Opinión

El lado positivo de las cosas

Dilecta Pilar:

Como tiendo a ver el lado positivo de todo (soy un optimista militante, empedernido), pero no me tapo los ojos si, por la razón que sea, brota o surge, inopinadamente, ante ellos lo negativo, acaso te sorprenda leer el párrafo que sigue (que lo he escrito antes que este, que lo precede en el espacio, pero no en el tiempo —el arte de la escritura te permite estas licencias, como te consta—).

No me desdigo de lo que te escribí ayer y te agradezco de buen grado que abundes conmigo en ello (porque esos pensamientos y esos sentimientos deberíamos promoverlos y apoyarlos más todos), sin embargo, si tenemos en cuenta todo lo que comemos de más y bebemos de más en estas fechas (seamos más o menos conscientes de ello o inconscientes) acaso convenga que no sea todo el año Navidad, porque sería perjudicial para nuestra salud.

Mis gustos en torno a la Navidad han variado a lo largo de mi existencia. Antes de que tuviera el fatídico accidente de coche y de que, como terrible consecuencia del mismo, muriera mi hermano José Javier tal día (dentro de unas jornadas se cumplirá el 39 aniversario de tan luctuoso hecho —él acababa de ejercer su derecho al voto, tras estrenar el 4 de marzo su mayoría de edad, yo contaba dieciséis años—), que me dejó deshecho, tenía ilusión por que llegaran las Navidades y duraran y duraran y duraran.... Desde el día señalado, rememorarlo (con más o menos detalles) ha hecho que lo aborreciera. Es, poco más o menos, algo parecido al “amodio” (amor que deviene en odio) del que habla cierto anuncio o spot televisivo. Entiendo que a ti te guste (por las razones que aduces), pero, considerando (si te haces una idea aproximada de) lo que padecí y sufrieron mis padres y mis hermanos, seguramente, entenderás que a mí me disguste. La persona que me daba la paga (el único mecenas que, en sentido estricto, he tenido en mis cincuenta y cinco años de vida) para comprar libros (los mejores regalos que se pueden hacer y uno puede hacerse a sí mismo, pues, si son buenos, los autores, ellas y ellos, de los tales entran a formar parte de tu círculo de amistades y aun del de los más queridos, los allegados) dejó de hacerlo. El vacío que dejó nadie ni nada pudo llenarlo. Escribirle poemas fue lo que me ayudó a atenuar o mitigar su ausencia. 

La imagen de la Virgen María pariendo (no he leído la noticia que la acompaña en ese diario, ni los comentarios que le siguen) me parece insólita, inaudita, pero real como la vida misma, sin los prejuicios (censuras propias o ajenas) que otras representaciones artísticas del Nacimiento vienen a mostrar bien, a las claras.

No solo la Navidad. Creo que no hay nada (acaso las matemáticas, es un decir, por lo impersonales que son o pueden llegar a ser) que no tenga que ver con lo emotivo o sentimental. Mira, verbigracia, qué ocurrió ayer con las elecciones autonómicas en Cataluña. Me parece bien que te siga gustando. Ahora bien, todo lo que nos ocurre nos influye. Todo acto (por acción o por omisión) tiene sus consecuencias. La muerte de cualquier persona la tiene. Hoy, por ejemplo, ha finado sus días uno de los amigos íntimos de mi difunto padre. Su óbito lo he sentido por la cercanía que tenía con mis progenitores (y, por extensión, conmigo). Si no conoces a las personas que acaban de morir puedes sentir sus fallecimientos, pero no tanto como si las hubieras tratado a menudo. Y es que el roce hace el cariño. Esta mañana, nada más tener noticia del funesto suceso, he acudido al tanatorio a darles el pésame a sus seres más allegados. Esta tarde será su funeral a las siete de la tarde. Allí estaré acompañando a sus deudos y amigos.

Otro, precedido o seguido de dos ósculos, sin que falte mi deseo de que durante el “finde” largo (la Nochebuena la pasaré en Cascante y la Navidad en Tudela), si hay novedad, que sea, por favor, buena.