Opinión

Las cosas no volverán a ser como antes

Es compresible que los ciudadanos queramos recuperar lo que teníamos antes de la crisis. Aunque, a decir de Joaquín Estefanía, el mito del eterno retorno se ha extinguido. Ya nada será como antes. Pensar que sólo con medidas estructurales podremos recuperar los niveles de bienestar anteriores a la recesión es, a mi entender, una solución un tanto simplista. Todos somos consciente de que hemos sido gobernados mediante riesgos enloquecidos, equivocaciones, abusos de poder, información confidencial, incompatibilidades y delitos de grandes directivos financieros que ha arruinado a sus respectivas sociedades. Bancos y Cajas de Ahorros se han sostenido con el dinero y avales de los gobiernos estatales y regionales, con el dinero de los trabajadores y de las pequeñas y medianas empresas. La indignación se acentúa cuando sus directivos se van de rositas o se aumentan los sueldos con una desfachatez inmoral, mientras que, al mismo tiempo, se recorta la sanidad, las pensiones, la educación, etc. ¿Qué futuro se puede esperar en el reparto de las migajas?, ¿no será que el sistema ya no funciona?, ¿no será que debido al efecto de la globalización se hace necesario gobernar pensando en los habitantes del planeta y no sólo para los llamados del Primer Mundo, como ha venido sucediendo durante cientos de años? ¿Quizás adolecemos de una visión política más cosmopolita? El cosmopolitismo entiende y atiende las diferencias locales, pero reclama pensar la política como lo hacían los estoicos hace dos mil años: “medir las fronteras de nuestra nación por el Sol”. O como dice Ruiz Soroa: “ir haciendo desaparecer las fronteras entre los diferentes “nosotros” y “ellos”, hasta hacer de toda la humanidad el espacio de solidaridad”. Por tanto, ser demócrata, a mí entender, tiene que tender a relativizar progresivamente los límites estatales a un mundo globalizado. La derecha, históricamente, viene haciendo hincapié en la doctrina política nacionalista pero, también los socialdemócratas han optado por una posición interesada, apropiándose de las reivindicaciones políticas nacionalistas, sin tener en cuenta que la democracia tiene una tendencia genética al cosmopolitismo, y éste, hunde sus raíces en la universalidad.



En definitiva: si queremos seguir siendo demócratas, estamos obligados a ver el mundo con una mirada solidaria en la que todos hemos de estar unidos: “nosotros” y “ellos”. De no ser así, la democracia puede dejar paulatinamente de ser democracia. No obstante, no hay que perder la esperanza, aunque las cosas nunca vuelvan a ser como antes, no es menos cierto que ahora somos más conscientes del problema porque estamos en la era de la información y la comunicación; y entre todos podemos cambiar el proceso a mejor.