Opinión

"Aquarius", pececitos de Gabriel (de poco sirve la Navaja de Ockham)

“En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento”. Albert Einstein

 Antes de que el abajo firmante entre en materia, permítame, atento y desocupado lector, sea ella o él, que le refiera esta consideración previa. Si usted, para llegar a estar sano y conservar dicho estado, tiene que hacer el esfuerzo de llevar un modus vivendi saludable, y a servidor le ocurre lo propio; para lograr que una sociedad sea sana, el grueso de los individuos que la conforman han de seguir y/o tener hábitos de vida saludables. La salud individual es previa y una condición imprescindible o requisito necesario para que haya salud social. Bueno, pues con la calidad democrática de los dirigentes de un país pasa tres cuartos de lo mismo que acabo de razonar a propósito de la salud (personal o colectiva).

En la actualidad basta con estar alerta a lo que nos entra por los ojos y los oídos para identificar (tomar conciencia y constancia de) una plétora de problemas tan complejos, tan poliédricos, que seríamos unos verdaderos insensatos si juzgáramos (a la ligera) que, para solventarlos de raíz y de cabo a rabo, tal vez fuera suficiente con seguir la lección del epígrafe de Einstein, esto es, echarle imaginación a la cosa y hallar para cada uno de los tales una solución fácil y sencilla. Considero que de poco (tan poco que puede devenir en un pispás en nada) nos va a servir la cita del Premio Nobel ni que echemos mano del principio metodológico y filosófico de economía o de parsimonia, o sea, la navaja de Ockham, para salir airosos, incólumes, de tantos bretes.

Ya que para muestra basta con presentar un solo botón, pongámoslo como modelo o ejemplo. Todos sabemos qué ha pasado en el mar Mediterráneo, entre Malta e Italia, con el Aquarius, un barco con 629 migrantes y refugiados a bordo (una quinta parte de ellos son menores de edad, a los que —huelga la explicación— he dado en llamar en el título de esta urdidura —o “urdiblanda”— pececitos de Gabriel), al que las autoridades portuarias de los países mentados no le han permitido arribar. Si una nación se ha saltado la barrera, el listón o la valla de la mínima dignidad y humanidad, la otra la ha liado bien gorda (y uno de sus vicepresidentes de Gobierno y ministro del Interior, Matteo Salvini, con su proceder, ha tenido la desfachatez de resucitar al fascista Mussolini, que acarrea y portea en sus hombros, al menos, intelectualmente), al demostrar que la historia sirve de poco, al no haber escarmentado en cabeza ajena, o sea, por no haber aprendido de los errores que cometieron en el pasado quienes se comportaron como él hace, errando morrocotudamente, en el presente.

Tras la determinación de nuestro reciente presidente, Pedro Sánchez, dicho barco (junto con otros dos navíos italianos) se dirige al puerto de Valencia. Bueno, pues, como cada quisque ve la realidad con las gafas del muestrario que ha elegido ponerse (la celebérrima e imperecedera cuarteta de Ramón de Campoamor sigue vigente), ya hemos comenzado a discutir entre el blanco y el negro, obviando la inmensa gama de grises que media entre ambos, es decir, si dicha decisión es plausible, digna de aplauso, o, por el contrario, condenable, digna de condena. A mí, que he vivido hechos que, si no fueron milagros en sentido estricto, se parecieron bastante, pues lindaron o rayaron con lo prodigioso, me nace mostrarme como lo ha hecho el jefe de nuestro Ejecutivo, Pedro Sánchez, compasivo, empático y solidario. Yo no voy a opinar por los demás. Les corresponde a ellos dar su parecer al respecto. Sin embargo, he de agregar, por considerarlo pertinente, que sería un suicidio que un país en solitario decidiera abrir sus puertas de par en par a la migración (aunque la recomendación del Fondo Monetario Internacional para España vaya por ese canal, cauce o sendero). Ya sabemos qué depara el efecto llamada.

