Opinión

El Perdón de Santa Ana

Verano, días largo de luz y de vigilia, propicios para mejorar el estado de ánimo de todos nosotros. Incrustada en el mismo, la fiesta en recuerdo de Santa Ana, invitándonos a la apertura hacia el entorno, con destino a los demás.

Puede ser, para cualquiera de nosotros, las circunstancias que nos sugieran la oportunidad de abrirnos al otro, de escucharlo, de “decirnos” al mismo, y de compartir, con ella o con él, la experiencia gozosa del encuentro entre humanos.

Santa Ana se nos ofrece, por tanto, como la ocasión de disfrutar juntos la diversión y el regocijo del buen humor y de la risa, incluso escandalosa, nacida desde lo más profundo del ser.

Tiene sentido, en estas fechas, soslayar y contener los duros momentos de la condición humana y de su inseguridad consustancial, compensándolas con la fuerza de la esperanza, esencial y condición inseparable de la vida.

No es, en absoluto, el escenario, manipulado por intereses espurios, para anonadarnos con el alcohol, el barullo, el estrépito de los ruidos, o la excitación periférica de tantos artilugios artificiales.

Basta, sin embargo, y es más enriquecedor, aprovechar la coyuntura para indagar y buscar la bondad que encierra en su interior todo ser humano, recreándonos en la misma y alimentando la postura de tolerar y de perdonar las miserias y desconfianzas que, en el fragor de la lucha cotidiana, nos ahogan y distorsionan el sentido de la vida de muchos de nosotros y de nuestros coetáneos.

Sería interesante, y muy saludable, identificar a Santa Ana como la “fiesta del perdón”. Cuesta pensarlo, ya que ambos términos parecen antitéticos, pero no es así.  Necesitamos ensimismarnos en nuestros adentros más hondos y auténticos para descubrir la clave capaz de intuir nuestro misterio, ayudándonos a ser verdaderamente humanos. Perdonar es siempre autorizarnos para crecer.

Quizás, tal vez, parafraseando a Tagore, en algunos tramos de nuestra existencia necesitaríamos confesar a quien comparte con nosotros la Fiesta: “No te pido que me dejes entrar en tu casa, entra tú en mi infinita soledad”.