Opinión

Fui el autor de ese fracaso

Como he dejado constancia antes de ello en otros sitios (considerando, imitando, recordando, remedando o teniendo en cuenta y/o muy presente —déjate, por favor, de tanta cháchara y ve, Otramotro, por Dios, aunque solo sea esta vez, al grano—, urdiré el gerundio que más conviene que trence, si pretendo ser sincero, que esa y no otra es mi intención, serlo), plagiando qué opinaba en su famoso poema “If” (“Si...”) sobre el éxito y el fracaso el Premio Nobel de Literatura de 1907 Rudyard Kipling, aquí también sostengo idéntico o semejante parecer al suyo, que el triunfo y la derrota no son más que dos apodícticos impostores. Ciertamente, para apoyar dicha tesis, la vida nos viene abasteciendo o suministrando innúmeros casos y cosas, esto es, demostrando un día sí y otro también que, a veces, en los momentos de máxima euforia, cuando uno tiene la autoestima por las nubes, tras haber destapado, acaso sin querer, la redoma o el tarro donde suele mantener encerrado, recluido, a su diablo, su yo más repugnante, el de odioso e idiota, por engreído, jactancioso o presuntuoso, uno, itero, puede llegar a creerse el rey del Mambo. Luego ya se encargará de hacer acto de presencia el tío Paco con el cepillo para coronar la necesaria y oportuna rebaja.

El miércoles pasado, 19, publiqué a las catorce horas, como es costumbre arraigada en mí, en mi bitácora el texto que titulé “La Alhambra deslumbra al hombre”, que versaba sobre un anuncio de CERVEZAS ALHAMBRA y las consecuentes, lógicas y normales sinestesias que suele propiciar o provocar un consumo responsable de las tales (por cierto, aquí, a renglón seguido, no he tenido que colocar el imprescindible y habitual “de Mileto”, complemento del nombre cuya ciudad griega identifica a uno de los consabidos Siete Sabios de la Hélade). Bueno, pues todas las veces que hice referencia a la mencionada marca cervecera en dicho escrito esta apareció, mutatis mutandis, en toples, sin portar la preceptiva hache. Al menos, dicho en descargo de este menda, fui coherente, congruente. Nadie me advirtió del craso error que había cometido. Cuando, mediada la tarde, reparé en él, seguí la enseñanza que otrora había extraído de una lección que me impartió Confucio (“Quien comete un error y no lo corrige comete otro aún mayor”) y procedí a subsanarlo de inmediato. Ese mismo día, a las siete de la tarde, leí en la edición digital del diario La Razón lo que catalogué como un mero bluf, una neta broma (de pésimo, escaso, mal, ningún, buen, bastante u óptimo —usted, atento y desocupado lector, sea ella o él, se encargará, si no arguye objeción al respecto, de tachar lo que no proceda— gusto), que la presunta agencia espacial European Space Corporation, ESC, según daba a entender en su página web, ya había comenzado la cuenta atrás para el lanzamiento, que no miento (porque, insisto, eso leí), hoy, viernes, 21 de abril, de la primera misión a la luna de un asno vizcaíno, un “euskalburro” de la comarca de las Encartaciones.

Como acostumbro a hacer con cuanto me ocurre y leo, empecé a jugar en mi mente (de demente cuerdo, según asiduo acuerdo entre quienes me conocen desde la más tierna infancia) con lo uno y lo otro y compuse o verseé la décima espinela que, si usted sigue leyendo, comprobará cómo quedó, así:

Que me manden a la luna / En lugar del burro vasco, / Porque el menda ha sentido asco, / Al comprobar que ninguna / Hache puso a Alhambra, ni una. / Por eso orejas hoy porto / De asno, pero uno muy corto, / Desde el orto hasta el ocaso. / Como autor de ese fracaso / Este castigo soporto.

Ángel Sáez

Licenciado en Filología Hispánica