Opinión

¿Los otros son el cielo o el infierno?

Creo, a pies juntillas, que no conviene restar ni un ápice o pizca de importancia a las manifestaciones de Núria de Gispert sobre Inés Arrimadas. Por si usted, atento y desocupado lector (sea ella o él), no ha tenido oportunidad de leerlas, déjeme comentarle que en un tuit gracioso y/o sarcástico (depende de qué pie cojee usted o del color del cristal a través del cual mire la realidad, porque la burla, al menos, para mí —desconozco la opinión sobre el particular de la vapuleada— era sangrante, y la ironía amén de cruel, mordaz), la primera ha dicho de la segunda que es una inepta y una ignorante. Y le ha mandado de nuevo (al parecer, esa es una idea fija que tiene y, de tanto en tanto, insiste en ella) fuera de Cataluña. En lo concerniente a lo primero, tengo para mí que todos somos ineptos e ignorantes. Por lo menos, quien esto escribe asume y reconoce sin ambages que lo es (inepto para llevar a cabo un montón de tareas en un montón de oficios e ignorante en mil y un ámbitos del conocimiento humano) y, seguramente, quien esto lee también. El problema brota, nace o surge cuando una/o lo profiere de otra/o y no se da cuenta de que lo que acaba de decir le cuadra estupendamente y hasta encaja, como eso se predica del anillo en el dedo anular, también a ella/él. En lo tocante a lo segundo, el racismo, el supremacismo y la xenofobia que destila o exuda el susodicho es incontrovertible e innegable.

Desconozco si lo aireado por De Gispert es un pensamiento o un sentimiento (porque, como nos enseñó Unamuno, si piensa el sentimiento también siente el pensamiento) asiduo, habitual y enraizado en el carácter de quienes han ostentado cargos de cierta relevancia en Cataluña y son partidarias/os de la independencia de dicha Comunidad Autónoma. Puede. Ahora bien, cabe preguntarse, en el supuesto de que un día se logre esa ansiada por ellas/os República Catalana, qué les ocurriría a las/os discrepantes o disidentes con esa manera de entender las cosas y los casos. Y lo que uno se responde no le gusta, porque lo retrotrae al siglo anterior, en concreto, a las décadas de los treinta y los cuarenta, en Alemania, de infausto recuerdo.

Al abajo firmante le llama la atención que una persona cercana a cumplir los setenta años de edad no haya aprendido todavía lo que debía haber asimilado y fijado durante su paso por la Universidad, los beneficios que reporta para el cuerpo y la mente (el alma) la tolerancia ideológica de los otros, que no son el infierno porque piensen de forma distinta a la suya, sino el cielo, porque son quienes la completan o complementan, sus complementarios.

Aunque me consta que es licenciada en Derecho, diría que este, con el lento paso del tiempo, ella lo ha ido torciendo hasta devenir torticero, injusto a todas luces.

¿De qué le han servido los cargos que ha ocupado en su vida política, me pregunto, si se comporta con la péndola o el teclado del ordenador como un hooligan?

¡Qué pena!