Tudela

¡Agur, que ya es tarde!

En la Real Corte de Pamplona en 1770, el fiscal del reino acusaba al justicia de Tudela, Francisco Lizaur, alias Pipa, y a su ayudante, Francisco Correas, de haber violado a una joven valenciana la noche del 13 de noviembre del mismo año.

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photo_camera En su testimonio, dejó constancia de cómo se había despedido de Lizaur al terminar la ronda: con un coloquial y euskaldún "agur"

Sabido es que los archivos son una de las mejores fuentes de información sobre la vida y costumbres de nuestros antepasados. Y entre la variada documentación que en ellos se conserva son los procesos judiciales, esto es, los juicios, los que más datos suelen proporcionar sobre esas costumbres menudas que no tienen cabida en los grandes libros de historia.  

Abogados y fiscales preguntaban a los testigos, y estos, en sus respuestas, complementan sus testimonios con datos secundarios que poco tenían que ver con el objeto del pleito, pero que, con el paso de los años, llegan a resultan más interesantes que el asunto que originó el juicio. 

Algo de esto sucede con un pleito que se celebró en la Real Corte de Pamplona en 1770. En él, el fiscal del reino acusaba al justicia de Tudela, Francisco Lizaur, alias Pipa, y a su ayudante, Francisco Correas, de haber violado a una joven valenciana la noche del 13 de noviembre del mismo año. 

La joven, de nombre Francisca Gómez, había nacido en Requena (Valencia) y tenía veintiocho años. El justicia Lizaur tenía treinta y cuatro y su ayudante veintisiete. Curiosidades de la historia, los tres protagonistas compartían el mismo nombre. 

El resumen del caso podría ser el siguiente: Francisca, según decía, había quedado viuda en 1768. Su marido, soldado, murió en Omán (África). Desde entonces Francisca había transitado sin hogar por media península. El 13 de noviembre de 1770 llegó a Tudela. Esa noche se recogió, junto con otros vagabundos, en casa de Juan Salcedo, en el barrio de San Pedro, una casa que servía de refugio a los vagabundos a la hora de dormir. 

El justicia Francisco Lizaur se enteró de que la joven había llegado a la ciudad. Hacia las nueve de la noche, en compañía de varios vecinos, Lizaur comenzó la habitual ronda por las calles en prevención de alborotos nocturnos. Al llegar a la casa de Salcedo, Lizaur se cercioró de que la joven estaba allí y de que sería allí también donde pasaría la noche. Conseguida la información, la ronda prosiguió su camino. 

Hacia las doce de la noche, Lizaur y sus acompañantes daban la ronda por concluida. Cada uno se dirigía hacia su casa cuando Lizaur, el justicia, dio media vuelta y llamó a gritos a su ayudante Francisco Correas. Lizaur le convenció para que ambos regresasen a la casa donde dormía Francisca. Al llegar allí, Lizaur llamó a la puerta, le abrieron, pasó a la habitación donde estaban los vagabundos y sacó de allí, a la fuerza, a la joven valenciana. La llevó a otra habitación, hizo lo que quiso con ella y después le ordenó que regresase con el resto de vagabundos. Al día siguiente Francisca presentó la correspondiente denuncia ante el alcalde de Tudela. 

Este fue, en resumen, el caso que se juzgó en Pamplona. Pero la información curiosa llegó con la primera declaración que el ayudante Francisco Correas prestó ante el alcalde tudelano.

Correas, acusado por la joven de haber participado en la violación, confirmaba que formó parte de la ronda que hizo la primera visita a casa de Salcedo, pero negaba rotundamente haber acompañado a Lizaur en la segunda, y mucho menos haber participado en la violación. En su testimonio, además, dejó constancia de cómo se había despedido de Lizaur al terminar la ronda: con un coloquial y euskaldún agur.

Correas recordaba que Lizaur y sus acompañantes, él incluido, después de haber estado en la casa de Juan Salcedo, «pasaron a la casa de Francisco Préjano, que les convidó a echar un trago, en cuya casa estuvieron los cuatro juntos tomando un taco y bebiendo bastante rato, de modo que, según hizo juicio, a lo que serían las doce de la misma noche salieron de la casa de dicho Préjano, quedándose este en ella, Merino en la suya, que la tiene próxima a la de Préjano y el declarante se despidió de Lizaur diciéndole Francisco agur, que ya es tarde, que me voy a recoger a casa, como en efecto lo puso en ejecución». 

Aseguraba Correas que, tras la despedida, Lizaur le quiso convencer de que le acompañase de nuevo a la casa de Salcedo. Correas accedió, le acompañó, pero afirmaba que no entró, y que poco después, sin esperar a que Lizaur saliese, emprendió camino hacia su casa.

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El testimonio de Francisco Correas, desprovisto de cualquier interés en lo que se respecta al saludo, nos descubre una realidad lingüística en la que en un entorno claramente castellanoparlante, la convivencia durante siglos con muchas personas euskaldunes (pastores, artesanos y demás oficios a los que accedían las personas que llegaban de fuera de Tudela) posibilitó que algunas palabras en euskera se utilizasen por los vecinos con total naturalidad.

Es de destacar también que el saludo fuese entre dos personas ligadas al entorno del gobierno municipal, y no entre vecinos de los encuadrados en un estrato social bajo. Se podría decir, a la luz del testimonio de Correas, que tudelanos tenidos por principales, no tenían como algo indecoroso usar palabras en euskera, aunque su idioma materno y el habitual en sus círculos fuese el castellano. 

Sea como fuere, el caso terminó con una sentencia de dos años de cárcel para el justicia Francisco Lizaur. Francisco Correas quedó absuelto. Su testimonio le sirvió a él, para evitar la cárcel, y a nosotros, 250 años después, para conocer algo más sobre la realidad lingüística de la Ribera en esas fechas.