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Dermatitis atópica: un problema para la salud

Su prevalencia se ha triplicado en España en los últimos 30 años y en la actualidad se estima que entre el 5 y el 15 por ciento de la población general padece esta enfermedad, una cifra que se acerca al 20 por ciento cuando se trata de niños. El estilo de vida occidental, la polución de las ciudades, los cambios ambientales que estamos presenciando en los últimos tiempos y la exposición temprana a pólenes, ácaros o alérgenos son, entre otros, los principales responsables de este espectacular incremento, al facilitar que muchas personas se vuelvan genéticamente susceptibles a la enfermedad. No en vano, los genes juegan un papel estelar en la dermatitis atópica: un individuo tiene un 40 por ciento de posibilidades de padecer este trastorno si uno de sus padres también la presenta, un porcentaje que alcanza el 80 por ciento cuando ambos padres están afectados. Y es que a pesar de que las cifras han crecido a gran velocidad, la dermatitis atópica sigue cargando con una cierta dosis de incomprensión y desconocimiento social. Aunque por sí misma no supone un peligro para la vida, su apariencia inofensiva, su duración prolongada, su reactivación injustificada y el impacto en el bienestar general de quien la padece, la convierten en un verdadero problema de salud pública.

Sus señas de identidad

Su tratamiento se basa en la utilización de cremas y pomadas para prevenir la aparición de brotes, retrasar la aparición del primero y, en definitiva, mejorar la calidad de vida del paciente.

La dermatitis atópica es una enfermedad crónica y recurrente de la piel en la que se intercalan periodos de empeoramiento y de mejoría y que se caracteriza por tres señas de identidad: enrojecimiento, picor intenso (prurito) y sequedad. A causa del prurito el afectado padece un malestar generalizado y un deseo casi constante de rascarse a menudo difícil de controlar, especialmente en niños; un rascado con consecuencias que pueden conducir a una sobreinfección.