Opinión

El problema del Ebro, difícil solución

Las directivas europeas impiden dragar los ríos y manipular los cauces de forma que conviertan a estos en acequias o canales, de modo que la reivindicación que se prodiga estos días ante la CHE por los ayuntamientos, sindicatos de riegos, UAGN y entre los gobiernos de La Rioja, Navarra y Aragón, no procede.

Ahora bien, aplicando la lógica ante el problema que se plantea cada vez que se desborda el Ebro, es fácil pronosticar que, con sentido común, puestos a trabajar los técnicos en la materia, se puede encontrar una vía que aminore los daños que, cíclicamente, producen y producirán las avenidas del río ocasionadas por temporales o rápidos deshielos.

Lo que no es en forma alguna válido, es que año tras año se afronte el problema cuando ya ha sobrevenido y, a partir de ese momento, se esté al pairo de las ocurrencias del político de turno -siempre en campaña-, o del afectado que ha perdido la perspectiva.

Por supuesto que el Estado deberá afrontar los gastos. Pero si bien está claro que el desbordamiento del Ebro es un problema de difícil solución, con serenidad y conocimiento, es fácil apostar por soluciones intermedias que aminoren los problemas y reduzcan los riesgos, porque el río siempre reclamará lo que fue suyo por naturaleza.

Hay que comenzar a trabajar para afrontar la siguiente avenida y no estar siempre lamentándose a posteriori.