Opinión

Carta apócrifa entre bachilleres que fueron colegas de 'Fígaro' (De Guardimar a Pandemonio, al estilo de Pérez de Munguía)

Dilecto amigo y bachiller, colega Carles Pandemonio:

Como me pide en la suya, a la que me apresto a responder, que le cuente el caso por extenso, empezaré por el principio, por trenzarle (a ver si lo hago con una pizca de arte) que tengo tres hermanos: dos féminas y un varón. Ergo, continuemos, sigamos adelante, que esto tiene poco (apenas nada) de distintivo, pertinente o relevante. Mi hermana mayor, a quien todo el mundo llama Paca (yo acostumbro a decirle mucho: “Paca, ven pa —ra— acá”; y ella, que es tan coñona o zumbona como yo —y hasta más que el que narra, servidor—, me suele contestar indefectiblemente con esta pregunta proverbial “¿Pa —ra— qué?”) es una señora casada, que antaño recibió una educación de las más selectas que en las postrimerías de la centuria pasada y en los inicios del presente siglo XXI se podía dar a las/os hijas/os de bien (ahora me doy cuenta de que hubiera sido mejor usar el plural, de bienes, de muchos bienes, de toda clase); quiero decir esto, que sabe leer, aunque no todos los libros (los escritos en otros idiomas que no sean el catalán, el español, el francés y el inglés, no), y escribir, aunque no urda cosas dignas de ser leídas (ergo, menos aún releídas); contar no es un problema mayor o problemón para ella, porque siempre descuidó tanto el cuento de sus cuentas que, aun después de haberse casado, acostumbra a dejarlas a mi cargo, ya que soy su mayor acreedor, que las llevo, sin ninguna duda, bastante mejor que ella; baila la sardana como una sardina se mueve en el líquido elemento marino; canta cuanto sobra para hacerse notar o de rogar y para dar la vez con viva voz; monta a caballo como una amazona del río de igual nombre en plural, que, según cuenta una leyenda que me acabo de inventar (por fantasear, que no quede en el tintero más que lo que huelgue), amenazaba más con su vista de lince que con el arco tensado, dispuesto a disparar la flecha; y mil placeres reporta ver con qué soltura y desembarazo saluda, mientras anda callejeando o paseando, ahora que el verano se ha adelantado, por las sombras de Barcelona, a sus amigas/os y conocidas/os; de ciencias y artes desconoce lo suficiente como para poder hablar de ambos ámbitos como una ducha, experta o perita en dulce. En materia de bel canto y de teatro nada añadiré a que está abonada al Palau de la Música, y si ignora qué asunto se está cociendo en el drama, se calla o da el pego, que para eso lo paga, y aun lo suele silbar y patear; de este modo da a entender que ha visto obras mejores en los proscenios de varios teatros de otros países, porque ha viajado mucho por el extranjero. Ahora, verbigracia, está destinada en Qatar, donde o catas o te catean por no catar. Habla bien el francés y el inglés cuando debería hablar mejor el español, y el catalán, su lengua materna, no lo habla más que con los suyos y por teléfono. Por supuesto, como yo, cree más en la independencia de Cataluña (república que me pone de los nervios y por eso hago lo que me manda, pruebo y como la primera uña que hallo) que en Dios, y menos si es trino, porque quiere pasar allí donde se encuentre por mujer de luces (como dijo Edith Wharton, “hay dos maneras de difundir la felicidad, ser la luz que brilla o el espejo que la refleja”). Se me olvidaba aducir u olvidábaseme decir, como le gustaba hilvanar de cuando en vez a Cervantes, que no diré nada de los diversos títulos que tiene ni de sus otras muchas virtudes (tantas, que su innúmera cantidad y pormenores incontables no se solidarizarían nunca con su excelsa calidad, por más que me empeñara en ceñirme a enumerar unas y reducir otros a un único adjetivo, y con esta carta (en la que una legión de lectoras/es avispadas/os verán lo que sin hesitación es, un cuento), que tiene vocación de breve.

Una vez expuesta su exquisita crianza y callados los títulos recibidos por los estudios concluidos, a nadie le extraña que mi hermana sea embajadora de una república aún no nata, sí, pero en pleno proceso de gestación, que va camino de dejar de ser en breve (¡anda la órdiga!, como esta parida de ser parida) una ilusión para devenir una realidad, esto es, ser alumbrada.

Esta es mi hermana y bien sé yo que si sus abuelas/os la vieran ahora, en su prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna, como se veía a sí mismo Lázaro de Tormes al final de su autobiografía fingida (no otra cosa es lo que cabe advertir aquí, si se lee con atención esta carta apócrifa y servidor ha logrado lo pretendido con la urdidura —o “urdiblanda”— de los párrafos que la componen), habían de estar tan embobadas/os con su nieta como lo estoy yo con mi hermana, por tanta buena cualidad como ella ha llegado a reunir en torno a su persona/lidad: siete mil euros cada mes (diez veces lo que cobra de pensión mi alter ego o sosias, Otramotro) le ingresan a Paca en su cuenta corriente.

Como de bien nacidos es ser agradecidos, por haberse comportado usted (y sus antecesores en el cargo) tan bien con mi querida hermana Paca, queda a su entera disposición, para lo que guste mandar, sin hacer distingos, lo que sea, ora tolerable, ora intolerable (úseme; compruebe que no trenzo esto a humo de pajas) quien le da, de bachiller a bachiller, el abrazo que le manda (sienta mi pecho contra el suyo y tres o cuatro golpes de la palma de mi diestra en su espalda).

Josep Lluís Guardimar