Opinión

Carta abierta a Ariana Grande, autora de 'Dangerous woman' (Mujer peligrosa)

Dilecta diva/estrella del pop (permíteme que te tutee —ya sé que es poco probable que leas esta epístola en español, pero nada impide que pueda llegarte convenientemente traducida al inglés por un alma caritativa, dadivosa—, porque podría ser tu padre) Ariana Grande:

Ha transcendido a los mass media que estás “rota” (fuentes próximas a tu persona han agregado, otrosí, un adjetivo calificativo sobre cómo te ven tus más allegados o cercanos, “histérica”). Y que has decidido cancelar tu tercera macrogira mundial, suceso insólito en tu carrera precoz, relampagueante.

Evidentemente, puedes hacer con tu vida cuanto te pete, que para eso es tuya, pero, si no adviertes en la recomendación que me dispongo a hacerte una injerencia, te ruego encarecidamente que inviertas unos minutos, al menos, en considerarla. Cuando te recuperes emocionalmente de la reciente masacre de Mánchester, vuelve a ponerte las orejas de conejita de Playboy, a subirte al escenario a cantar y bailar como sabes y te gusta hacerlo, provocativamente, y a hacer felices a tus seguidores, púberes y progenitores. Lo mejor que cabe hacer tras padecer directamente (o, de modo indirecto, compadecerse con las víctimas de) un atentado es volver a la vida normal, a la rutina diaria.

Está claro, como la más cristalina de las aguas, que quien pronostica (aun siendo buen conocedor del pasado, de los muchos entresijos que es posible hallar entre los numerosos pliegues de la historia, que es, precisamente, lo que permite atisbar o avistar el futuro) puede equivocarse. Y aun de un modo morrocotudo. Yo intuyo y, por eso, auguro que vas a volver, más pronto que tarde, por donde te mueves a gusto, por los escenarios.

El grueso o una buena parte de los textos que he trenzado y constituyen mi producción literaria (y lo propio, por cierto, aseveraré —sin correr el mínimo riesgo de errar o marrar— de los que escriba) han surgido de las lecturas atentas que he hecho de otros escritos (fueran estos artículos, cuentos, dramas, ensayos, novelas, poemas,...) ideados y coronados por otros autores (fueran estos amigos o conocidos míos o escritores desconocidos por servidor).

Una de dos, Ariana: o acabamos con el terrorismo (con cualquier forma de terrorismo, sea este del tipo que sea o lleve detrás el adjetivo que lleve —si el calificativo que le sigue al susodicho sustantivo es yihadista, habrá que tener en cuenta, verbigracia, las cinco propuestas que vertió la activista y pensadora neerlandesa-estadounidense Ayaan Hirsi Ali en su libro “Reformemos el islam”, a saber: Alá, Dios, Mahoma, Profeta, y el Corán, Libro Sagrado, han de ser interpretados por los fieles y, por tanto, pueden y tienen que ser, asimismo, sujetos y objeto de crítica; esta vida, incontrovertible, real, es más prioritaria que la otra, la de ultratumba, supuesta; la influencia de la “sharia” o ley islámica debe limitarse al ámbito privado, religioso, dando preponderancia a la ley seglar en el público; conviene erradicar ese hábito, tan arraigado en la vida ordinaria, de “ordenar lo que está bien y prohibir lo que está mal”; y, como colofón o remate, hay que olvidarse de llamar a la yihad; esa mano o puñado de iniciativas o medidas es una buena base, fundamental diría yo, para que los musulmanes puedan volver a vivir en paz entre ellos y entre quienes creemos, fingimos creer o hemos dejado de creer en otras religiones en plena segunda década del siglo XXI—) o tendremos que convivir con él, y conllevarlo como podamos, porque el terrorismo no va a acabar con nosotros. Esa es una de las pocas certezas que abrigo entre sábanas de hesitación y con mantas de dudas.

Desde que leí “La peste”, de Albert Camus, antes de asistir a alguna fiesta popular, a la que suele acudir mucha gente (al chupinazo de los Sanfermines, por ejemplo —pero puede valer también como tal un concierto de los tuyos, Ariana—, donde la alegría se ve desbordada por doquier, cualquiera de las calles, parques o plazas del centro de Pamplona) o después de que algún desalmado (solo o en grupo) haya cometido un atentado terrorista con víctimas mortales (no desconozco, no, el quid o porqué), siempre acostumbro a recordar el inmarchitable párrafo final de la citada novela:

“Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir a una ciudad dichosa”.

Estas palabras, inolvidables para mí, de Camus, por la razón que sea, acaso por que las completan o complementan estupendamente, en todo momento me han llevado a rememorar otras que también recuerdo desde aquel día que fueron leídas por mí por primera vez, las que arrancan o inician “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, de Karl Marx:

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.

A veces, la farsa marxista puede esconder, entre los muchos entresijos que ocultan sus innumerables pliegues, una tragedia doble. Que no sea ese tu caso, Ariana, es mi deseo. Y que hagas honor a tu apellido, te repongas como el rayo y sigas el ejemplo de muchas/os adolescentes, que, al día siguiente del concierto y criminal atentado posterior, acudieron al colegio, a sus clases, volvieron a sus rutinas. Ojalá tomes nota del hecho y regreses cuanto antes a hacer lo que sabes y hace felices a tantas/os.

Ángel Sáez García

Licenciado en Filología Hispánica