Tudela

Celebrando la muerte

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Se acerca el Día de Todos los Santos, y mientras unos lo celebran disfrazándose la noche del 31 de octubre (Halloween), otros lo hacen el día 1 de noviembre llevando flores al cementerio. Hundiendo la primera, sus raíces en el pueblo celtíbero, la segunda lo hace en la iglesia católica.

Con este ejemplo ilustrativo vemos como en nuestro país, y en el mismo momento, la muerte se interpreta y se vive, de diferente manera.

Aparentemente, ‘caemos’ a esta vida un buen día, vivimos una serie de tiempo, y finalmente nos marchamos. No sabemos ni de dónde hemos venido, ni a dónde vamos. No sabemos si existíamos antes de existir, ni si seguiremos existiendo tras existir. La vida se torna así en un auténtico misterio, que se ve confrontado con la muerte, final del camino. Ante esto, el ser humano siempre ha desarrollado hipótesis y teorías, marcadas todas ellas por la supervivencia. No obstante, la muerte sigue siendo enormemente dolorosa para todos, razón por lo que se ha tornado tabú en algunas sociedades como es la nuestra. Algo que, sin embargo, contrasta con la celebridad y alegría con que se rinde homenaje en otras.

A continuación, se van a analizar algunas curiosas diferencias culturales en referencia a cómo las personas viven la propia muerte, y la de sus allegados, algo que nos ayudará a comprender que la realidad no es la que ‘vemos’, sino cómo la ‘vemos’.

Paganismo

En la historia de la humanidad, han sido las religiones las primeras encargadas de dar explicación a la vida y la muerte. Sin embargo, anteriormente ya existieron cosmovisiones que dieron explicaciones a estos conceptos, y que se engloban en lo que ha venido a denominarse ‘paganismo’, el cual incluye de forma general diferentes corrientes como el animismo, el chamanismo, la Wicca, el druidismo, etc.

En el caso concreto de la primera cultura que habitó España, el pueblo celta, 1200 a.C., encontramos la festividad del Samhain (Kondratiev, 2001). El calendario celta dividía el año en dos partes; la mitad oscura y la mitad clara. Samhain es la celebración más importante del pueblo celta (que todavía hoy se sigue celebrando por algunas personas) para dar la bienvenida al nuevo año, que curiosamente, comenzaba con la mitad oscura. Esta fiesta era la única ocasión que los vivos tenían de encontrarse con sus difuntos, y por eso lo festejaban.

Cristianismo

El día que todos conocemos y que se ha oficializado como festividad nacional en todos los países católicos, es el día de Todos los Santos. El 1 de noviembre es fiesta laboral, y como decíamos anteriormente, la gente va a recordar a sus difuntos a los cementerios. Y aunque en nuestro país no es motivo de alegría, sino de tristeza, en otras culturas (fundamentalmente latinoamericanas) se vive diferentemente (Ramos, 1988), como por ejemplo en Piura (Perú), donde los niños conmemoran a los niños muertos, y regalan caramelos a los que se parecen a sus difuntos. O en México cuando lo celebran junto al día 2 de noviembre, el Día de Los Muertos (de origen mesoamericano), en que van a comer y emborracharse a las tumbas de sus fallecidos, haciendo fiesta y llevándoles aquello que les gustaba beber y comer. Un icono nacional de este ritual es la Isla de Pátzcuaro, que se vive con gran alegría y colorido, adornando las calles de muchas ciudades con flores.

El mismísimo Jesús anunció su muerte como algo natural, que no hemos de negar ni rechazar (Meier, 1998).

Budismo

En el Tibet, la muerte se vive de forma muy diferente al resto de culturas, si atendemos a su práctica budista. Por todos es conocida la creencia en la reencarnación que esta filosofía (comúnmente entendida como religión) profesa.

En cuanto al paso de una vida a otra, el budismo cuenta con el milenario Libro Tibetano de Los Muertos (Bardo Thodol, 1994), donde se ofrece una serie de instrucciones para acompañar a los moribundos en su proceso de muerte, y los 49 días consecutivos a ésta, para evitar que el fallecido renazca a otra vida, y se libere del ciclo de las reencarnaciones (Samsara), alcanzando el Nirvana.

Hinduismo

Varanasi (Benarés) es la ciudad más sagrada de la India, a la que todo hinduista querría ir a morir. Algunas personas ahorran mucho durante su vida para llegar allí, alojarse con sus familiares en una especie de residencias para moribundos, y esperar el final de sus días (Justice, 1997). Tanto es así, que si no han muerto en un determinado período, son expulsados de la residencia para dar cabida a otras personas ‘más moribundas’.

Los familiares asisten todo el proceso de muerte de su ser querido con plena consciencia, incinerando su cuerpo una vez ha muerto, en público y a orillas del Ganges, río sagrado en el que finalmente vierten sus cenizas. Un moribundo en esta ciudad muere feliz, porque cree que saldrá inmediatamente del ciclo de reencarnaciones. Hecho que compensa la tristeza de los que quedan vivos.

TribalismoLos Turkana (una tribu africana del norte de Kenya) y los Korowai (una tribu de Papua Occidental), pueden representar bien otra forma de enfrentar la muerte. En estas culturas, a pesar de haber sido ya influidos por la religión cristiana, no han perdido la costumbre de enterrar a los difuntos en la propia casa, bajo su propio suelo. En el caso de los Turkana, para ayudar a pasar el duelo, la familia organiza una fiesta invitando a todos los vecinos, donde beben, ríen y bailan durante cuatro días (Good, 2007). En el caso de los Korowai por ejemplo, se entierra al difunto en la propia casa, para vigilarlo y protegerlo, no hay ningún reparo ni rechazo en tener al difunto en la propia casa, recordando constantemente su ausencia.

Como hemos visto, aunque la muerte humana es la misma para todos, la manera de entenderla, de practicarla y de recordarla, varía totalmente de una cultura a otra (Grof, 2006). Es valioso saber esto, para darnos cuenta de que la forma en que interpretamos nuestra realidad, se ve muy influida por nuestra historia. Y que la negatividad con la que tratamos la muerte en la cultura occidental, no es algo compartido con todos, como hemos podido ver. Seguramente, nuestro rechazo a ella se deba a la sofisticación, desarrollo científico y posibilidad económica con que contamos en el llamado ‘primer mundo’, que nos permite alargar la vida (postergando la muerte a voluntad) mucho más de lo que pueden hacerlo otras culturas en países menos desarrollados. Para ellos, la muerte se presenta de una forma mucho más natural, lo que provoca que no la rechacen tanto como nosotros, que sus duelos no duren tanto como los nuestros, y que el apego a la vida no sea tan fuerte como el nuestro. En definitiva, las personas más humildes y con menos recursos, con pocas posibilidades de alargar sus vidas, tienen más aceptada la muerte, evitándose un sufrimiento existencial que nosotros no podemos tolerar. También sus creencias en la existencia de un más allá, son un elemento muy importante a la hora de no hacer de la muerte un tabú, algo que destaca con nuestro agnosticismo o ateísmo, derivado de una cultura que sólo cree lo que puede ver físicamente.

En conclusión, este repaso cultural puede servirnos para comenzar a abrazar a la muerte como parte de nuestra propia vida, sin censura, con naturalidad, e incluso con agradecimiento, pues seguramente lo más importante que la muerte tiene que enseñarnos es, recordarnos que nuestra vida tiene un valor incalculable, razón por la cual no tiene sentido crearse problemas innecesarios que nos impidan disfrutar del poco tiempo que nos han prestado (Kübler-Ross, 1989).

Román Gonzalvo

Psicólogo