Opinión

Hijos de Putin

Todos conocemos, a lo largo de nuestras vidas, gente indigna que no merece ni consideración alguna, ni que le prestemos espacio en nuestro devenir diario. Hagan lo que hagan, pidan lo que pidan, den lo que digan dar.

Suelen ser personas arrogantes, egoístas o que, sutil o abiertamente, te arrastran a su vacío vital, emocional o social, sin darse uno cuenta. Cuando no son unos engreídos de tomo y lomo, o unos impresentables de amable fachada, o unos jetas del diez que todavía guardan en la cartera las mil pesetas de la propina que les dieron en su primera comunión.

En lo público, en las altas esferas políticas, deportivas y culturales, ocurre lo mismo. La personalidad de cada cual termina por asomar la cabeza, sean cuales sean las situaciones que se den y -como asegura mi parco Padre-, “al final, cada uno se queda con lo que es”, porque, abiertamente, queda claro y al descubierto.

Digo esto estos días que estamos sumidos en el sopor informativo y mundano de cómo está el mundo y qué gente nos rodea y nos lidera y gobierna, -a pesar del tupido velo que nos quieren poner con la gran noticia del mes... ‘que en agosto hace calor’, y que ‘el virus del ébola es algo m’u malo, m’u malo, m’u malo’-.

Entre tanto, y como siempre, los Pujol, los Putin, los de Hamas, los judíos más ortodoxos, los indecisos como Obama, los sosos como Rajoy, los mordedores como Suárez, campan por sus destinos escupiéndonos la vida. Casi como regalándonosla, algunas pudorosas y vergonzantes ocasiones. Y, las más de las veces, sin apenas darnos cuenta o camufladas entre palabras, grados, glorias y jolgorios, nos maltratan de mil modos y maneras y, lo que más molesta a cualquier hijo de vecino, ¡tratándonos o teniéndonos por tontos, ya que piensan, encima, que nos tragamos sus patrañas! ¡Serán indolentes!