Opinión

Cuando la verdad no importa, ¿qué importa?

¿Kunda pretende que su idea cunda?

Si, según la navaja de Ockham, “en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”, a nadie (de cuantas/os conozco y he debatido con ellas/os del asunto controvertido que actual y últimamente más me inquieta e intriga —y, por eso, lo traigo y tengo entre manos—, si los datos contrastados persuaden más o menos que los mensajes emocionales), le debería extrañar la conclusión a la que llegó la psicóloga social Ziva Kunda, que, poco más o menos, puede formularse así: que lo lógico y normal es que las personas lleguemos a las conclusiones a las que queríamos llegar. Cabe colegir, por tanto, de lo urdido arriba que, como ella no era una excepción a dicha regla, Ziva no logró escaparse de las garras y/o fauces de dicho sino o destino. Así que es razonable preguntarse qué es lo que pretendía de verdad Kunda, y, asimismo, conforme a razón contestarse que, acaso (y hasta sin acaso) que su idea cundiera.

Para todos los seres humanos (hembras y varones) nuestra composición, idea o visión del mundo, nuestra vida, es un relato o rompecabezas en el que tienen que encajar, sin chirriar, sin desentonar, como en cualquier maquinaria, mecanismo o motor bien engrasado, todas las acciones, todos los párrafos, todas las piezas.

Si una verdad recién salida del horno contradice nuestra verdad original, primera, prístina, y, en lugar de hacer lo cabal y correcto, lo decente, como manda el rigor intelectual, seguir al filósofo alemán Karl Popper (para quien la verdad era siempre sospechosa, y gozaba de una condición interina, provisional, de tal manera que, en el supuesto de que una verdad fuera refutada por otra, esta se encargaría de abatir y acabar con la falsa, o de bajarla del pedestal sobre el que hubiera sido colocada, o de echarla y de ocupar en ese mismo instante su trono), la ignoramos, porque no cuadra con nuestro relato o rompecabezas, o la desechamos, porque, como no nos sirve, deja de tener importancia para nosotros, ¿qué podemos hacer para salir incólumes de dicho aprieto? 

Si, según algunos estudios cuyos datos acaban de ser tabulados, intentar convencer con argumentos irrefutables a los “antivacunas”, los creacionistas, los negacionistas (que niegan que el hombre viajara a la luna o el calentamiento global), los escépticos climáticos (que dudan del cambio climático), los “terraplanistas”, etc., puede provocar un efecto bumerán, reforzando aún más sus creencias erróneas, ¿qué podemos hacer para salir airosos de dicho brete? Al parecer, ha dado excelentes resultados conectar emocionalmente o empatizar con ellos y que los argumentos persuasivos los formulara un guía o líder carismático. Ahora bien, después de ponernos el disfraz de Diógenes de Sinope y de salir a escena con una linterna encendida, se impone que nos dirijamos al público asistente, que llena el aforo del gran teatro, el mundo, y le preguntemos ¿dónde es posible pescar esa descendiente directa de Parténope o cazar esa rara avis, ese mirlo blanco?