Tudela

Cuatro siglos de gigantes y cabezudos

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Al son de las chirimías

Las raíces de los gigantes tudelanos hay que buscarlas a principios del siglo XVII. En esa época, el vecino del municipio Felipe Terrén, platero de profesión, construyó, por cuenta propia, unas cabezotas de cartón sostenidas por unos bastidores de madera. Se trataba de unas débiles figuras que representaban a reyes y seres míticos.

En el año 1614, estas figuras aparecen por primera vez acompañando a la procesión del Corpus y de Santa Ana. Según el libro de cuentas municipales de ese año, además de los gigantes, también existía otra figura, llamada aytacharca o tarasca, que era una serpiente de enorme cola. Las cabezotas fabricadas por Terrén eran ocho: dos gigantes de blanco encarnado, dos de blanco amulatado, dos negras finas, y dos enanos blancos. El platero tudelano, que además dirigía todo este cortejo, cobró por su trabajo 12 ducados, ya que como reflejan los libros de la época “regocijaron aquellas por las danzas que hicieron”. También al año siguiente, estas exóticas figuras estuvieron presentes en la procesión del Corpus. Poco después, en 1616, aparece otra figura, según el Libro de Cuentas, que recoge el abono de 28 ducados a Felipe Terrén por sacar “los gigantes, aytacharca y un caballico”. El año siguiente, la comparsa sigue creciendo, ya que salen en las procesiones del Corpus, Octava y Santa Ana, “gigantes y ocho ingenios que anduvieron en ella regocijando la fiesta”. Se sabe que Felipe Terrén estuvo detrás de todas estas comparsas al menos hasta 1622.

Después de Felipe Terrén aparece en la historia de Tudela otro personaje, Francisco Gurrea, quien parece que fue el que más tiempo se encargó de danzar los gigantes, desde 1653, hasta 1708. Sólo un año se dejó de hacer el recorrido procesional: en 1659 se toma la decisión de suprimir la participación de la comparsa y destinar ese dinero a hacer un toldo nuevo para la procesión del Corpus.

Aunque estos gigantones nacen en un principio con una función, podríamos decir religiosa, ya que acompañan las procesiones, pronto se empiezan a utilizar también en actos profanos. En 1660, los gigantes acompañan a la gente a los toros, y al año siguiente, participan en los festejos profanos extraordinarios en honor a Santa Ana, festejos que se llevan a cabo por no haber perjudicado a los campos las grandes heladas, las crecidas del Ebro y en especial la del mes de junio “que no hay exemplar de semejante crezida”, se recoge en los anales.

Respetar los actos religiosos

Pero, ¿en qué consistía la danza de los gigantes? Aquí los documentos existentes llevan a confusión. En un principio, parece que bailaban al son de pífanos, chirimías y atabales. A partir de 1.653 se cita frecuentemente el salterio, y desde 1.695 aparecen los tamboriles. Desde 1.700 aparece la gaita, instrumento que perdura hasta la actualidad. El porqué de estos cambios en los instrumentos es algo que no aparece recogido.

Arreglar figuras y trajes

Otro documento que nos habla de la historia de los gigantes de Tudela, es el escrito que, en 1781, remite a la ciudad el Vicario General del Decanado de la Catedral de Tudela. Con fecha del 21 de julio, Ignacio Lecumberri, que acababa de ser nombrado para ese cargo, transmite la Carta Orden y Real Cédula de S.M. en la que viene a prohibir danzas y gigantones en las procesiones. El texto, literalmente, dice que “verá usted la disposición de que en las procesiones y demás funciones eclesiásticas no se permitan danzas, ni gigantones como poco conveniente a la gravedad y decoro que en ellas se requiere, y estando tan próxima la festividad de Nuestra Gloriosa Patrona Santa Ana, es de mi obligación prevenir a usted que el modo de cumplir con la laudable intención de S.M. es no permitir la unión, o mezcla de lo sagrado con lo profano”. Por estas palabras, podemos conocer que las danzas y gigantones entraban en el templo, bien entre la procesión o acompañando al Ayuntamiento en los actos religiosos a los que asistía la corporación.

Cabildo de la Catedral de Tudela encuentra la forma de cumplir con el mandato Real, pero sin suprimir la tradicional costumbre de los gigantones. Aconseja al municipio, que no entre en la iglesia con las danzas si los oficios ya están iniciados, y “dispone que la danza de Valencianos se quede en la puerta de la iglesia” para que no interrumpan con su bullicio, dice el documento.

En cuanto a la procesión, propone también una solución satisfactoria para todos: la danza puede ir delante de las cruces, “mediando algún espacio”, de manera que no vaya unida ni incorporada a la procesión. Pide además, que un servidor del municipio se coloque detrás de la comparsa para observar el cumplimiento de la norma “e impida que sean causa de detenerse la procesión”.