Opinión

La seguridad en entornos escolares: hacia un cambio de modelo

El pasado martes 2 de octubre, Pamplona se acostaba consternada con la noticia del fallecimiento del niño Imanol Gila, atropellado en un paso de peatones a la salida de un colegio del barrio de la Txantrea. Un accidente, un despiste según la conductora del coche implicado, un instante fatal. Un ‘muchas cosas’ que, sin ningún atisbo de duda, se presenta, en última instancia, como una consecuencia de la dejadez de las administraciones y la consiguiente connivencia ciudadana a la hora de plantear modelos de movilidad sostenible y amable.

El fatal desenlace de este accidente, que en el caso de Pamplona pone también de manifiesto la innegable recurrencia de sucesos relacionados con la seguridad vial y la circulación, no hace sino volver a reabrir el debate de la necesidad de mejorar la seguridad en los entornos escolares. Una demanda que asociaciones como Recicleta Ribera, Ecologistas en Acción o Biciclistas de Corella llevan años lanzando a la sociedad y a los responsables políticos. 

Propuestas concretas como la de cerrar la calle Gayarre a la hora de entrada de los dos colegios que comparten esta calle como acceso (Elvira España y Compañía de María) y en el que coinciden unos 1.200 niños cada día o, más recientemente, la del cierre en torno e al paso de peatones de Griseras, terminan denostándose por considerarse ‘ocurrencias’. Nada más lejos de la realidad.

En las ciudades de hoy en día, y Tudela no es ninguna excepción, se ha establecido progresivamente un modelo de movilidad que otorga un protagonismo absoluto al vehículo a motor privado y no termina de poner a la misma altura a los eslabones más débiles y vulnerables de la cadena de circulación: los peatones y los ciclistas.

Existen numerosas fórmulas para regular el tráfico en zonas críticas como los aledaños de los centros educativos, en los que la vulnerabilidad de viandantes y usuarios de bicicleta se multiplica conforme la edad de los protagonistas es más corta. Si peatones y ciclistas dibujan los eslabones más débiles, en el caso de los niños, las consecuencias de un accidente de tráfico pueden resultar dolorosas e irremediables.

El control de la circulación por parte de agentes de policía es una de las soluciones para minimizar el riesgo. Aunque su labor sea encomiable, está demostrado que continúan viviéndose situaciones de peligrosidad: atascos y el consecuente estrés, frenazos y acelerones o pérdida de visibilidad por causa de la aglomeración de coches, entre otras. Todos ellos factores que precisamente no ayudan a ‘amabilizar’ el tránsito. Se sigue priorizando el uso del vehículo privado. La limitación de la velocidad, aunque disuasoria, tampoco termina con esos problemas, a veces debido la propia inercia en los hábitos de conducción o por despistes de los usuarios de vehículos a motor.

Así pues, con casos como el vivido el martes en la capital navarra, queda de manifiesto que la mejora de la seguridad en los entornos escolares no es solo una asignatura pendiente, sino que propuestas como la restricción de circulación de vehículos a motor en dichas zonas no son ni mucho menos infundadas o fruto de una utopía. Todo lo contrario: presentan un ‘riesgo cero’ que otras fórmulas nunca garantizarían.

No se trata de una discriminación al coche ni de una política ‘anti’. Simplemente es una demanda desde la lógica y una llamada a la cohabitación de conductores, peatones y ciclistas. Otro modelo de movilidad es posible y todos tenemos derecho a caber en él.   

Recicleta Ribera, Biciclistas de Corella, Ecologistas en Acción de la Ribera y Mascotas Verdes