Opinión

A la persona decente (¿la motejan de demente?)

En homenaje y recuerdo de Ignacio Echeverría, el “héroe londinense del monopatín”, que llevó hasta sus últimas consecuencias la frase más famosa acaso del mejor filósofo español del siglo pasado, José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

Poco importa que haya cientos de personas tan buenas como usted, atento y desocupado lector (sea hembra o varón). Importa más que exista, al menos, un espejo (modelo donde mirarse y al que merezca la pena emular), un ejemplo (dechado de virtudes que remedar o seguir) de bondad, sin grandes reparos o peros, que fermente a base de comportamientos probos, que son las mejores razones (por eso, precisamente, por eso —aunque parezca un contrasentido, no lo es—, “Obras son amores, y no buenas razones” tituló una de sus comedias Lope Félix de Vega Carpio, el Fénix de los Ingenios o Monstruo de la Naturaleza, según la graciosa ilécebra con la que lo bautizó Cervantes) de peso del mercado, los corazones, ávidos de empatía y solidaridad, de la ciudadanía. Son legión las personas que, desde que lo aseveraron la primera vez, no se cansan de iterar en los mentideros a los que son asiduas que se oponen sin ambages al terrorismo (apellídese este como se apellide), a la violencia (le siga a este sustantivo el adjetivo calificativo que sea), pero nadie blande o tercia el palo, ni da con él al agua (no intervienen o median —no muestran un ápice o pizca de humanidad— en la paliza que le está dando en este concreto momento un varón a una fémina, o unos homúnculos cafres a un gay) para que cese. Se consideran unas/os ciudadanas/os cumplidoras/es, íntegras/os, pero siguen su camino con las manos metidas en los bolsillos de sus americanas o pantalones, autoconvenciéndose de que, si interceden, acaso resulte más malparada/o aún la fémina o el gay y salgan menoscabadas/os ellas/os. ¿Son, ciertamente, hombres decentes y mujeres honestas los/as que ni siquiera dan muestras de duda o vacilación a la hora de poner fin a ese número indeterminado de golpes, los/as que se limitan a lamentarse de que estos hechos continúen acaeciendo en pleno siglo XXI, los/as que no remedian esos erebos terribles a las/os débiles? Confían en que serán otras/os las/os que detengan el arma punzante que empuña la mano que inflige o el brazo o los brazos causantes del daño tamaño y así ellas/os podrán dejar de sentir indignación y pena. Puede que a algunas/os les broten las ganas sinceras de agradecer en silencio al héroe o a la heroína su proceder.

Tengo para mí, atento y desocupado lector (sea ella o él), que, por cada hombre valeroso o mujer virtuosa de verdad que es posible hallar en la calle, cabe darse de bruces en esa misma vía con cientos y más cientos de apócrifas/os aspirantes a ese encomiable galardón, el de persona decente, que obra en el título de este texto, ya que el grueso de ellas/os, entre las/os que me incluyo, apenas damos un paso o nos esforzamos en hacernos dignas/os acreedoras/es a él, de merecerlo. Y es que, como dijo el Premio Nobel de Física de 1921 Albert Einstein más de una vez, y luego alguien grabó esas juiciosas palabras en letras de oro: “El mundo no será destruido por los que hacen el mal, sino, más bien, por aquellos que los vigilan sin hacer nada”.