Opinión

La Alhambra deslumbra al hombre

De vez en cuando (o de cuando en vez), alguien me vuelve a hacer la pregunta (¿de dónde extraes, Ángel, tantas ideas sobre las que luego escribes?) que más me agrada contestar. Básicamente, de mis propias experiencias, es decir, de cuanto me acaece (suelo responder, de manera leal y sincera) y de las numerosas lecturas (y posteriores reflexiones que sobre ellas llevo a cabo) que hago.

Aunque usted, atento y desocupado lector, sea ella o él, no me crea, es una verdad como una catedral de grande que saco los motivos sobre los que después extravago hasta de los anuncios, sí, que no paso por alto, no, sino que también paso por el doble cedazo o tamiz de mis ojos, por la sencilla razón de que uno, aunque sea intuitivo, no siempre acierta a oler dónde va a brotar, nacer o surgir el quid sobre el que, de inmediato, va a poder urdir una décima espinela, un soneto o un artículo de opinión, más o menos extenso.

Como para muestra, según airea el dicho, basta con presentar un solo botón, doy el paso para ofrecérselo con sumo gusto. El pasado Viernes Santo, 14 (aunque en la portada aparece escrito sábado, 15 de abril), en la página 57 del Suplemento de Moda, SMODA, del diario EL PAÍS (número 225, de mayo de 2017 —sí, sí, ya sé que aún estamos en el mes de abril, pero aquí me limito a ser fiel con cuanto leo, haya o no error de bulto en lo que viene expresado—), en el anuncio, en versales, de CERVEZAS ALHAMBRA, como arranque del segundo párrafo, leí, tras el subrayado TIEMPO, que culmina el primero, que “el tiempo hace que las manos escuchen, que los ojos toquen, que los oídos vean más allá”.

El anuncio de la bebida alcohólica, hecha con granos de cebada fermentados en agua y aromatizada con lúpulo, pretende persuadirnos de que, mediante el consumo responsable (que nos recomienda) de la cerveza que alumbra, la de marca ALHAMBRA, es posible que lleguemos a sentir el diverso abanico de sinestesias que predica su propaganda.

Bueno, pues noto que casi casi me viene impuesto el parágrafo con el que me dispongo a coronar este texto. En la página 44, que hace las veces de contraportada, de EL PAÍS, de dicho día, 14 de abril de 2017, en la crónica que firma Francisco Peregil, titulada “Paquita López, la Pasionaria de Rabat”, el susodicho periodista parece que trenzó la misma tras tomarse un par de cervezas ALHAMBRA, ya que tengo para mí (he de reconocer que no he dudado ni una pizca de la veracidad, quiero decir, que no he puesto una sola objeción a cuanto antecede) que cabe hallar e identificar una inconcusa e incontestable sinestesia en las concretas líneas suyas que a continuación cito: “Las horas pasan frente a la tele, que ve con la ayuda de un audífono”.

Ángel Sáez García

Licenciado en Filología Hispánica