Opinión

La ‘dejadez’, máxima nacional

Lo dijo Bismarck y acertó plenamente: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”. Fue contundente y fiel con la realidad.

Aquí perdemos un tiempo precioso cuestionando nuestra propia esencia, matizando, regodeándonos en la descripción efímera e hiriente de la otra mitad, perjudicando la diferencia y, entretanto, dejamos pasar las ocasiones sin preocupación. ¡Somos así! Y no parece vislumbrarse otro sino.

La dejadez colectiva impera hasta tal punto que agota, resta razones y argumentos y da vía libre no sólo a la imposición, sino a algo mucho peor: la improvisación. Un cortoplacismo patrio que todo lo resuelve en ocurrencias, autodestruyéndose, de fondo.

Si permitiéramos que la razón y el orden nos gobernara sólo un poquito, el resultado ofrecería una de las sociedades más competitivas y aplicadas del mundo. Sabiendo ser y vivir, pero también enseñando al mundo a estar, que no es poco. La pena es que pasa el tiempo, y se sigue observando ese toro desde la ineptitud y, lo que es peor, desde la envidia, esa otra ‘gloria’ nacional que todo lo condiciona y pudre.

Pobres de nosotros si esperamos así llegar a algo alguna vez. Esta realidad cansa y acogota. La alternativa es irse lejos, o intentar mejorar desde la humildad de la propia levedad. Desde el coraje de sufrir por no ver claro el horizonte, esperando en cada amanecida una nueva luz de la aurora.

Mariano N. Lacarra

Director