Dolor de ausencia
Venir hasta los sueños, regresar,
ser otra vez la niebla,
la luz, la lluvia de la infancia,
los juegos, la ilusión de entonces,
pensar en el amor cuando el instinto
es una esponja de su entorno,
una esperanza
colgada en las auroras
de la fuente más niña,
la que nutriera un tiempo
de regadíos impolutos
que el presente conjuga en su memoria.
Años, aquéllos, de paneles oscuros
en la piel azabache de los hombres,
pero por la pureza ilusionados
de quienes siembran en el aura
un horizonte de futuro.
Vivir, asirse a los relojes, acogerse
al pulso de las horas que se amparan
ante el latido de una adolescencia
crecida en el consuelo del mañana
y hace nuevo el paisaje, un espacio
de sucesivas formas y recuerdos,
vínculos con la savia de una tierra
donde el dolor de ausencia te devuelve
al juego existencial.
Ser otra vez niño,
un niño a quien la vida no le ha roto
los humanos juguetes de su anhelo.