Y es que aquí hay quien olvida los infiernos que puede llevar aparejado el buenismo: los inmigrantes pobres compiten, ora de manera legal, ora de modo desleal, con los españoles pobres, y como consecuencia o resultado de todo ello, por los trabajos menos cualificados, las ayudas sociales, de vivienda, educativas, sanitarias,... Si en España hay un número ingente de personas pobres, aun siendo trabajadoras (a tiempo parcial o no), y si dicho número lo aumentas significativamente, sumándole migrantes o refugiados, entonces estás empeorando las condiciones de trabajo, los salarios y el acceso a prestaciones sociales de todos (saliendo claramente perjudicados —los casos son notorios—, por el agravio comparativo, los autóctonos). A día de hoy los parlamentarios (ellas y ellos) que proceden de la clase baja y obrera son los menos. Pertenecen a una nueva clase acomodada, vinculada muchas veces a la educación (universitaria o no) y a la administración. El ejemplo que hace las veces de arquetipo o se pone como dechado o prototipo es el del secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, que, tras obtener un escaño en el Congreso de los Diputados, ha pasado de profesor contratado por la Universidad y vivir en un piso de Vallecas a comprar (a medias con su pareja, Irene Montero, parlamentaria también, encinta) un chalé de 600.000 euros en una urbanización alejada de los barrios donde viven los obreros que le auparon adonde él se halla. ¿Hoy en día a las élites no les interesa una metamorfosis de la sociedad, porque con ese cambio se iría al garete su posición dominante en la misma?

Cada uno de nosotros tenemos que darnos cuenta de que no somos gatos, esto es, de que solo tenemos una vida y que esta (aunque ignoramos cuándo) se va a acabar. Abundo en el parecer o me sumo a quienes opinan que acertaremos de lleno en el blanco o centro de la diana si la dedicamos a coronar o culminar aquello que nos satisface, siempre que de ello resulten beneficiados (o no salgan perjudicados) nuestros congéneres.

Acoger a estos 629 refugiados e inmigrantes me parece bien, siempre que el resto de las naciones europeas, conscientes de que la migración es un problema común, de la UE, decidan enfrentarlo solidaria y mancomunadamente y habilitar las medidas relevantes para solucionarlo de la mejor manera posible.

Si Europa desea de verdad ponerle freno al drama humano de la migración, poco se conseguirá cerrando a cal y canto sus puertos y aeropuertos, tendrá que implicarse de lleno con los países de origen. Ahora bien, se ha demostrado bien, a las claras, que el grueso del dinero invertido en ellos, si no se controla a lo largo de todo el proceso, suele acabar en las manos de sus mandamases, cada vez más ricos, y no se obtienen los resultados apetecidos, crear y favorecer las condiciones para que sea viable la vida en sus países de origen.

La acogida indiscriminada de migrantes y refugiados hace el juego a los tiranos de los países de origen y a las mafias que trafican con seres humanos.

En tiempos de crisis, cuando vienen mal dadas y las conciencias se agrietan (y por ellas se cuelan de rondón las mil caras que algunos dicen que tiene la cobardía, que nace tras contemplar el futuro plagado de incertidumbres), los más bajos instintos del ser humano brotan por doquier y es entonces cuando nuestros semejantes se convierten en la peor pesadilla para nosotros, sus hermanos. El miedo a la competencia desleal del que viene de fuera aviva la xenofobia y nos convierte en unos seres despreciables. El discurso contra los migrantes y refugiados en España se parece como una gota de agua a otra gota de agua al que proferían los alemanes, los belgas y los suizos cuando éramos los españoles los que con una maleta, un traje de pana, mucha hambre y un montón de sueños por cumplir, arribábamos a los países citados en busca de un futuro mejor. ¿Acaso no es denigrante e injusto a todas luces que hayamos olvidado el bien que otros nos hicieron otrora y nos dediquemos a poner objeciones sin cuento al bien que ahora nos toca hacer?