Opinión

Todos decimos tonterías, todos

“Ale Hernández: —Partiendo de la base de que el feminismo es la lucha por y para la igualdad real de género, ¿es usted feminista?

“Melisa Rodríguez: —Yo busco la igualdad de las personas reales: mujeres, hombres y seres. Por ello presentamos el proyecto de ley para que los perros sean personas. No se puede tener un ser vivo como si de un bien material se tratase. Creo en las personas por igual, sin etiquetas”.

La susodicha pregunta y la mencionada respuesta pueden leerse en la entrevista que le hizo Ale Hernández, colaboradora de la revista Más Mujer Online, a Melisa Rodríguez, secretaria de Juventud y responsable del Área de Energía y Medio Ambiente de Ciudadanos.

Si Aristóteles sostuvo que “hay un rincón de insensatez en el cerebro del más sabio”, y dicho dictamen nos convence del todo o no nos vemos capaces de refutar dicho parecer, de esa precisa sentencia cabe colegir que deben ser varias las esquinas de estupidez que podemos hallar en las/os que no somos sabias/os y reconocemos, sin ambages, ser profanas/os en muchos campos o disciplinas del saber.

¿Quién no ha incurrido alguna vez en el pecado capital de la soberbia y, olvidando la lección que aprendió y contienen las palabras proferidas por Jesús de Nazaret (poco importan que estas fueran ciertas o apócrifas) en el Evangelio de Juan, “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”, en lugar de dejar caer el guijarro que había cogido del suelo, lo lanza de modo airado contra su semejante (sea ella o él), que hace las veces de blanco o diana? Ciertamente, como todas las personas erramos, todas/os nosotras/os hemos pecado muchas veces. Y en algunas ocasiones eso ha acaecido tras haber pescado en lo que otras/os otrora escribieron y nosotras/os ahora leemos un gazapo o más de un yerro.

“Para mí, el hecho primario en la actividad estética, el hecho estético esencial es, yo diría, la confusión (fundirse con) o la transfusión (fundirse en) de uno mismo en los demás, y aun en los seres inanimados, y aun en los fenómenos físicos, y aun en los más simples esquemas o figuras geométricas: vivir por entero en la medida de lo posible las emociones ajenas, y a los seres inanimados henchirlos y saturarlos de emoción, personificarlos” sostiene Bertuco, Alberto Díaz de Guzmán, alter ego o transfiguración literaria del propio autor, Ramón Pérez de Ayala, en “Troteras y danzaderas” (1912). Tengo para mí que en la citada novela de clave Pérez de Ayala usó la técnica del contrapunto, brindando al atento lector (sea hembra o varón) los diversos puntos de vista sobre un mismo hecho, y se valió de su trasunto, Bertuco, para explicar su idea estética en torno a la empatía entera, total. Habrá quien vea en las líneas escogidas por servidor de la obra que culmina su tetralogía (“Tinieblas en las cumbres”, “AMDG” (abreviatura de “Ad maiorem Dei gloriam”, “Para mayor gloria de Dios”, divisa de la Compañía de Jesús, lema ignaciano), “La pata de la raposa” y “Troteras y danzaderas”) autobiográfica el uso de una figura o recurso literario, la prosopopeya o personificación, o un absurdo, galimatías o sinsentido (parecido tal vez al que le salió por la mui a Melisa Rodríguez en la mentada interviú) o una superación de la contemplación (extática, estando el espectador estático o en movimiento). Por cierto, algunos años después, su tocayo, Valle-Inclán, no lo olvidamos, no, vino a hacer, poco más o menos, lo contrario u opuesto, estéticamente hablando, en sus esperpentos, (al) animalizar y/o cosificar a las personas.

Ignoro el porqué, pero no que me veo incapaz de dar oportuno remate a esta urdidura (o “urdiblanda”) si antes no dejo constancia de dos frases que algo o alguien me impone que recoja aquí a todo trance: “Más vale permanecer callado y que sospechen tu necedad, que hablar y quitarles toda duda de ello”, cuyo autor es Abraham Lincoln; y “se conocen infinitas clases de necios; la más deplorable es la de los parlanchines empeñados en demostrar que tienen talento”, que debemos a quien la ideó, Santiago Ramón y Cajal.