Opinión

La diatriba al 'mal patriota'

Asusta la tendencia a enjuiciar un aspecto tan profundo y personal como los sentimientos cuando se trata de mostrar el grado de afecto al concepto de nación o país.

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photo_camera Captura de pantalla del digital Okdiario en relación a los cantantes Amaia Romero y Alfred García

En un artículo que mezcla indiscriminadamente reflexiones cuasi geopolíticas con la calidad artística y personal de los sujetos a los que atiza, el (lamentablemente) gurú de la comunicación y autodenominado adalid de la libertad de prensa Eduardo Inda hace referencia a la imbecilidad de Alfred García y Amaia Romero, los supuestos representantes de España en Eurovisión. No se ofendan, digo supuestos porque ni representan a España entera -técnicamente solo a quienes se gastaron dinero en votarles durante un 'talent show' musical que todos conocemos- ni tampoco ellos mismos albergan la omnipotencia divina de representar a toda la amalgama de realidades y conceptos que encierra la palabra 'país'.

Dejando de lado el disparate de Inda -con el que coincido en el tema del 'frikismo' pero no en el supuesto 'frikismo' de los dos jóvenes antes mencionados- y su tono chulesco y soez, puede que a muchos, y me incluyo, les empiece a resultar molesto el aluvión de diatribas al 'mal patriota' que, de un tiempo a esta parte, surca las corrientes de la opinión pública con un efecto arrollador. En mi propio grupo familiar de WhatsApp he podido presenciar intensísimos debates sobre españolidad y sentimientos patrióticos entre personas -me perdonen mis tías y primas- cuyo grado de fidelidad a los símbolos y el concepto de representatividad nacional desconocía hasta la fecha. Vamos camino del asunto de Estado y la consigna es clara: o se te pone la carne de gallina con lo que haces, honras y veneras bandera, historia, gestas y cids campeadores... o a tomar por saco tu valía como persona en esta sociedad. Muy inclusivo no suena, desde luego.

Para quien no esté al día, el origen de este enjuiciamiento criminalpopular a la pareja de cantantes en cuestión, especialmente al chico, quien cumple el prototipo de diana por ser catalán y aparentemente favorable a las posturas independentistas, es el libro 'España de mierda', de Albert Pla. Al chaval se le ocurrió regalárselo a su amada y compañera de andanzas musicales por Sant Jordi y este detalle desembocó en una de las mayores campañas de desprestigio (pásense por los post en redes sociales del medio del ínclito Inda y lean toda su sarta de lindezas) jamás habidas y por haber.

No se trata de deslegitimar a quienes expresen sin tapujos o sientan con emoción y fervor su españolidad, navarridad, vasquidad o tabarnidad. Huelga decir que cada uno es libre de llevar su carne de gallina por donde le plazca. Pero en lo que atañe a los sentimientos, las filias y las fobias, la subjetividad es tan absoluta que enarbolar la bandera de la ofensa -otra de las modas actuales es hacerse el ofendido con suma facilidad- solo conduce a un irremediable choque de aspectos puramente fundamentados en lo irracional. Convencer a alguien de que ame algo con la misma pasión con la que uno lo hace, por mucho que sus personalidades y posturas puedan llegar a coincidir, supone una pérdida de energía absurda a estas alturas de la película. Por tanto, recriminarlo o reportarlo como una falta de respeto no hace sino ahondar en el enconamiento y el malentendido orgullo que no deja ver más allá del muro propio e intrasnferible.

Por otro lado, en todo este asunto es destacable la virtud del señor Albert Pla. Su libro no tiene nada que ver con el choque identitario que contamina al procés catalán, pero el título de su obra y el diseño de la portada son claramente intencionados. Bastaría con no seguirle el juego, pero.. ay, amigo... al 'mal patriota' o al sedicioso no se le debe dar ni el más mínimo respiro. Y todos pican en el anzuelo. Por cosas como esta, Albert Pla es, en mi opinión, admirable en su faceta de provocador. Simplemente en términos de efectividad y alcance.

Volviendo a las diatribas, cabe recordar que la chica de esta señalada pareja musical, inteligentemente y con una madurez emocional que ya querrían para sí algunos tertulianos y opinadores que pululan por platós y tribunas, replicó hace un par de días en una entrevista que "hay muchas maneras de querer a un país". Fue su forma de responder con naturalidad a un test de patriotismo que se estaba poniendo por encima de cualquier aspecto musical y artístico. Yo añadiría más. Hay maneras en las que quieres algunos aspectos de ese país y desprecias otros. Hay otras modalidades en las que ni siquiera sientes la necesidad de querer nada con locura, sin dejar por ello de aportar cosas buenas a esa compleja maraña sociocultural que llamamos país o nación. Hay tantas opciones como sentimientos subjetivos, personales e irracionales. Y no, apostillar sobre un país que es "una mierda" jamás debería convertirse en motivo de escándalo nacional. Lo que para unos tiene forma de heces para otros se transmuta en lingotes de oro y viceversa. 

No hace mucho leí en un artículo sobre el PSOE y su supuesto miedo a la bandera de España como símbolo que en este país todavía quedaba pendiente el debate sobre el patriotismo. Un debate que necesita zanjar, más que nunca, el derecho a defenderse de quien tacha de imbécil a alguien porque no sea capaz de decir en voz alta que "se siente" español. Sentirse algo engloba una multitud de matices, condicionamientos y circunstancias personales. Quien lo desee puede ensalzar su sentimiento si lo tiene tan claro, pero debería contemplar la posibilidad de hacerlo sin etiquetar ni crucificar a quien no lo comparta. Al menos sin convertirle en enemigo público número uno. De lo contrario, acabaremos haciendo boicot a nuestro vecino cada vez que baje la basura o saque a pasear al perro. Y da mucha pereza pensar en ese escenario.

Mikel Arilla
Periodista de PLAZA NUEVA