Una familia ronda las posadas.
Pero no hay sitio. Nada hay sin dinero.
Y nadie necesita un carpintero
aunque las puertas sigan atrancadas.
Mientras unos no ven, otras miradas
escrutan espejismos con alero.
Vano intento pues siempre al forastero
las ilusiones se le están vetadas.
Quizás fuera un relincho o un mugido
o un olor a pesebre en el olvido
lo que guiara a aquellos soportales
a una mujer encinta y su marido.
Lo que es cierto es que a aquel recién nacido
le dieron su calor dos animales.
(Resulta extraño, pero todavía
se puede oír cómo cualquier adulto
utiliza con no poca alegría
la palabra “animal” como un insulto).
Pepe Alfaro