Opinión

Un divorcio en el encierro de Tudela

Hacer periodismo en fiestas no es fácil.

Hacer periodismo en fiestas no es fácil. Aunque parecemos de otro mundo, en fiestas también nos perdemos entre cachis de calimocho (perdón: katxis de kalimotxo), charangas, bullicio nocturno, teclados, imágenes y cocteleras.

Corría el año 1989. Las fiestas de Tudela eran casi tan aburridas como las que pretende el ayuntamiento del ‘kanbio’ ahora. Reinaba UGT y el PSOE. Lo de PSN no se llevaba. Molestarse por el ruido festivo, tampoco. Las peñas a lo suyo, los del campo también. Lo mismo los de Sanyo o la SKF, obreros idealizados por una ciudad que mezclaba por sus calles los modernos coches con las mulas mecánicas y los carros. 

Era duro levantarse de la cama para ver pasar a unos novillos contratados para siete días, que corrían cada mañana los mismos divinos. Casi nunca pasaba nada. De hecho, las crónicas escritas se construían con la ayuda de los de Radio Cadena Española en Tudela. Esos sí madrugaban. Y cómo se esforzaban para que pareciera que había peligro.

Un día nos quedamos sin fotos. Tiramos de hemeroteca. Una del mismo día de un año antes serviría. El artículo decía algo así como “encierro sin sobresaltos, los bureles blá, blá, blá”.

Pasó el verano, y llegó la carta del Juzgado. Con membrete de Logroño. Una señora había prestado más atención a la foto que a la crónica. Aparecía su marido corriendo delante de las astas. El sinvergüenza, que le había dicho que iba a trabajar, y otra vez en un encierro.

Ante el juez. Explica tú que la foto era de un año antes. El marido ve ratificada su versión, pero ya no le sirve. Su mujer, desconcertada, ve perdida su acusación, pero ya no le importa. Nada sostiene ya la historia, su historia. Sin confianza. Sin encierro. Sin esposo. Y por un encierro que nunca corrió.