Opinión

El Casco Viejo: lo social

“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje... Son lugares de trueque, como lo explican todos los libros de historia de la economía, pero no sólo trueques de mercancías, sino también de palabras, de sueños, de recuerdos…”

Italo Calvino (Las ciudades invisibles).

Hasta mitades del siglo pasado Tudela era un pueblo grande, con algo más de 10.000 habitantes y una economía rural basada en lo agrícola. Más allá de la Plaza Nueva y de la Carrera no había -salvo la Azucarera y las tejerías- más que unas cuantas casas y almacenes, casi todas cerca de las carreteras a Logroño y a Zaragoza.

A partir de entonces el casco viejo se fue vaciando de población y de servicios y se deterioró rápidamente, y nacieron otros barrios (Lourdes, Peñuelas, Griseras…) que se llenaron de personas de Tudela y de fuera que buscaban mejorar sus condiciones de vida. El casco viejo bajó de 12.000 a 3.000 habitantes entre 1950 y 1985, mientras que el conjunto de la ciudad pasó de 13.000 a 26.000.

En los años ochenta las administraciones públicas (Gobierno de Navarra y Ayuntamiento) comenzaron a realizar acciones para intentar corregir ese declive: creación de la Oficina de Rehabilitación (ORVE), elaboración del Plan de Protección y Reforma Interior (PEPRI) del casco antiguo, aprobación de las ayudas de rehabilitación… Nadie dudaba de que el casco viejo era el corazón de la ciudad, ni de que como tal, merecía una atención especial.

En los últimos treinta años se han realizado grandes inversiones en la renovación de calles y plazas y en la rehabilitación de edificios emblemáticos (Palacio del Marqués de San Adrián, Palacio del Marqués de Huarte, Palacio Decanal, la catedral, la Casa del Almirante…), se han materializado importantes operaciones de regeneración urbana (Paseo del Queiles, Plaza de Yehuda-Ha-Levi, Plaza de la Judería, peatonalización en sus diferentes fases…) y ha habido muchas ayudas que han incentivado la inversión de los particulares en la rehabilitación de sus viviendas.

Todos hemos realizado un esfuerzo considerable, y con él hemos conseguido que una parte del casco viejo esté muy mejorada. No hay más que pasearse por la Plaza Nueva, San Jaime, Herrerías… zonas que disfrutamos y que nos enorgullecen cuando las enseñamos. Pero lo cierto es que aún queda mucho por hacer y que hay otra parte: entre el Terraplén, Sementales, la Plaza Vieja, San Nicolás, el Paseo del Castillo y la Magdalena, que necesita mucha inversión pública y privada para resultar vivible y enseñable.

En consecuencia, tenemos un casco viejo que todavía no está del todo presentable, en el que no vive mucha gente y con una parte de su población que tiene bajos recursos económicos y culturales, que generalmente coincide con la que ocupa las zonas más deterioradas. Un casco viejo con el comercio bajo mínimos que soporta gran parte del ocio de toda la ciudad. Un casco viejo que ve cada día por sus calles y plazas a personas de toda la Ribera que vienen a centros educativos comarcales, y también a un turismo creciente al que no sabe bien cómo responder

Miguel Carasusán