Opinión

Opinadores de fiar

Atribuir supremacía moral a una persona, a un grupo, supone arrogarles que sus opiniones, sus decisiones, son, lo más justo, lo mejor para la mayoría, lo menos contaminado por otros intereses.

Este calificativo, de grupos o de personas, hay que ganárselo. No se compra, ni nadie expende ese certificado. Hay que ganarlo con una trayectoria de honradez intelectual probada; independencia abalada por una mayoría mayoritaria, aunque no necesariamente estén siempre de acuerdo con sus opiniones o con sus actuaciones, pero es requisito indispensable que la mayoría opinen que son de fiar, de que sus planteamientos no están contaminados por intereses personales ni de grupos.
Y también, abalados por una trayectoria en la que sus opiniones se han ganado un prestigio de equidad, compromiso con la verdad, y también de calidad en los razonamientos; no vale sólo con expresar una opinión, hay que razonarla y hay que fundamentarla.

Suelen ser personas honradas intelectualmente, no dependientes de grupos. El opinar sin servidumbres supone el riesgo de que los que les consideren amigos hoy, mañana les consideren enemigos, porque sus opiniones en ese caso no les favorezcan. La independencia supone ser objeto del fuego cruzado de los contendientes. No pertenecen a ningún bando, ni ningún bando les considera porque no son fieles a su “cuerda”. Se suelen preguntar: ¿este de qué va? o ¿este con quién va?

Hay que tener en cuenta, que la independencia completa es imposible.
El que opina, el que habla, el que escribe, también tiene su ideología, sus valores, aunque algunos o muchos no coincidan, o coincidan sólo ocasionalmente, con los poderes o aspirantes a poderes establecidos. Pero no existe la radicalidad habitual, sólo en temas muy concretos. Suelen ser ponderados, dialogantes, capaces, y sobre todo honrados.

Es una actitud que tiene un poco de francotirador,
de Quijote y, desde luego, de idealista. Pero en este mundo actual, merece la pena.