Opinión

La C y la H suman, la A multiplica

“Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”.

 

   Mahatma Gandhi

El pasado sábado, 3 de los corrientes mes y año, invitados por mi sobrina y ahijada Raquel Sáez León, quien ese día iba a recibir la banda y el diploma de graduada en Traducción e Interpretación (por la UVa —luego, más tarde, entendí las numerosas referencias que unas/os y otras/os hicieron al vino y al alcohol—, Universidad de Valladolid, cuyo lema o leyenda, Sapientia Aedificavit Sibi Domvm —la sabiduría construyó para sí casa o su casa— se extrajo de Proverbios 9, 1), nos desplazamos en coche desde Tudela a Soria sus padres, mi hermano Eusebio y mi cuñada María José, su hermana Lucía, su madrina y tía Montse, su prima Marta y su padrino y tío, servidor; y, tras arribar a la ciudad que baña el Duero, acudimos a pie al Palacio de la Audiencia a fin de llegar unos minutos antes del mediodía, hora señalada para que comenzara el acto de despedida: entrega de los diplomas y bandas de la IV Promoción de Grado 2013-2017 y X Promoción de Máster 2016-2017.

Las diversas intervenciones de cuantas/os tomaron la palabra en dicho acto, que escuchamos con suma atención, siguieron la recomendación horaciana que cabe hallar en los versos 343 y 344 (“omne tulit punctum qui miscuit utile dulci, / lectorem delectando pariterque monendo”, “todo el galardón se lo llevó quien mezcló lo útil y lo dulce, deleitando al lector (en este caso, público oyente y vidente) y al mismo tiempo amonestándolo” de su “Epístola a los Pisones”, también conocida como “Arte Poética”, pues todas, sin excepción (unas más que otras, claro) divirtieron al respetable y lo instruyeron, quiero decir, fueron útiles y dulces. ¿O acaso alguien no salió dándole vueltas a esa frase incompleta de Mohandas Karamchand, “Mahatma” (que quiere decir “Alma Grande”, nombre honorífico con el que lo bautizó el Premio Nobel de Literatura de 1913 Rabindranath Tagore) Gandhi, que vimos proyectada en la pantalla y aparece completa en el epígrafe o exergo que he elegido para encabezar este texto? ¿Quizá alguna/o de las/os asistentes abandonó el Palacio de la Audiencia sin saber qué idea defiende y sostiene el apasionado y entusiasta coach, conferenciante, formador y escritor catalán, aficionado al Barça, licenciado en ADE y doctor en Humanidades, Victor Küppers, quien, por cierto, aunque nació en Holanda, habla un estupendo castellano (y de quien he visto y oído esta mañana en internet una alocución suya muy motivadora, sin hesitación), que puede reducirse a esta fórmula matemática: V (Valor de una persona) = C (Conocimientos) + H (Habilidades) x A (Actitud), a la que se refirió una de las personas que hicieron uso de la palabra? ¿Puede que alguna/o de las/os presentes no salió de allí sin abundar con el ausente en que los conocimientos, los conceptos que tenemos claros, diáfanos, y las habilidades, las destrezas que nos permiten manejarlos, suman, sí, sin duda, pero que la actitud, nuestra manera de ser en la vida, nuestra forma de comportarnos en el día a día multiplica? ¿Tal vez alguien abandonó el acto, en el que la/el graduada/o fue nombrada/o y apellidada/o, se proyectó su foto en la pantalla, y le fue impuesta la banda y entregado el diploma (la parte más entrañable del mismo) y de nuevo fue fotografiada/o por el profesional contratado para tal fin, sin que recordara alguna de las contumelias o alguno de los remoquetes que se habían dicho, en esa misma línea que sirve de frontera para separar las burlas de las veras, uno de los recién graduados, don Guillermo Pinilla Gallego, y el vicerrector del Campus Universitario “Duques de Soria”, don Joaquín García-Medall Villanueva?

En dos ocasiones anteriores había estado en la ciudad que, poéticamente hablando, inmortalizó don Antonio Machado (la primera, en un viaje de fin de curso, cuando estaba estudiando uno de los tres últimos de la EGB , que finé en el seminario menor de Navarrete —no sabría decir a ciencia cierta cuál de ellos; pero, si me pidieran que me decantara, lo haría por el último, Octavo—, que regentaban mis queridos e inolvidables Padres Camilos, en la que visitamos los arcos del claustro del monasterio de San Juan de Duero y la ermita de San Saturio; la segunda, en una reunión con excompañeros camilos, en la que pasamos la mañana fantaseando, mientras seguíamos con atención las explicaciones que nos daba el guía turístico de las ruinas de Numancia, y comimos en un bar que regentaba, a la sazón, un excolega nuestro, Cecilio). Como esta es la más reciente y me alegró tanto ver la dicha desbordante en el rostro de mi sobrina y ahijada Raquel, contenta (así como estábamos ledos todos sus deudos, desplazados por dicho motivo desde la capital de la ribera navarra), como unas castañuelas, es la que ahora más recuerdo (¿tendrá algo que ver el granizo que cayó y golpeó con fuerza los cristales del Restaurante Alfonso VIII, mientras nos hallábamos allí sentados, degustando las viandas que nos sirvieron sus solícitos camareros?), como esa frase inmarchitable del tristemente finado Jonas Edward Salk, que viene a completar o complementar la de Gandhi, de la cita, y dice que “la recompensa del trabajo bien hecho es la oportunidad de hacer más trabajo bien hecho”.