Tudela

“Dos tristes cuatros”

Gran parte de las mejores sentencias profanas que ha legado el Hombre se deben a Oscar Wilde, quien afirmó que la vida nos da lecciones cuando ya no las necesitamos. Algo parecido observó el admiradísimo Fernando Lázaro Carreter, cuando, en un amargo y tardío lamento, confesó que fumar había sido la mayor estupidez que había hecho durante toda su vida. Y lo peor de todo esto es que dicha estupidez no es un suceso, como tomar una decisión, sino un proceso, como pensar indefinidamente qué decisión tomar. Por lo tanto, el fumador se pasa la mayor parte del tiempo que le queda haciendo el gilipollas. Así las cosas, uno, que lleva fumado lo suyo porque es un gilipollas del quince, tiende a leer el Diario de Noticias antes que el Diario de Navarra, pues, en el primero, el obituario es rotundamente más parco en ex-fumadores. El lector medianamente sagaz seguro que me entiende.

En cierto, saludable y foral concurso de relatos breves sobre el nefasto hábito tabáquico se exige como requisito para participar no ser fumador. ¡Los fumadores no pueden participar en unas justas literarias sobre el tabaco! Esto ya es pasarse, oiga. Me dan ganas de decir lo que advierten los fumadores, eso de que las Autoridades Sanitarias pueden ser perjudiciales para la salud. Además, quien ha dejado de fumar, de fumar de verdad, se entiende, sabe perfectamente que será un fumador el resto de su vida, como sucede con el ex-alcohólico, pues en ambos casos, no hay esquina donde no se oculte el traidor demonio de la recidiva. Según este razonamiento, aquí sólo podría participar la gente que nunca ha fumado; aquella que no tiene ni la menor idea de qué es levantarse por la mañana con la lengua pegada al paladar por el amargo esmegma de la nicotina; que nada sabe acerca de las limitaciones estéticas y físicas que el tabaco, más temprano que tarde, siempre produce; que nunca ha sufrido en primera persona y casi todo lo ignora acerca de la lucha sin tregua que los fumadores mantienen con su maldito hábito. Probablemente, la mayoría de los afortunados que nunca fumaron han sufrido viendo cómo titilaban las últimas brasas de sus fumadores más queridos, pero poco más pueden saber sobre el puto tabaco. De cajón.

Wilde tiene mucha razón cuando afirma que la vida nos da lecciones cuando ya no las necesitamos. Sin embargo, en más de una ocasión he contrariado este aforismo, pues puedo ser fumador y gilipollas, pero no un necio. El que no aprende de los errores de los demás y de los suyos está tan ciego y se embrutece tanto como los afectados por el "mal blanco" de Saramago. Pero también he visto a familiares, amigos, conocidos y saludados dejar de fumar por el método que se profetiza en las esquelas de sus últimas cajetillas, y, al día siguiente, ser noticia en el Diario, esta vez a secas.

Entonces... ¿A qué espero? ¿A que cambie mi coyuntura personal? ¿A que mis problemas se resuelvan? ¿Al momento adecuado? ¿Y cuál es ese anhelado momento si puede saberse? ¿El treinta de febrero? ¿Cuando me sacuda un ictus y no pueda ni sonarme los mocos? ¿Cuando una presión en el pecho me haga sudar hielo y preludie mi primer infarto? ¿Cuando no tenga el resuello necesario para salir airoso de un encuentro lúbrico? ¿Cuando escupa sangre? ¿Cuando mee rojo? ¿O cuando el enfisema me impida pasear hasta el estanco? Admirado y releído Oscar, esta vez tampoco te vas a salir con la tuya. Y no te apuestes nada, que no es la primera vez que se gana un órgado a pares con dos cuatros.

Sociedad Navarra de Medicina de Familia y Atención Primaria

Creo que estoy apagando uno de mis últimos cigarrillos, pero antes de la contrición confesaré. Hoy, entre paciente y paciente, he ido un par de veces a fumar al vestuario, a hurtadillas, como un robaperas. Después, ya en la consulta, he examinado atentamente el fondo de los ojazos de una joven cuya espontánea sonrisa dejaba entrever unos dientes inmaculados (es imposible que esa boca tan hermosa tenga sólo 32 piezas, he pensado). Estoy seguro de que ha sabido inmediatamente que su médico fuma. Se nota en el tinte lúteo de los dientes, en el tufo de los cabellos y el vestido, en el hálito de la palabra cercana, en la cavernosidad de la voz... ¡Vaya que si se nota!

Ya en casa, dormitando, me ha pasado como al alter ego de Bob Fosse -cuatro paquetes al día, que se dice pronto- en All That Jazz. De pronto, estaba en un pasillo de mi hospital y, a medida que caminaba, aparecían de la nada, uno a uno, compañeros y allegados que me susurraban al oído, desde atrás y silabeando sus palabras, lo que mi inconsciente consciente lleva tiempo impidiéndome reconocer. Mi madre espetó que soy un cernícalo y que le estoy poniendo la cocina amarilla; el urólogo me amenazó con el fantasma del gatillazo y el neurólogo con las damoclianas espadas del infarto cerebral, la afasia, la apraxia, la agnosia y la hemiplejía; el digestólogo me puso ante las narices una úlcera rodeada por algo de estómago dentro de un frasco con formol mientras me flagelaba con su endoscopio; el oftalmólogo cantaba el tómame o déjame de Mocedades, hecho que no supe interpretar; lo que dijo la oncóloga, poniendo cara de mala malísima, me erizó hasta el flequillo; mi futura ex----novia se reafirmó como tal y regaló al neumólogo un antológico y enroscado beso; dos cardiólogas contaban hacia atrás, con tétrica monodia, los latidos que me quedan hasta el pitido final; el radiólogo pretendió hacerme el boca a boca, sin duda algo insólito, pero le finté a tiempo y evité sus belfos labios; y todos los internistas habidos y por haber corearon que yo era un enfermo sistémico, e-res-un-en-fer-mo-sis-té-mi-co, repetían, entonando las primeras notas del Confutatis del Requiem de Mozart (usaron el tempo de Karl Böhm, mucho más solemne y mucho más de muertos que el de Karajan), que en su versión original reza ...flammis acribus adictis... (entregados a las crueles llamas). A que acojona, ¿eh? Quienes no aparecieron fueron el taxidermista y el sepulturero, uno porque es una especie en extinción y el otro porque estaba enterrando a un fumador, otra especie en extinción, según se me informaba perpetuamente por la megafonía... He despertado chorreando y expectorando hasta la carina. Hay que ganar esta partida, me he repetido, hay que ganar esta partida aunque sea con dos tristes cuatros.

Han pasado veinticuatro horas desde el anterior párrafo y no he fumado. Han pasado tres días, sigo sin fumar y hasta el vino navarro me sabe bueno. Han pasado cinco días, sigo sin fumar, no he tosido y tengo 25 euros más. Han pasado siete días, sigo sin fumar y mi otrora futura ex-novia me ha dicho que soy un campeón. Han pasado dos semanas y me siento exultante.

Ahora sí... ¡Órdago a pares!