llevar los toros y vacas de los corrales hasta la plaza surgieron los encierros. El origen de estas carreras en Tudela se remonta a la Edad Media. En el siglo XII, el rey Alfonso I otorgó a la ciudad el fuero de Sobrarbe, en el que se prohibía expresamente correr la res destinada al matadero. Desde entonces, el encierro se realizó de forma esporádica. Los encierros reaparecieron en 1898 con un recorrido que iba desde los antiguos corrales de Sánchez, sitos en la cuesta de Loreto, hasta la calle San Marcial, donde se encontraba la plaza. De nuevo desaparece el espectáculo y no vuelve a ejecutarse hasta la construcción de la actual plaza de Toros, en tiempos de la República.

Como resultado del trabajo de un particular y con claro sentido religioso, aparecieron los primeros gigantes de Tudela en el año 1614. Estos personajes de papel-piedra se presentaron ante la ciudad en la procesión del Corpus del mismo año. Desde entonces, y salvo prohibición expresa de exhibir estos personajes durante el reinado de Carlos III, los gigantes formaron parte de todos los aconteceres de la vida religiosa tudelana. En cuanto a las fiestas, no fue hasta 1878 cuando aparecieron de forma ininterrumpida. Casi un siglo después, en 1973, la Orden del Volatín realizó la primera concentración de estos bailarines de altura bajo el lema “Navarra, tierra de gigantes”. Este año, esta peculiar reunión cumple su XXXII edición.

En la medianoche

Están pensados para los más pequeños, pero los mayores también disfrutan poniéndose al frente de las astas de estos particulares morlacos. Se trata del toro de fuego, un espectáculo cuyos orígenes se remontan varios siglos atrás. Cuenta la leyenda que la Batalla de Hélice la ganó el caudillo celtíbero Orisón tras lanzar contra las tropas de su oponente novillos con haces de madera ardiendo entre sus astas. En el siglo XVII, se soltaban toros con antorchas embreadas por las calles. Tiempo después, las antorchas pasaron a ser fuegos de artificio para acabar convirtiéndose en una manta de fuegos atados. En la actualidad, el toro de fuego es un animal inerte compuesto por una cabeza de cartón piedra y un cuerpo de acero con material pirotécnico. Así es como lo hemos conocido, primero el último día de fiestas y, posteriormente, cada noche festiva.

No sólo el espectáculo lo pone el toro de fuego. Desde 1838, las noches festivas cuentan con un atractivo más: los fuegos artificiales. Al principio se quemaban en la Plaza Nueva, hasta que un fallo en el artificio en 1914 provocó una catástrofe en la que fallecieron 11 personas. Tras este incidente, los fuegos fueron suspendidos hasta 1923, en que pasaron a ser lanzados desde la orilla del río Ebro.