Un sector del Islam nos ha declarado la guerra. No olvidan que los expulsaron de España. Las guerras ni se hacen con flores ni se ganan con pancartas.
Las manifestaciones sirven para apaciguar la conmoción y mostrar la repulsa. En Ripoll se lavó la cara a los terroristas con la intervención buenista de una hermana de los asesinos.
Nuestras fuerzas armadas hacen bien su trabajo contra el terrorismo.
La Guerra de Irak fue un error político tal y como se argumentó, parte de la población española, presa del miedo, responsabilizó al Gobierno de los atentados del 11M. Cuando ZP retiró las tropas de Irak, les volvió a dar otro triunfo.
Los asesinatos en Cataluña visibilizaron nuestra fractura social y política.
Cuando la mitad de la población habla de “mirar a los terroristas a los ojos y comprenderles” o que “la violencia se vence con más paz” los demás vamos mal.
No vale culpar a Europa, o a la marginalidad de los terroristas, o al comercio de armas. Tenemos enfrente grupos bien organizados de fanáticos que quieren exterminarnos, que confían ciegamente en su victoria.
Los independentistas catalanes y vascos no quieren participar de un proyecto común español. Ello nos debilita. Tampoco nos fortalece el enfrentamiento cainita entre los partidos no independentistas, apenas alcanzan acuerdos en temas básicos. Sin proyecto común, es difícil caminar y defendernos juntos. Hay que afrontar una realidad por muy dura que sea, estamos en guerra contra el terrorismo islamista.
Necesitamos permanecer unidos y protegernos los unos a los otros, olvidando nuestras diferencias. A los terroristas les da igual de dónde seamos, si hombres o mujeres, si de izquierdas o de derechas. Quieren aplastarnos para imponer su utópico califato. Si no estamos dispuestos a morir nosotros por defender nuestra libertad, será imposible que ganemos esta guerra.
