Tudela

24 de julio

Veinticuatro de julio amanece en Tudela. Los primeros rayos de sol enrojecen las fachadas de las casas. Las calles limpias y mojadas delatan que será un día muy especial.



En la torre de la catedral suenan las nueve. Comienza a vislumbrarse un ir y venir de gentes (jóvenes en su mayoría) vestidos de blanco con un pañuelo rojo en el bolsillo.



En las terrazas de los bares los camareros se apresuran a montar las mesas que empiezan a ocupar cientos de comensales para degustar huevos fritos con jamón, chorizo y vino con gaseosa, como manda la tradición.



Y entre risas y bromas dan las once; las cuadrillas comienzan a pedir los carajillos y la cuenta con tono un tanto ansioso mirándose el reloj.



Poco a poco van abandonando el lugar del almuerzo

y en alegre peregrinación se dirigen a la Plaza Nueva.



Las once y media; la plaza se va llenando de una marea blanca tímidamente alegre.



Las once y cincuenta y ocho; sientes un nudo en la garganta. El sonido de la megafonía se mezcla con los gritos y las risas. Sacas el pañuelo rojo del bolsillo.



Doce; elevas el pañuelo por encima la cabeza. El corazón comienza a acelerarse.

Por la mente pasan todos los seres queridos que se han ido para siempre y que tanto darías por que estuvieran aquí.



La piel se eriza, las piernas flojean, la lengua se seca.

Se hace el silencio… desde el balcón de la Plaza Nueva una voz emocionada grita: ¡Tudelanos, tudelanas, viva tudela, viva santa ana! ¡Viva! Respondemos al unísono miles de gargantas que con el sonido del cohete se liberan.



Lágrimas agridulces de emoción, nostalgia y alegría

se deslizan por las mejillas.

Y fundiéndonos en un abrazo con el amigo más próximo

le deseamos felices fiestas.